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Los brotes negros

Mar 31, 2023 | 2 Comentarios

Dejo a continuación un nuevo avería sobre Los brotes negros. El escalofriante libro en el que Eloy Fernández Porta describe las intensas crisis písquicas sufridas a raíz de sus recurrentes crisis de ansiedad. El cual recomiendo leer escuchando un mórbido y angélico tema de Depeche Mode: «Ghosts again«

Debido por cierto tanto al título como a la naturaleza del testimonio, todas las fotografias de este avería serán oscuras. Oscuras como el color de los ojos de los muertos.

Los brotes negros

Seré sincero. Desde el principio, desde la primera vez que leí a Eloy Fernández Porta me pareció un genio.  Sin embargo, había algo que no me terminaba de encajar en sus ensayos. Me explico. Cuando terminaba de leer sus libros no me sentía reconfortado. No experimentaba paz. (Y con esto no estoy sugiriendo que desee necesariamente que los libros me transmitan calma o dicha). Los concluía un tanto angustiado, abrumado frente al inmenso océano de referencias disperso ante mí. Incluso confundido. Percibía (y valoraba) el tremendo esfuerzo por colocar el adjetivo preciso en sus diserciones y admiraba el caudal de referentes artísticos que se atrevía a abordar pero, repito, finalizaba los ensayos agotado. En vez de aplaudir asombrado frente al caudal reflexivo que tenía ante mí, (como sí que hice, por ejemplo, cuando leí el Filosofía y mística de Salvador Pániker) huía del mismo refugiándome inmediatamente en un libro clásico o una escapada en bicicleta.

Nunca supe bien a qué se debía esto. Si he de ser honesto,  durante años, de vez en cuando, me lo preguntaba sin encontrar la respuesta precisa. Por eso fue una revelación leer Los brotes negros semanas atrás. Porque, de repente, entendí perfectamente la desazón y angustia (y también el descontento) que latían en el fondo de libros como Homo Sampler y After Pop. De repente, comprendí de dónde procedía la tristeza y el desequilibrio que percibía tras los ensayos citados. Vislumbré el sufrimiento que había tras sus escritura y al fin oteé al ser humano que buceaba en medio de los maremotos modernos intentando encontrarles un sentido y, al mismo tiempo, salvarse. No naufragar.

Me pareció tan sobrecogedor y, al mismo tiempo, revelador el testimonio de Eloy que he comenzado a releer Afterpop en esa clave. Y, a mi ritmo, haré lo propio con el resto de su obra puesto que creo que Los brotes negros la complementa (y completa) perfectamente. Todo lo que venga tras su desgarrador testimonio sobre sus crisis de ansiedad yo al menos lo leeré con otros ojos.

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Los brotes negros es un libro muy valiente y muy inteligente. Sobre todo, porque Eloy no ataca a nadie. A ningún organismo ni a ninguna institución. Simplemente expone hechos, anécdotas, conversaciones, realidades, emociones, ansiedades. Pero a raíz de las mismas, se pueden extraer muchas conclusiones sobre el mundo contemporáneo. Tantas o más que en sus ensayos. En este caso, sobre las exigencias y la competitividad de la vida moderna. Cómo cada una de nuestras instituciones se han convertido en focos propulsores de individualismo y disociaciones psíquicas.

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Hay un pasaje que se me ha quedado grabado del libro de Eloy. En el mismo expone en pocas palabras las grandes expectativas de muchos de los jóvenes que vivían en Barcelona durante los años 80 y 90. Lo cito a continuación: «La ciudad olímpica de la que el mundo entero estará pendiente durante los próximos seis años.  Los mejores Juegos Olímpicos de la Historia. «La universidad más moderna de Cataluña», anunció la rectora, en el acto de  inauguración de la facultad. Unos días más tarde, Héctor, uno de mis mejores  amigos, en el receso entre clase y clase: «Nosotros somos la élite de la élite 

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Me fascina este pasaje porque, sin necesidad de recurrir a ninguna explicación, pone de manifiesto perfectamente (junto a la descripción de sus crisis de ansiedad) el tránsito experimentado por la juventud española en las últimas décadas. De comerse el mundo (aquella generación sobradamente preparada -los Jasp- que aparecía exultante en los anuncios de Renault Clio) al psiquiátriaco, trabajos mal pagados o a las filas del paro. ¡Y gracias!

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También ese pasaje deja muy claro el nivel de exigencia y arrogancia que hay en determinados lugares. ¿A cambio de qué? ¿Para qué? En realidad, hay muchas preguntas que no pude evitar hacerme al leer Los brotes negros. Una de ellas fue: ¿Para qué tanta lectura? ¿Para qué la Universidad? ¿Para qué leemos? ¿Quién lo sabe ya? ¿Tal vez para para no ser ciudadanos manipulables, porque no servimos para la construcción, porque hay que ganarse la vida, porque hay que demostrar que tenemos un nivel? Pero, ¿a cambio de qué? ¿A cambio de la vida? ¿Merece la pena? El sistema dice que sí, por supuesto, siempre merece la pena esforzarse, dejarse la vida, enfermar por una nueva publicación, mantener el puesto. Sí. Claro que sí. A cambio de dinero.

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Imagino a Eloy acudiendo a múltiples lugares a presentar Los brotes negros. Realizando entrevistas, atendiendo compromisos en los que lo que menos importa en definitiva son sus brotes. La llamada de auxilio.

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Unos cuantos párrafos después, una compañera, Ana, le dice a Eloy: «Seremos mejores que la Generación del 98. Y ganaremos más pasta».

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En dos ocasiones intenté encontrar trabajo en Barcelona. Más allá de alguna conversación educada, nunca hallé respuesta alguna. A las élites no llega cualquiera. Menos a las élites de las élites. Visto con la perspectiva adecuada: ¿Quién cojones quiere participar de alguna élite?

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Los brotes negros es una descripción certera tanto de una enfermedad psíquica como de la locomotora consumista y capitalista. Esa que no permite parar ni en la enseñanza ni en la Universidad ni en el trabajo ni en el amor ni durmiendo ni comiendo ni follando ni haciendo deporte ni bromeando. Nunca.

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Recuerdo cuando leí mi tesina Daimón:una odisea al revés en la Universidad. Lo festejé comiendo con profesores y amigos. Dos días después estaba intensamente deprimido. ¿Por qué? Hay algo en la Universidad que choca con la vida. No sé si soy capaz de expresarlo. A su manera, los libros de Eloy lo reflejan perfectamente.La cultura moderna como enemiga del hombre. El posmodernismo como juego perverso que fulmina a quienes se lo toman en serio. Vacaciones sin un solo día de descanso. Reflexiones sin un solo asomo de espontaneidad.

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El relato de las crisis de ansiedad sufridas por Eloy en Los brotes negros permite comprender mejor la exactitud de sus disecciones sobre los sentimientos en la era afterpop. Su lenguaje no es sólo analitico. Es, a su vez, emocional.  Eloy es capaz de penetrar en el trasfondo del sonido de las canciones y de las siluetas de los cuadros. Tengo la sensación al leerlo que es capaz de percibir con mucha atención las líneas de bajo de un gran número de temas. Y eso es algo que se explica (en parte) a raíz de la ansiedad. Por la enorme capacidad de sensibilidad que desarrolla el ansioso a tal nivel que cuando penetra en el arte, lo hace con mayor profundidad que la mayoría. Por una línea que pocos ven.

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Hay una pregunta que me hice al poco de comenzar Los brotes negros: ¿Dónde están los padres de Eloy? Él se encarga de responderla pronto. Ambos muertos. Así que la siguiente pregunta sería: ¿Dónde sus amigos? ¿Por dónde aparecen? ¿Quién lo sabe?  Sus amigos fueron las pastillas y el psiquiatra. Más tarde, su psicóloga. También las canciones. El hardcore, el post-punk. Algún cuadro con el que identificarse. Un vídeo de Bakalao. Así que la pregunta sobre dónde están sus amigos, en realidad, no tiene sentido. La que sí lo tiene es la siguiente:  ¿Dónde está la pastilla?, ¿Dónde está la puta pastilla?, ¿Dónde está la puta droga? Porque los amigos no son la familia. Son las sombras que rodean a los solitarios.

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Otro pasaje que me resulta escalofriante y a la vez fascinante de Los brotes negros es aquel en el que Eloy relata la crisis de ansiedad experimentada en el centro cultural donde años atras había organizado un importante Congreso literario en el que participaron varios de los grandes nombres de la literatura española actual.

Escalofriante porque lo que relata es terrible. Los gritos, los llantos, la locura. La destrucción total, absoluta de una personalidad. Fascinante en cuanto creo que esos momentos reflejan más vida, hablan con más claridad del mundo actual, son posiblemente más verdad que cualquiera de los discusos pronunciado en aquel evento.

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No he dicho esto último como crítica al Congreso. Yo mismo he experimentado múltiples crisis en las que, en cierto sentido, vomitaba el yo que aparecía circunspecto en conferencias o charlas. Y sabía internamente que ese yo, que estaba ahí agarrándose el vientre, luchando contra sus demonios, era más verdadero que el otro. Aquel que pronuncia un discurso ya hecho; el discurso universitario, destructor de la creatividad.

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No estoy seguro de si Eloy tiene un plaza fija en la Universidad. Mi escritor favorito es Dostoievsky y hay aspectos de su biografía que desconozco. Me niego a saberlo todo de los escritores que leo. Necesito que haya puntos vacíos. Nunca terminaré, por ejemplo, los libros de Joseph Frank sobre el escritor ruso. Saber cada capítulo de su biografía no me hará comprender ni amar más su obra. Así que también puedo obviar este dato de Eloy perfectamente. Sin embargo, un profesor universitario no podría omitirlo o tendría que fingir que lo sabe. Estaría obligado a ser preciso. Su sueldo, su reputación, su prestigio están en juego. No cabe el error. Porque con la Universidad no se juega.

En cualquier caso, el hecho de que Eloy pudiera no tener esa plaza a estas alturas, me parece algo sádico. Algún caricaturista debería realizar un dibujo de la gran institución con un látigo golpeando el lomo de quienes acceden a ella: «conocimiento libre a cambio de libre castigo». La cultura como mercado en el que todos luchan por  el premio a la mejor idea o el ensayo más agudo.

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Llevo una semana sin escribir en averia. Lo necesitaba. He dedicado este tiempo a organizar mi casa, mis lecturas, mi cabeza. También he salido en bici. Me he relajado y he intentado hacer recuento de por qué escribo. Encontrar respuestas después del estrés que experimenté tras la publicación de Un reino oscuro. Si tuviera que, además de escribir, leer, contemplar películas o hacer deporte, asistir a conciertos, dar clases en la Universidad, participar en Congresos y redactar artículos, me habría vuelto loco hace mucho tiempo. Me habría suicidado. Estaría medicado. El doping de los apasionados de la cultura. El goce del trabajo posmoderno. El sadismo del bienestar.

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Si no sabemos lo que es una pipa ni un hombre ni una mujer. Si no sabemos nada. Si nada de lo que sabemos, lo sabemos o no lo sabemos bien. ¿Cómo vamos a aspirar a un mímino de salud mental? ¿Sabemos acaso lo que es salud mental? Escribiré una frase típica: cada vez estudiamos más la mente y la psique pero cada vez hay más transtornos mentales. Antes había guerras físicas, ahora hay guerras psíquicas. Las millones de pastillas que se fabrican no están dirigidas tanto a sanar las causas que provocan la enfermedad sino a dopar o dotar de fuerza a los soldados posmodernos. Prohibirles desfallecer.

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Algún día, alguien estudiará (probablemente ya lo hayan hecho) las relaciones entre las salas de chill out y los confesionarios. La confesión de los pecados en los púlpitos ha sido sustituida por la reflexión y la introspección que se lleva a cabo en los festivales musicales. El reposo para volver a la vida cotidiana tras la confesión tiene su equiparación en el que se produce en la sala de chill out para regresar a la fiesta con aires renovados. En realidad, este descanso es necesario cuando la fiesta se convierte en obligación y el festival en mercado consumista. Hay una penitencia que pagar por divertirse y ser moderno. Afterpop, Homo Sampler o Emociónese así nos enseñan qué es ser moderno y Los brotes negros el precio de serlo.

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Cuando no hay dioses a los que sacrificar nuestras vidas, las ofrecemos a las instituciones y a las ideas. El mundo contemporáneo es una cámara de tortura que promete un placer infinito y ofrece un sinfín de brotes negros. Shalam

كل شيء مضحك عندماتفكر في الموت

Todo es risible cuando se piensa en la muerte

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen….kazimir malevich…..
    2imagen….en escultura no existen los ojos (como en los muertos)
    3imagen…..el negro es una hoguera quemada (vasili kandinsky)…
    4imagen…los impresionistas negaron el color negro….
    5imagen….el santo cristo de las farmacias (albert pla)…pastillejas rubifen (la cocaina de los pobres)…..
    6imagen…experimentacion….gota a gota en la acera……
    7imagen…el cielo sin las estrella del final de «cabeza borradora» (la brosa de la goma soplada)»…….
    PD….https://www.youtube.com/watch?v=xkmBtbRuHLs….the jean genie…ny-live-1997…la autoafirmacion de mark rothko……..
    a eloy fernandez porta le gustaria ir por la calle abrir una losa y encontrar el elixir….sonrisa…..

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Sí. Malevich era el referente de estos negros. Tal vez también Mark Rothko. 2) Esa frase podría aparecer perfectamente en medio de un manifiesto surrealista. 3) El negro no existe. Sí como color pero no como raza. Ls tiempos modernos. 4) «El negro es mejor que tú». El estribillo de la famosa canción de Albert Pla. 5) Menos Larry Bir, los mejores baloncestistas han sido negros. 6) No puedo comentar mucho más. Todo lo veo negro. 7) El comienzo de Carretera perdida. David Lynch invocando a todos sus amigos. PD: Ahí aparece Rothko. ¿Cómo no? Un Bowie sideral tocando blues. Siempre original.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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