No voy a insistir hoy en algo absolutamente consabido por todos los amantes del trepamuros y el cómic: la trascendental importancia de «La muerte de Gwen Stacy». Tal vez algún día le dedique un avería a esa inmortal creación que, contrariamente a lo que muchos creyeron en principio, engrandeció a Marvel para siempre. Condujo sus historias a otros límites. Supuso para la compañía lo que un riff de Jimi Hendrix a la guitarra. Básicamente, porque introducía a una invitada inesperada, la muerte, en un lugar donde no se la esperaba: los cómics de superhéroes.

Para entender el revuelo que supuso en su momento (algo parecido a lo que para muchos fans fue el capítulo final de Los Soprano), me basta hoy con citar tres testimonios de entre las miles de cartas que recibieron los ejecutivos de Marvel, impactados ante el aluvión de odio despertado por la genial ocurrencia de Gerry Conway.

Aquí el primero: «Marvel

¿¡Cómo es ATREVÉIS a matar a Gwendolyn Stacy!? Sois una pandilla de desalmados mercenarios sádicos. Ya no soy un Verdadero Creyente».

A continuación, el segundo: «Queridos gánsteres del Bullpen:

Debéis cambiar vuestros nombres por el Culebrón Marvel y la Corporación de Asesinos. ¡Como a Spidey, me estáis dando una úlcera de estómago!».

Y, por último, el tercero:

«Para aquel que tuviera la idea  de asesinar a GwenStacy:

Tú, serpiente de cascabel; tú, buitre; tú, enorme bicho rojo; tú, gusano; tú, cucaracha; tú, lagarto; tú, canalla; tú, tenia en el tracto digestivo de la humanidad: ¿Por qué cuando un superhéroe y su chica finalmente están juntos, matas ala chica? ¡Ojalá pierdas todos los dientes menos uno, y que ése te duela; ojalá alguien ponga arsénico en tu chocolate de medianoche; ojalá que seas arrollado por un espíritu de justicia y te reencarnes en una ameba!». Shalam

والذين لا يقلدون شيئاً لا يخلقون شيئاً

Aquellos que no imitan nada, no crean nada