Los escritores tienden o bien a mostrar con claridad sus influencias o bien a ocultarlas. En el primer caso, el peligro procede de la comparación. El lector puede poner en una balanza los autores que citamos como referentes de nuestras obras y determinar perfectamente lo alejados que estamos de ellos. Un lector habitual de Kafka y Bernhard podría por ejemplo leer El jardinero y enojarse porque la novela no alcanza las cumbres citadas o ni tan siquiera permite rememorarlas. De hecho, el escritor puede quedar como un ser presuntuoso por haber aceptado esta comparación. Alguien que utiliza a otros creadores para llamar la atención sobre sí mismo porque no posee suficiente capacidad de seducción y embrujo. Sin embargo, si el escritor no cita los referentes en que se basó, su gesto puede ser interpretado como un asunto de vanidad. Un intento de ser considerado innovador por lectores ingenuos y no avezados del todo que no serán capaces de identificar sus referentes y por tanto, le atribuirán cualidades y virtudes que no le pertenecen. Se le acusará por tanto de intentar aprovecharse del estilo de ciertos artistas a los que no cita para pasar por original.
Por eso yo nunca sé si es mejor citarlos o no. Ocultarlos o no. Cuando publiqué Martillo, Alberto Olmos subrayó en su blog que en el libro copiaba el estilo de Mario Bellatin e inmediatamente, para varios lectores perdió cierto valor. Una estupidez porque entiendo que la novela funcionaba (o no) más allá de Bellatin, Paul Bowles o la santísima madre de H.P. Lovecraft. En realidad, Martillo estaba llena (como todas mis novelas) de deudas con decenas de escritores. ¿Hay algún libro que no las tenga? Yo no lo conozco al menos y si lo hay, estoy convencido de que debe ser malo o encontrarse escrito en un idioma desconocido hasta el momento. ¿Por qué la editorial no puso en la contraportada que además de por Las 1001 noches el texto estaba influenciado por Bellatin no tanto en el contenido sino en la forma? Porque era algo evidente para cualquiera que conociera al escritor mexicano y no lo creímos ni ellos ni yo necesario. Más que nada porque ciertos lectores no entrarían vírgenes y con la mirada «abierta» en la novela. No obstante, Vicente Luis Mora -uno de los mayores admiradores del autor de Perros héroes– realizó un artículo hablando muy bien de Martillo y no vio necesario mencionar a este referente en concreto. Percibió -como así creo que es- que el libro vivía y respiraba más allá de Bellatin o el propio Lovecraft y destacó otros méritos y posibles errores. Al fin y al cabo, la postura más sensata.
¿A qué viene todo esto? En realidad, no sé bien. Todos vamos a morir y centrarse en cuestiones de este tipo me parece un tanto estúpido. Pues al fin y al cabo, hasta para copiar hay que hacerlo con talento, lo que queda de cada libro es su remanente y sabor y es imposible contentar a todos. Saber que voy a ser criticado sí o sí de hecho es el principio esencial para hacer lo que deseo. Construir el libro que quiero. Ese texto que si no llevo a cabo sí me provocará un gran dolor, un inmenso desgarro en ocasiones, al contrario que todo ese coro de voces cuyo murmullo es más bien un espejo de impotencia. Reconozcamos deudas o no, citemos o no, lo que importa es el libro que hayamos sido capaces de crear. Lo demás es, al fin y al cabo, ruido y furia. Y si no es absolutamente prescindible es porque las voces críticas ayudan muchas veces a componer el lienzo espectral cotidiano del que surge como un rayo la creación para destruirlas a todas durante al menos unas horas o días. Shalam
الاِنْسان عدو ما يجْهل
Ciertos pueblos prefieren la injusticia al desorden
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