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¿Quién soy yo?

Ene 23, 2014 | 0 Comentarios

«La belleza de escribir está en que nadie te obliga a hacerlo. Y yo, a estas alturas, siento que escribir es mi cura, mi sanatorio psiquiátrico… y mi consultorio sentimental».

La anterior frase que siento mía y firmaría casi al cien por cien pertenece a Bohumil Hrabal. Y, en concreto, la he extraído de Quién soy yo. Un libro collage en el que se recogen varios textos pertenecientes a varias de las novelas del escritor checo que sirve, por tanto, de excelente carta de presentación de su ardua prosa, muy parecida a un yo-yo.

Esta pasada tarde, he disfrutado mucho de sus salvajes, ácidas, libres y sarcásticas reflexiones sobre la escritura. Como, por ejemplo, la siguiente: «El mundo, a mi entender, no es otra cosa que triunfo y la gente no hace nada más que triunfar, como en un accidente entre dos coches la culpa siempre es del otro y no mía, así en todos lados. Empiezo a triunfar en el momento en que admito mis desgracias, cuando hago míos los accidentes que no he causado, así todas mis derrotas se convierten en triunfos. La enfermedad más bella es la salud. La mayoría de la gente está tan carcomida de enfermedades que lo contrario es una excepción. El hombre tiene que estar muy enfermo para poder estar sano. Para poder permitirse el lujo… de escribir».

Leyendo a Hrabal, he sentido también deseos de escuchar las obras de un compatriota suyo, Antonin Leopold Dovrák, al que menciona en uno de los pasajes de su libro. Hoy, en concreto, he escuchado el Romance para piano y violín op. 11 y, más tarde, el aria de la ópera Rusalka, «Song to the moon» y mientras me encontraba inmerso en esta última audición, me he acordado de otro músico al que mencioné hace unos días: Zbigniew Preisner. Pues es difícil explorar este fragmento musical y no rememorar ciertos pasajes de aquellas bandas sonoras compuestas por el artista polaco para la famosa trilogía de krzysztof kieślowski,Tres colores: Azul, Blanco y Rojo. Obras que hoy he comprendido por primera vez que no serían iguales de no haber existido antes alguien como Dovrák. Un músico capaz de extraer una belleza singular de cada nota y melodía, y acercarse a cada pieza musical como si se tratara de una refulgente joya.

Lo cierto es que es inevitable sentirse transportado al escuchar a Dovrák porque es un músico que penetra en el alma humana. Entiende que detrás de cada uno de nosotros hay un teatro de voces y sueños que necesita ser expresado. Dovrák captura el alma del niño que habita en los adultos. Se hace cómplice de sus pasados juegos con muñecos y amigos y cultiva melodías que son el fondo sonoro ideal para nuestros recuerdos. Sinfonías en las que los hombres adquieren dignidad y más que igualarse a los ángeles, los superan.

En compañía, por tanto, de Preisner y Dovrák, he continuado leyendo lúcidas reflexiones de Hrabal como las que siguen: «Cuanto más miro cómo fui en el pasado, cuando empezaba a escribir versos, mejor descubro que escribía para mí mismo. Estoy impregnado del ambiente que me rodea, en que me muevo, en que como, en que paseo; regreso a casa sólo a dormir; desde mi infancia he estado continuamente rodeado de gente, de manera que ni me doy cuenta de cuando hablo de mí mismo, de los paisajes de mis cosas, de mis miedos, hablo también de los demás. Puesto que me expreso con la máxima subjetividad y soy mi primer lector, siento que escribo para mí mismo, y sólo después me doy cuenta de que si la gente me quita los textos de las manos, es porque en el fondo hablo de ellos. (…) No soy el portavoz de todo el mundo sino sólo de una cierta categoría de lectores; cada escritor tiene una categoría de lectores con los que comparte una cierta imagen del mundo y con los que está de acuerdo sobre el comportamiento de la gente, sobre qué podemos pedir los unos de los otros, qué es una diversión y qué una desgracia. Y en ese sentido yo tengo unos cuantos centenares de miles de lectores con los que, digamos, compartimos un denominador común. Me quitan los textos de las manos y después de esto uno no se puede permitir el lujo de fallar».

 Y, finalmente, cuando he terminado el libro, he vuelto a releerlo, olvidándome de mis deberes y el mundanal ruido, saboreando cada una de sus frases como si no hubiera sido Hrabal quien las hubiera escrito sino una parte de mí que se quedó en Praga hace años. De hecho, considero que hay algunas que todo artista debería pegar en la pared de su habitación y leer en voz alta antes de comenzar a escribir, pintar o esculpir. Ésta por ejemplo: «Un escritor, y parece ser que es lo que yo soy, tiene que tratar sus textos despiadadamente; (…) ha de tener coraje e ir más allá, allí donde tiene miedo de ir, donde no le espera nadie, donde el presente es inexistente, el pasado amenazador y el futuro tan, pero tan previsible, como me lo enseñó mi querido Gyórgy Lukács…». Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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