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Las violentas flores

Jun 3, 2016 | 0 Comentarios

La consagración de la primavera es una de esas obras de las que apenas se puede decir nada porque de ella ya está todo sugerido y apuntado. Algo que no me extraña en absoluto porque es una maravilla.

La primera vez que la escuché, estaba leyendo un cómic de Corto Maltés -tal vez Fábula de Venecia– y el salón en que me encontraba, no tardó en transformarse en una especie de lujosa habitación asiática en la que los lienzos más terrenales se convertían en espejos dimensionales, los techos y paredes en tapices por los que se movían tigres, geishas y condes furiosos y los suelos eran cubiertos por alfombras repletas de ornamentos orientales que me alejaban de esta realidad.

Parecía ciertamente que había fumado opio por el mero hecho de poner aquel disco con una sugerente portada que aludía a una obra de Matisse. Además, la música que emergía del tocadiscos parecía proceder de un círculo del infierno. Pero de un infierno misericordioso donde los troncos calcinados de los árboles florecían no sin una previa lucha titánica entre Mefistófeles y los guardianes de un territorio helado que iba siendo alumbrado por el sol conforme los asesinos emergían purificados de allá.

No importa cuántas veces se escuche, que el misterio de la obra de Stravinsky pervive. Creo, de hecho, que La consagración de la primavera explica a Picasso mejor que cualquier catedrático. Y por extensión, a todo el cubismo. Pues fue una mariposa musical que consiguió que los sonidos se transformaran en colores. Un arco iris asesino que conectaba la modernidad con la antigüedad. Permitía vislumbrar rituales primitivos dentro de la sociedad industrial y convocaba fantasías en ciudades cuya imaginación comenzaba a ser aniquilada por las tuercas y máquinas.

La consagración de la primavera era un alud de imaginación. El tiempo cósmico y eterno adentrándose en el siglo XX. Una obra en la que era posible sentir los gritos de las víctimas arrojadas en el interior de pirámides aztecas y los de los muertos ejecutados en ritos paganos occidentales. Fue, sí, un alegato por la desnudez del alma y la animalidad del ser humano. Un tratado de antropología convertido en un cuento musical que no desencajaba en Las 1001 noches o en cualquiera recopilación de mitos oriental u occidental.

Stravinsky consiguió mezclar ruidos de submarinos y ejércitos con el silencioso latido de las luces del amanecer. Logró seducir a través de una partitura en la que las asonancias y movimientos cortantes eran ágiles. Poseían una soltura y naturalidad casi divinas. De hecho, existen momentos en los que se tiene la impresión que, en vez de ser una obra compuesta en una época concreta, La consagración ha sido forjada en el mismo momento en que se produjo la creación del mundo. Algo que también ocurre con algunos compases de la obra de Wagner. No obstante, eso sí, la sinfonía de Stravinsky no es totalitaria sino fugaz. Es una ave que no cesa de moverse en círculos o a ráfagas provocando emoción y expectación. La sensación de estar escuchando el mundo, como lo haría dios. Es una danza alegre. Un baile fugaz en un tierra desierta iluminado por los fuegos del universo. Una metáfora del asombro y la perplejidad convertida en música milagrosa.

Todavía me resulta increíble lo conseguido por Stravinsky en esta obra: lograr que el lenguaje musical avanzase varias décadas sin dejar de sonar intemporal. El compositor ruso fue capaz de transformar la violencia en belleza y el horror en cultura. Conseguir que la primavera no alcanzara únicamente el corazón de Orfeo sino el de todos los seres humanos. Hizo comprender mediante un ballet onírico y perturbador que la belleza es instantánea y fugaz. Y por ello es siempre moderna. Un hilo de risa divina que cobra únicamente su sentido total cuando perece.

Stravinsky mostró, en definitiva, que no hay nada duradero en este mundo. Que vida y muerte son metamorfosis. Una parte más de la danza de la realidad, al igual que el arte y la música. Estados transitorios que revelan que hasta el camino más llano y seguro es, en el fondo, un abismo. Shalam

 نَّمَا يَتَفَاضَلُ النَّاسُ بِأَعْمَالِهِم

 Es difícil bajarse cuando uno se encuentra sobre el lomo de un tigre

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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