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La resurrección de Quetzalcoatl

Ago 18, 2014 | 0 Comentarios

En Lejos de Veracruz, el personaje que protagonizaba la novela de Enrique Vila-Matas afirmaba que nunca hubo un viaje igual al referirse a la expedición llevada a cabo por Hernán Cortés desde la actual Veracruz hasta la antigua Tenochtitlan junto a unos cuantos españoles y tribus indígenas. Puede que sea así o puede que no, pero para los que pensamos en cierto modo como el escritor catalán, la novela gráfica de Jean Yves Mitton supone una alegría además de una experiencia fascinante porque si algo queda claro en todas sus viñetas es que lo acontecido a principios del siglo XVI en el actual México fue realmente espectacular. Una historia (real) que cuanto más escuchamos, más asombro y misterio despierta y todavía hoy seduce y perturba como el primer día teniendo en cuenta los vastos hechos a los que se refiere.

El trauma de la conquista no se ha borrado de la memoria de México. Aún late allí entre las sucias avenidas de los poblados, las estatuas consagradas a los dioses vencidos y las hogueras que crecen en los descampados en honor a un tiempo inmemorial que la llegada de los españoles quebró para siempre.

Por ello resulta tan difícil aludir a estos hechos o intentar resucitarlos. El libro de Bernal Díaz del Castillo es desde luego, un tratado ejemplar para reconstruir aquella era que merece varias relecturas pero sabemos que está escrito por un extranjero y que muy posiblemente, como cronista al servicio del rey de España, ocultara o cambiara ciertos datos para contentar a su pagador. Lo que provoca cierta precaución al sumergirnos en sus páginas. Algo parecido a lo que ocurre con la epopeya compuesta por Salvador Madariaga a partir de estos hechos, El corazón de piedra verde. Todo lo que tenga origen o procedencia española y se refiera a esta conquista o bien es sospechoso de perjuria o de atentar contra una herida tan grande y dolorosa que, por más que han pasado cinco siglos, no se ha cerrado del todo y probablemente nunca termine de cicatrizar. Por lo que, en esencia, casi que lo cabal -para no buscarse problemas ni herir sensibilidades- es callar los horrores cometidos por el imperio azteca contra otras tribus indígenas que propiciaron que esta conquista se hiciera realidad décadas antes de lo que hubiera sido normal de no existir esta dictadura.

Motivo por el que se agradece tanto un cómic como el de Jean Yves Mitton. Un texto que si bien comete determinados errores históricos y se toma licencias de todo tipo, lo hace en beneficio de la narración. Con el objetivo de actualizar y dar luz a un hecho histórico que se hace presente y emocionante de nuevo entre sus páginas. Pues en todas ellas se siente la trascendencia de los acontecimientos narrados y se reverdece (y actualiza) la memoria a través de un trabajo de síntesis y analítico explosivo que no sólo permite su clara comprensión sino que nos sumerjamos en ellos como si estuvieran ocurriendo en este mismo instante. Como si no fueran una historia que sucedió hace varios siglos sino un recurrente mito siempre dispuesto a ser actualizado que nos habla tanto de nuestro pasado como de nuestro presente. De todas las guerras que ha habido y habrá entre culturas diferentes. La tragedia que supone el fin de una civilización y la poesía trágica que se esconde tras cada uno de los acontecimientos que provocaron este drama.

Mitton se atreve además a realizar una exploración psicológica de la Malinche, a quien da galones de estrella en esta narración y apuesta por comprenderla y en parte justificarla sin pecar de maquiavélico. De hecho, el autor francés dispara por igual contra la iglesia y los conquistadores como contra los sacrificios aztecas y algunas de las supersticiones que los convirtieron en presa fácil de Cortés y los suyos, a través de una mirada respetuosa al tiempo que fascinada, casi embelesada, por aquello que narra. Una visión no exenta de ironía que le da sabor y ternura a una obra maestra repleta de páginas y momentos inolvidables: el rostro de Hernán Cortés cubierto por la máscara de oro de Quetzalcoatl, el instante en que el conquistador decide quemar sus naves con el fin de internarse en lo desconocido, las escenas de amor entre la Malinche y Moctezuma, la imagen del pico Orizaba marcando el recorrido sin fin de la Malinche, la descripción de la noche triste (en este caso, noches tristes), etc.

Como ya he dicho, el lector puede vivir y lo más probable es que emocionarse ante unos hechos que son descritos con agudeza y fiereza. Con absoluta maestría. Provocando nervios y constante asombro, lágrimas de tristeza al hacernos comprender la intensidad del drama vivido en tierras aztecas, que la historia se escribe con renglones torcidos y que el ser humano más que el azote de este mundo, es su lacayo y esclavo y únicamente encontrará descanso y refugio y la lucidez suficiente para comprenderse a través del arte. De obras de arte como la de Mitton que no sólo nos hacen entender el pasado sino sentirnos protagonistas del mismo. Puesto que consiguen que veamos en todos y cada uno de nuestros contemporáneos el rostro de la Malinche, Cortés y Moctezuma y nos conceden la libertad de justificarlos, perdonarlos o culpabilizarlos. Obligándonos a preguntarnos de paso qué hubiéramos hecho de ser ellos. Shalam

ربّ اغْفِر لي وحْدي

Los que mucho desean, carecen de mucho

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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