Me está costando una barbaridad pero he comenzado a corregir la segunda parte de la Trilogía del horror, Ruido. Pienso que Ruido es mi mejor novela hasta la fecha pero soy consciente que debo pulir ciertos detalles y aligerarla para conseguir publicarla. No se trata de que pierda su esencia -eso jamás- sino de que gane en efectividad y contundencia. Y a esta tarea pienso dedicarme durante los próximos días. De hecho, ya ha habido un importante cambio en el nombre de la trilogía. Dije varias líneas atrás que se denominaba Trilogía del horror, ¿no es así? Pues bien, esa es la última vez que la nombro así. Pues, a partir de ahora, será Trilogia del odio. Un nombre que me parece mucho más exacto y efectivo.
Mientras tanto, dejo a continuación un extracto de la monumental biografía de Goethe, Poesía y verdad, cuyos pasajes suelo leer habitualmente antes de iniciar la corrección. No sin antes aclarar que si coloco hoy aquí este extracto se debe a que podría aparecer perfectamente ensamblado en Puercos -la tercera parte de la mencionada trilogía- en medio de las áridas reflexiones sobre bondadosos y hermosos poetas proferidas por el oscuro conde que protagoniza la novela.
Ahí va:
«Los niños celebrábamos encuentros dominicales en los que cada uno de nosotros tenía que componer sus propios versos. Y en estos encuentros me sucedió algo singular que me tuvo intranquilo durante mucho tiempo. No importa cómo fueran, el caso es que siempre me veía obligado a considerar que mis propios poemas eran los mejores, sólo que pronto me di cuenta de que mis competidores, que generaban engendros muy sosos, se hallaban en el mismo caso y no se estimaban peores que yo. Y lo que aún me pareció más sospechoso: un buen muchacho al que yo, por cierto, le caía bien, aun siendo completamente incapaz de realizar semejantes trabajos y haciéndose componer sus rimas por el preceptor, no sólo consideraba que sus versos eran los mejores de todos, sino que estaba completamente convencido de que los había escrito él en persona. Así me lo aseguraba sinceramente en todo momento durante la relación de confianza que mantuve con él. Dado que podía ver claramente ante mí semejante error y desvarío, un día empezó a preocuparme si yo mismo no me hallaría también en el mismo caso; si aquellos poemas no serían realmente mejores que los míos y si no podía ser que yo les pareciera a aquellos muchachos, con razón, tan enajenado como ellos me parecían a mí». Shalam
إنَّ هَذا الشِّبْلَ مِنْ ذَلِكَ الأَسَدِ
Todos anhelamos llegar a viejos y todos negamos que hemos llegado
0 comentarios