La artista polaca Aleksandra Waliszewska se ha convertido en un referente del arte siniestro actual y lo cierto es que no puedo evitar preguntarme por qué. Estuve pensando que, independientemente de su lúgubre temática, este hecho pudiera deberse a la agilidad con la que combina la herencia medieval con la estética del videojuego zombi. Pero creo que en realidad no es un dato suficientemente relevante como para haber sido alzada a los altares del arte contemporáneo negro. Tampoco creo que sus trazos sean excesivamente originales. Sí son potentes y sutiles pero no vislumbro en ellos actualmente una enorme grandeza. Por lo que finalmente, he llegado a la conclusión de que lo que logra Walizewska es hacernos pensar en los dolores que habrá tenido que atravesar para pintar como pinta. Para pintar lo que pinta. Porque existe un profundo sufrimiento personal escondido en sus creaciones que resalta en todo momento por más que lo esquive. No lo muestre jamás y lo sublime realizando una radiografía del horror moderno. De nuestros dementes y oscuros tiempos.
Debido a ello, no he querido realizar un comentario de su obra en este avería sino que he decidido escribir unos cuantos textos libres a modo de exorcismo y autobiografía poética (e irreal) de Walizewska. Ahí los dejo:
«Estoy vagando, siempre estoy vagando. Soy un fantasma del amor. Al besarme mi madre, no me mira. Besa una pared. Al besarme mi padre, golpea un muro. Besa el suelo. Sin embargo, mis abuelos sí me besan en los pozos. Se ocultan en la tierra y esperan que me asome curiosa al agua y contemple mi reflejo para hundirme. Enseñarme los rincones oscuros del castillo en donde se educó mi estirpe. Los viejos secretos encerrados en los cofres. En los pergaminos escritos con fuego. Todos los hijos bastardos descritos en libros y lienzos rojos. Nacidos en noches de luna merced a la violencia de un hombre y la lujuria de una mujer atrevida. Toda esa historia de arrepentimientos y culpas que se bifurca a lo largo de los siglos y se repite diariamente cuando mi padre y mi madre se acuestan con un puñal en sus manos y llenan las paredes de su cuarto con corazones negros mientras los lobos aúllan en los bosques».
«Siempre que mi madre me saluda, se va. Desaparece. Mi madre es un fantasma. Me espera en la puerta de los jardines colgantes y apenas siento su mano cuando me la da. Las otras niñas ríen y lloran en brazos de sus madres pero la mía camina silenciosa por los abismos. Triste. Sin mirarme. Hay algo que oculta. Nunca me dirá. Ayer estuve junto a ella dibujando mariposas y perlas y no pronunció una sola palabra. Me miraba con cierta ansiedad. Sin hacer un solo gesto. Me dio de cenar como se le dan alimentos a un muerto. A un fantasma. Como si no existiera. Luego me acostó sin besarme. Al irse, caminaba solemnemente como si su cama fuera una tumba y no fuera a volver jamás o si en sueños le estuviera esperando su verdadera hija. Una violenta y cruel araña».
«Llevo semanas sin ver a mi padre caminar por los jardines de nuestro castillo. No es agradable cuando aparece. Los cortesanos esconden puñales en sus salones y mi madre desaparece como si estuviera endemoniada pronunciando palabras incomprensibles. Cuando mi padre me abraza, no percibo sus brazos. No hay carne en su cuerpo. Porque mi padre es una sombra. Pero una sombra aterradora. Un negro demonio que hace daño al mirarme. Sus ojos son los de un negro animal. Un salvaje que esconde un arma para asesinarnos a mi madre y a mí. Aunque lo peor es que no necesita mostrarla. Me basta con pasar unas horas junto a él para vislumbrarla en sus silencios o la brusca forma en la que se ríe al invitarme a degustar una pierna de cordero».
«¿Tengo un hermano? ¿Mi padre me dice ahora, en medio del festejo y la celebración y los gritos de júbilo, que tengo un hermano?».
«Hay una mujer que me mira todas las tardes y noches en el horizonte. Pero cada vez que me acerco a ella e intento acariciar sus senos ocurre lo mismo. Me insulta y me pregunta con ojos negros si es que no reconozco a mi propia madre.
«¿Hay algún muchacho en este condado que me haya mirado alguna vez? ¿En qué me diferencio de los los lagartos que viven en los pastos ocultándose de los enemigos del sol y los de la noche?
«Durante el baile le dije a mis compañeras que estaba sangrando. Todas se carcajearon como si hubiera contado un chiste lleno de gracia excepto una. Quien me acompañó al baño, me ayudó a desvestirme pacientemente, rozó con los dedos anular e índice de su mano izquierda los hilos de líquido que caían por mis piernas y a continuación me los restregó por la cara riendo». Shalam
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