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La feria

May 28, 2016 | 0 Comentarios

La literatura debería ser divertida, alegre y, en cierto sentido, volátil. Eso lo sabía muy bien Franz Kafka. Sin embargo, ¿qué es lo que han hecho los periódicos? Convertirla en algo trascendente. Introducirla en el mundo de la cultura y quitarle cualquier carga o contenido peligroso.

El escritor -es obvio- necesita lectores y cierto reconocimiento no tanto para escribir como para ganarse la vida o encontrar alguna editorial que lo publique. Por ello sabemos que probablemente el mejor escritor vivo actual no será conocido hasta dentro de cincuenta o cien años pues probablemente no habrá sido publicado en vida y de hacerlo, habrá sido en muchos casos, ignorado. Sin la escritura, la vida se derrumbaría, como sin la pintura. El arte hace respirar al planeta. Evita un suicidio colectivo. Ese es su sentido. Su inmensa misión. Pero más allá de eso, el arte debería aspirar a autodestruirse. Convertirse en algo pasajero. Cristo apenas escribió unas palabras en la arena que fueron borradas al poco tiempo. Y precisamente, las grandes dictaduras han convertido las palabras en muros y los libros en palacios de hierro.

No se me ocurre cuál debería ser la misión del escritor más allá de escribir pero supongo que, en cierto sentido, tendría que ser divertir. Uno de los proféticos relatos de Kafka lo expone muy bien. Me refiero, claro, a «El artista del hambre». Básicamente, lo que ahí nos dice el profeta checo es que el escritor del futuro se encuentra abocado a convertirse en una atracción de feria.

En cierto sentido, la Feria del libro obliga a eso a cualquier escritor como las editoriales que insisten en hacerles presentar sus libros allí por donde vayan. De Bruja, llevo tres presentaciones que pronto, serán cuatro. He de dejar claro que la editorial no me ha obligado a ello. La mayoría nacen de mí. Pero cada vez me siento menos cómodo en este papel. Más que nada, porque amo la posibilidad que estos actos me permiten, de sumergirme en un mundo onírico que ahonde en los sortilegios de las creaciones. Crear un universo paralelo que ventile a las novelas y las retroalimente. Pero al tener cada semana una, ya no me veo capaz de ello porque para prepararlas, entiendo que se necesita tiempo y cuidado.

La sociedad industrial nos obliga a dar a conocer nuestro arte en cuantos más lugares sea posible y, finalmente, esto provoca que acabemos transformados en un productos. Otra atracción de feria o un vendedor cualquiera de la sociedad capitalista. Un fraude, en definitiva. Otro más de la sociedad de consumo.

Realmente, supongo que no existirán muchas dudas al respecto. Hace tiempo que escandalizar es sinónimo de aburrimiento y que la rebeldía es un hecho programado. ¿Qué queda? Ok. La escritura, sí, el arte. Pero la verdadera escritura no existe porque siempre, absolutamente siempre, desea autodestruirse. Volver a la nada. Razón por la que es imposible que no esté en crisis y siempre en trance de desaparición.

En fin, tal y como yo lo entiendo, -si es que lo entiendo de alguna forma cabal- un escritor debe ser alguien que se ría de sí mismo, no aspire a canon alguno ni a trascender y escriba para desaparecer. Desde ese punto de vista, y sabiendo que las presentaciones son un circo, una feria de risa absolutamente vacua, tal vez pueda ser capaz de generar intrascendencia, vacías carcajadas o asombro. Conseguir, en definitiva, que el público en general se olvide de los escritores y vuelva a los libros. Es decir; a lo que está condenado a morir pero aún no muere y, por tanto, es un reflejo oscuro del alma de cada uno de los que estamos viviendo pero no logramos hacerlo total y absolutamente. Porque la instauración del reino de la verdadera vida, -eso también lo sabía Kafka- supondría la destrucción absoluta de la literatura para siempre y jamás. Shalam

 إنَّ الْهَدَيَا عَلَى قَدْرِ مُهْدِيهَا

 El que ofrece su espalda, no debe quejarse de los golpes que recibe

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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