Leía esta tarde un breve texto muy interesante de Freddy Quezada -un investigador nicaragüense- en donde realizaba una comparación entre Buda y el Marqués de Sade. Básicamente, afirmaba que son los dos pensadores que más se han ocupado del deseo a lo largo de la historia. Uno para conseguir trascenderlo, aminorando sus constantes vaivenes y ritmos endiablados y el otro extremando sus imperativos, consiguiendo llevar al límite sus frenéticas peticiones y anhelos. Complaciendo cualquiera de los caprichos de este caballo desbocado.
Señala Quezada: «Sade desde dentro se arrodilla ante el deseo y Buda desde afuera lo extingue. Uno lo reconoce para adorarlo hasta el fin, el otro para ignorarlo desde el origen. Misma premisa de despegue para distintas consecuencias que, al fin y al cabo, se reúnen en nuestros días (el arco paradójico se cierra en un círculo) de un modo extraño, con la publicidad y la búsqueda de espiritualidades alternativas. ¿Por ventura, y para volverse locos, ambos no son ya lo mismo? ¿O hay un punto medio como aconseja el Guatama?»
Hasta hoy no me había dado cuenta de estas similitudes entre dos de los pensadores que -por motivos muy distintos- más admiro, pero desde luego que existe.
Ahora mismo, trabajo en el último libro de la trilogía del horror, Los puercos. Un texto en esencia, sí, sadiano en el que aparecen innumerables situaciones perversas y todo, absolutamente todo se encuentra permitido para algunos de sus personajes. También, por supuesto para mí puesto que me tomo licencias sin cesar sobre los más ilustres filósofos descritos como tiranos, hombres desalmados y crueles. Emisores del mal. Algo que por supuesto no me atrevería a afirmar en la vida cotidiana pero que tiene su sentido absoluto dentro de las páginas de la novela y ayuda a comprender ese infernal lienzo del Bosco en el que intento convertir el texto, como reflejo del Occidente actual.
Sin embargo, y a pesar de que aún no se han publicado ninguno de los otros volúmenes de esta trilogía, mi voluntad es en el futuro -diez años a lo sumo- ocuparme en escribir desde otro punto de vista más próximo al amor o a la mentalidad budista que, al fin y al cabo, como tan lúcidamente expresa Quezada, es (o debería ser) el complemento de la actual que estoy acometiendo. Porque si bien tengo claro que Occidente es un enorme jardín decadente, las fuerzas del odio y el horror me han utilizado como instrumento para componer varios gritos de furia, tampoco soy Thomas Bernhard. A pesar del nihilismo y negro onirismo que preña actualmente mis libros, guardo en mi corazón ciertas dosis de inocencia y confianza en el ser humano que, independientemente de los lógicos desencantos de la vida, todavía no se han ido. Y, de hecho, quisiera que persistieran hasta el día de mi muerte.
En fin, me expreso en estos términos porque precisamente hoy tras leer una reseña elogiosa sobre Bruja, donde el lector destacaba el miedo que había sentido al recibir la novela, pensaba en ese futuro cambio de tono que desearía que mi escritura tomara y no podía imaginar ni yo mismo cómo podría pasar de describir la monstruosa realidad cotidiana a profundizar en los territorios del desapego y el amor. Y, minutos después, me he sentido reconfortado porque, por arte de magia, esta lúcida comparación entre Buda y Sade ha venido en mi ayuda. Aunque no me gustaría mentir. Sinceramente, cuando esta tarde imaginaba futuros personajes amorosos, concebía mujeres muy similares a las retratadas por Lars Von Trier en su Nymphomaniac: una señorita que se entrega a todos los hombres y al resto de féminas que se cruzan en su camino debido a su elevada y noble idea universal y absoluta de amor.
A día de hoy, finalizando una durísima y cruel trilogía del horror, esa es la única imagen del amor, de hecho, que podría concebir artísticamente: mujeres accediendo a besar a todas las personas que tienen delante y hombres conteniéndose hasta el extremo para aniquilar el deseo masculino en nombre de una trascendencia mayor. Penes cortados y vaginas sin cesar de lubricar, en definitiva. Acaso el exacto punto medio entre el frenesí sadiano y la quietud budista. Shalam
إِنَّ اللَّبِيبَ بِالإِشَارَةِ يَفْهَمُ
Si quieres comer pan no permanezcas sentado sobre el horno
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