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Un grifo de agua

Ene 16, 2020 | 0 Comentarios

Cada uno de los grandes cineastas utiliza lógicamente la música y el sonido de distinta forma. En los filmes de Ingmar Bergman tengo siempre la sensación de estar asistiendo a un concierto de cámara. No importa si suena una sinfonía porque tengo la impresión de que las melodías están siendo interpretadas por artistas solos y tristes o por un cuarteto encerrado en un salón burgués sin excesivos lujos. La melodía es por lo general austera y fría. Es una gota que va minando poco a poco la resistencia psicológica de sus personajes y el espectador. Una mano blanca. Una sábana limpia que transmite una angustia inenarrable.

En el caso de Andrei Tarkovski, la música es un ser vivo. Un corazón que late y  genera ondas expansivas reflejando los oscilantes sentimientos de los seres humanos. En los filmes de Tarkovski, los sonidos se encuentran llenos de ondulaciones. Son profundos y huecos. Resuenan en la eternidad y no en la realidad. Y por eso mismo, cuando los fragmentos de una sinfonía o un réquiem aparecen entre sus imágenes, parecen proceder del más allá. Emergen del centro de la tierra en dirección a los cielos con una fuerza avasalladora e incontenible. Esa santa demencia que únicamente poseen las creaciones divinas. La voz de Dios a través de los tiempos imponiéndose por fuerza de la misericordia y el amor.

Ciertamente, en los filmes de krzysztof kieslowski la música es mágica. Un cofre secreto del que surgen constantemente voces angélicas. Aunque su gran mérito consiste en que en muchas ocasiones no soy capaz de percibir el milagroso resplandor que emite. Creo estar escuchando una sinfonía notable, sí, pero no celeste hasta que de repente percibo unas notas, unos compases y siento que estoy volando por las alturas. Que la tierra se ha convertido en el cielo y cualquier gesto y acto tiene un simbolismo espiritual y religioso. Una enorme trascendencia. Lars Von Trier al contrario, avasalla al espectador de sus filmes. Le obliga como todo megalómano a sentir exactamente lo que él desea que sienta. A escuchar un tema o una melodía justo como él quiere que sea escuchada. Es un dictador creativo. Se impone y no sugiere. Comanda la banda sonora de sus filmes como si estuviera dirigiendo un ejército. Conquistando una ciudad de Occidente.

Es bien conocido por otra parte que, salvo excepciones, Robert Bresson únicamente utilizaba el sonido ambiente pero esto no significa que no escuche música en mi interior al contemplar sus obras. Aunque obviamente, esa música apenas remite a melodía alguna. De hecho, debo reconocer que por lo general al visualizar las imágenes que rodó me siento en una habitación vacía en la que de tanto en tanto soy distraído por un grifo que se abre y cierra. Poco más escucho allí y sin embargo, esto no me causa frustración. Tal vez porque percibo que ese grifo que se abre y cierra es una metáfora de la vida verdadera; o mejor aún, la vida real en su máxima simplicidad. Shalam

الشيطان الذي يعرف كيفية تحويل كل الألم إلى متعة

El diablo sabe convertir todos los dolores en placer

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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