Bajo mi punto de vista, uno de los motivos que explican la fascinación que provocó Lost en medio mundo radica en que, entre otras muchas cosas, era un retorno a la infancia. Ese «lugar» donde todo es descubierto y nombrado por primera vez. Durante nuestra niñez, el mundo (como la isla donde se encontraban «apresados» los protagonistas) tiende a ser un terreno por descubrir lleno de sorpresas que poco a poco vamos conociendo. La playa, por ejemplo, se divide en espacios más o menos reconocibles -«las rocas blancas», «el pantano de algas», «las rocas negras», «la raya verde»- y tendemos a tener un actitud tribal con nuestros amigos. Solemos formar «bandas» o «pandillas» unidas por afinidades o gustos y, sobre todo, por compartir un territorio o lugar de nacimiento a través de los que nos diferenciamos de «los otros»: los de «los castillos», los de «las gaviotas», los de «las sirenas», etc.
Es muy probable también que conforme comencemos a salir de nuestro territorio, adentrándonos en nuevos parajes, descubramos sótanos abandonados, antiguos restaurantes a los que el deterioro, la humedad y el paso del tiempo ha convertido en ruinas decadentes o que alguna tarde nos demos de bruces con algún borracho, una mujer solitaria con aspecto endemoniado y alguien nos cuente una historia fantástica que, debido a nuestra inocencia, posiblemente creamos. Siendo posible incluso que encontremos monedas antiguas, bustos o huesos de animales enterrados en los montes. Ecos de mundos, civilizaciones perdidas que inevitablemente despertarán nuestra imaginación, alborotando nuestra noción de la fantasía y la realidad.
Y, en cierto sentido, Lost (al menos, una parte importante de la serie) era básicamente esto mismo: un regreso a ese tiempo -la infancia- marcado por las sensaciones que acabo de describir. Una época durante la que los espectadores, al igual que los supervivientes del accidente de avión, estábamos comenzando a descubrir el mundo pero todavía no poseíamos las respuestas necesarias para comprenderlo del todo. Y por ello, en la isla se reproducen muchos de los procesos que la mayoría vivimos durante la niñez. Los personajes van poco a poco familiarizándose con el terreno, nombrándolo, forman un grupo que se distingue de los antiguos habitantes de la isla -«los otros» y los integrantes de la operación Dharma- y además, existen un gran número de sucesos y acontecimientos que o bien no consiguen explicarse -el humo negro, el oso polar- o bien les provocan terror y fascinación -las señales de socorro que escuchan de la francesa Danielle Rousseau-.
Lost es una obra que asalta la memoria afectiva del espectador. Y se adentra en su psique, jugando al despiste. Parece que es una serie cuyo cebo consiste básicamente en descubrir qué es la isla y qué es lo que les ocurre a los personajes pero me atrevería a decir que si atrapa es porque nos hace retornar a nuestra niñez, consigue que nos reconozcamos con los procesos vividos por los personajes y promete resolver muchos de los misterios que quedaron sin solucionar durante nuestra infancia. Nos seduce sugiriéndonos que esta vez sí sabremos lo que ocurrió con aquel vecino barbudo y malhumorado que no volvimos a ver más o con aquella gaviota que una mañana amaneció muerta sobre una roca con dos enigmáticas letras rojas en su pecho. Shalam
0 comentarios