Una de las lecciones que pone en evidencia el fracaso de Nikolái Gógol como escritor en la última etapa de su vida es que un artista no puede luchar contra sí mismo. No ha de traicionar su estilo. No puedo yo evitar en determinadas ocasiones fruncir el ceño cuando alguien acusa a un autor de estar repitiéndose. Más que nada porque considero que probablemente si no insistiera en sus obsesiones y neuras, dejaría de escribir. Sólo cuando alguien ha expulsado todos sus demonios internos o se encuentra embarcado en una aventura vital bordeando ciertos límites puede tal vez concebir un cambio de rumbo artístico. Y si lo hace no será sin dificultad. Si amo a Tom Waits y a Juan Carlos Onetti es porque escriban lo que escriban siempre son genuinos. Siempre se parecen a sí mismos (a pesar de que como es el caso del norteamericano, su discografía haya evolucionado experimentalmente de manera bestial). Siempre insisten en profundizar en el mismo pozo que cavaron cuando eran jóvenes y del que surgieron sus obras cumbre.

Cuando alguien le exige novedades a un artista o a un escritor me dice más sobre sí mismo que sobre aquellos a quienes se refiere. De hecho, ese deseo me parece un anacoluto existencial. ¿Qué novedades le pedimos, por ejemplo, a nuestros queridos amigos de la infancia, a nuestros amores o a nuestros padres? Yo al menos sólo les pido que que sean ellos mismos cada vez más, que no se traicionen y que siempre sean reconocibles. Porque si se comportan de ese modo, lo que me darán siempre será único. Shalam

الأمر السيئ ليس أن الحياة تعدنا بأشياء لن تعطينا إياها أبدًا؛ الشيء السيئ هو أنه يعطيهم دائمًا ويتوقف عن إعطائهم.

Lo malo no está en que la vida promete cosas que nunca nos dará; lo malo es que siempre las da y deja de darlas.