Secret Wars II fue una saga irregular. Demasiados personajes, demasiados guiones y demasiados cruces entre colecciones. Un dibujo sin excesiva personalidad y gancho. Y unos creadores superados por lo ambicioso de la empresa y presionados por las inmensas ventas de la primera saga. Pero su punto de partida era fascinante. El Todopoderoso, aquel ser que había unido a todos los superhéroes y villanos del Universo Marvel para que libraran una batalla a vida y muerte en un planeta creado ex profeso para tan magno evento, decidía darse un garbeo por la tierra para conocer cómo y en qué forma pensaban los seres humanos. Intentar comprender a esos seres cuyas motivaciones y lucha por la supervivencia lo habían intrigado pese a su absoluta omnisciencia. Y este hecho derivaba en una serie de situaciones tan interesantes como jocosas que nos hacían preguntarnos todo tipo de cuestiones metafísicas entre las que aparecía el rostro del Todopoderoso convertido ahora en una especie de Playboy al que era inevitable contemplar con ligereza y un cierto distanciamiento no exento de empatía.
Sí, la serie era irregular y por momentos decepcionante. Pero el punto de partida era fascinante y desde luego que había capítulos que eran muy interesantes. No quiero pensar qué es lo que habría hecho con este material un maestro de la ciencia ficción pero, en cualquier caso, siendo mediocre, Secret Wars II no fue tan mala como se ha repetido insistentemente. Los intentos por ejemplo de descubrir qué es el amor por parte del Todopoderoso, su deseo de comprender aquello que es el orgullo, la conciencia o el sufrimiento dieron luz a a escenas realmente hilarantes y plantearon cuestiones interesantes y por momentos inquietantes. Pues cómo puede no serlo caminar tras los pasos de alguien que no sabe ni puede comprender la naturaleza del deseo pero es capaz con un solo chasquido de dedos de conseguir todo, absolutamente todo lo que se proponga.
En realidad, es en los aspectos antes mencionados donde entiendo que radica la genialidad de este denostado cómic: en la ironía y el desparpajo con el que describe las debilidades de quien no debería tenerlas. Las dudas que lo corroen, las cuales sin vulnerar su poder lo hacen, en cierto modo, tan humano como aquellos que lo rodean sin por ello participar de sus cuitas y problemas habituales. Son divertidas y están muy bien conseguidas las escenas en las que el Todopoderoso intenta arreglar el mundo o acabar con el mal sin poder conseguirlo. Y por supuesto que es enjundioso observarlo jugando con aquellos superhéroes acostumbrados a controlar el mundo en nombre de razones éticas justas. Motivaciones que el Todopoderoso intenta entender sin conseguirlo pues se encuentra más allá de las leyes de la moral y la física. En una dimensión incomprensible que lo distancia tanto de la vida como de la muerte e incluso del poder absoluto que regenta. A veces socarrón, otras irónico y en ocasiones, sí, desesperado y ansioso, el Todopoderoso lógicamente sólo tiene un adversario: Él mismo. El resto de héroes no son más que los arbustos del bosque necesarios para que viva su propia aventura. Una metáfora por tanto de lo que ha de ocurrirnos a todos nosotros en la vida. Un reto que se disputa, gana, vence o pierde en relación con nosotros mismos y no tanto contra los demás, como se encargan de sugerirnos al oído diariamente la sociedad capitalista, el diablo o las corporaciones empresariales.
Lo cierto es que la conclusión de la saga es bastante decepcionante. Muy poco convincente. Pero me resulta difícil imaginarle una conclusión meritoria o, en cierto sentido, verosímil teniendo en cuenta que se trata de buscar la forma de derrotar a un ser que es Todopoderoso. ¿Quién sabe? Muchos de los finales que podemos imaginar, hubieran sido bastante más convincente y creíbles que el que se nos presenta aquí. Y desde luego que esta historia en manos de John Byrne o Grant Morrison hubiera alcanzado cotas difíciles de predecir. Pero no me importa. El punto de partida es tan interesante y sugestivo que yo opto por disfrutar con los buenos momentos -que los tiene- y olvidarme de los flojos o decepcionantes. Al fin y al cabo, sólo a un pueblo, el norteamericano, que en cierto modo se cree o pretende ser todopoderoso, se le podía ocurrir una historia de este cariz. Y si su guión flojea en ocasiones, en la mayoría de los casos, es lo suficientemente claro como para permitirnos realizar un psicoanálisis profundo de una nación que a través de sus superhéroes ha puesto de manifiesto sus miedos. Y al mismo tiempo, ha buscado desesperadamente medios y formas de acabar con ellos para superar el estadio humano y hacer realidad el sueño nitzscheano: construir un superhombre capaz de ir mucho más allá de los límites de la moral y la razón. Un deseo que tiene, en buena medida, en Secret Wars II tanto una respuesta como un interrogante indefinido, continuo e infinito sobre lo que ocurriría en caso de que esta posibilidad llegara a hacerse realidad. Shalam
عِنْد الشدائِد يُعْرف الإخْوان
Me lamentaba de no tener zapatos hasta que vi a un hombre que no tenía pies
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