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Cristales blancos

May 8, 2013 | 0 Comentarios

¿Qué dónde he estado metido los últimos días?  No es difícil adivinarlo. Sumergido en El jardinero. Finalizando la segunda corrección durante la cual, me encontré con un pequeño problema referente al archivo de word donde guardo el libro que, por algún motivo, no se abría. Y cuando lo hacía, se cerraba automáticamente a los pocos minutos, dejándome aturdido con las manos en la teclas y preocupado por si habían quedado registradas las últimas modificaciones al texto. Obviamente, soy precavido y guardo tres copias -una de ellas en pdf- de lo que trabajo diariamente pero no era agradable continuar corrigiendo de este modo. Por lo que tuve que dedicar un tiempo a solucionar este contratiempo y, al comprobar que no podía hacerlo, angustiado con la idea de desprenderme de mi computadora por varios días, finalmente, decidí proseguir la corrección del libro en el blog. Es decir; cortando su contenido y pegándolo en un borrador de Avería. Un remedio de urgencia que me ha ayudado en las últimas horas hasta que no sé bien cómo, me ha sido posible volver a trabajar en la novela en nuevos archivos de word. Y poco a poco, todo ha ido volviendo a la normalidad.

Si he de ser sincero, no me parece casualidad lo que ha sucedido. Siempre he estado muy atento a las señales y símbolos. Mis épocas más neuróticas han sido aquellas en que me he centrado únicamente en mis propios deseos y no he tenido en cuenta que tal vez todo lo que me ocurría, formaba parte de un plan divino o cósmico. Lo digo porque si bien al principio, me enojé cuando veía el archivo de El jardinero cerrarse en cuanto aparecía su nombre en letras grandes sobre el primer plano en la pantalla, al cabo del tiempo me pareció un hecho muy significativo, para nada casual, del que podía extraer alguna lección. Pues comencé a interpretar este extraño fenómeno como una forma perversa y juguetona por medio de la que la novela y sus personajes se ponían en contacto conmigo. Algo lógico y casi necesario, pienso, teniendo en cuenta que El jardinero es un retrato del mal en primer plano, y que me estaba planteando dar por finalizada la novela cuando, en realidad, -y esto es lo que creo que estas señales me advertían- lejos de encontrarme en proceso de concluirla, estoy acercándome al punto de ebullición exacto desde el que estructurarla y darle su forma definitiva.

Daré más detalles a este respecto. Hace unos días, le dejé a un excelente amigo y lector, parte del manuscrito. Y sus impresiones me llegaron este lunes, uno o dos días después de que el archivo comenzara a darme problemas. En ellas, hacía hincapié en determinados aciertos pero, sobre todo, en dos asuntos esenciales que hasta ahora no he sido capaz de resolver: el tiempo y las influencias. Sí. Ya sé que días atrás, dije que pensaba haber solucionado lo concerniente a la temporalidad, poniendo la mitad de cada capítulo en presente y la otra en pasado. Pero me parece que esto no fue más que una excusa, una mentira piadosa, para continuar corrigiendo y dando forma al argumento de la historia y no complicarme en exceso con un tema que como ya anuncié en otra entrada, Cronos, antes o después, tendría que trabajar para quedarme satisfecho con los resultados. Por lo que si se ha seguido este razonamiento, se comprenderá que, conforme finalizaba esta segunda revisión -haciéndome yo ilusiones de que pudiera ser casi la definitiva- se sucedieran los problemas con el archivo. Indicio de que algo no estaba funcionando como era debido y los personajes no estaban dispuestos a permitirme quedar encerrados en un texto que no era absolutamente de su agrado, hasta el punto de que casi no dormí el lunes, intentando encontrar la forma de solventar estos problemas. Y el martes cargué un saco de libros de Kafka, Bernhard, Hofmansthal y Poe con la intención de estudiar cómo solucionaban ellos los aspectos que no acaban de funcionar en mi novela.

En cualquier caso, estos grandes nombres, a la hora de la verdad, no son más que referentes. Apoyos a través de los que visualizar cómo «otros» escritores afrontaron determinados problemas y se inclinaron por una u otra solución pero, en absoluto, nos muestran el camino. Más que nada, nos indican qué es lo que no debemos hacer, contribuyendo a forjar la red a partir de la cual, nosotros mismos hemos de modelar nuestra escritura. Por lo que tras meditar, si continuar trabajando con el modelo narrativo dividido en diez capítulos sin puntos y aparte que hasta entonces estaba utilizando, o abrirlo a otra nueva dimensión y hacerlo crecer, opté por esta última vía. Algo doloroso porque supone reescribir totalmente la novela. Significa que todo el trabajo hecho hasta ahora, únicamente me ha servido para saber qué historia deseaba contar pero para poco más. Por lo que, desde mañana, comenzaré a seleccionar pasajes del argumento y los estructuraré en forma fragmentaria, sin plantearme seguir un flujo temporal progresivo. Acontecimientos del futuro podrán ir en páginas previas y viceversa, pues de lo que se trata es de trazar un círculo que, en la versión anterior, no conseguía cerrar.

No sé si me estoy explicando. En realidad, yo sí tengo perfectamente la historia estructurada en mi libro pero, tal y como estaba planteada y escrita, aparecían determinados errores que no terminaban de darle aire y ritmo. Y si bien es cierto que deseaba convencerme a mí mismo de que la estaba concluyendo, no hubiera sido justo hacerlo porque, sin duda alguna, el libro habría fracasado. No habría llegado al límite de sus potencialidades que es ahora, y solo ahora, después de varias semanas, que estoy en condiciones de lograr. Y probablemente, hubiera sido imposible conseguir sin el trabajo anterior. Razón por la que vuelvo a agradecer el fallo de word hace unos días.

En cualquier caso, se comprenderá que, por más que sean gajes del oficio, no sea fácil estructurar el libro de una forma inconcebible, totalmente diferente a como había pensado hasta ahora. Y por ello,  visité ayer a doña Lupita con la intención de consultarle si mi decisión era la acertada. Para confirmarlo, esta mujer optó por realizar una tirada de caracoles y otra de runas y la respuesta fue positiva. Ambos oráculos indicaban que debía ahora darle el aspecto definitivo a la narración y que si insistía, ya al fin, saldría satisfecho. Obviamente, no sólo dijeron esto. Doña Lupita -hablando de problemas temporales- es una maestra del tiempo, sabe manejarlo y adaptarlo a sus necesidades y, en ningún caso, esclavizarse a él. Por lo que no tiene problemas en referir historias que puedan ayudar a sus consultantes. A mí, por ejemplo, me leyó un cuento. Una muy hermosa historia de origen afrocubano que forma parte de los famosos patakines de Iroso Umbo. Y también me dio determinados consejos. Algunos personales y otros referentes al libro. Sobre El jardinero me dijo en concreto que pusiera énfasis en determinados símbolos: el fuego, un incendio y sus llamas, unas escaleras, un amuleto formado por la cola de crin de un caballo. Y me preguntó si me sugería algo un problema de herencia y un contrato indefinido. A lo que contesté que sí por diversas razones que podrá conocer el lector en su momento. También me insistió en que la leyenda siempre debe vencer a la historia. Y, por último, me comunicó muy seriamente, que tuviera en cuenta que perdiendo se gana; que tenía que ser osado, ir más allá del propio libro; y debía por tanto escribir esta última parte, siendo perverso y tormentoso. Intentando que el lector se volviera loco con el personaje, o al menos exhalara un poco de la fragancia negra que yo debía entresacar mirando mi ojo izquierdo fijamente en un espejo durante cinco minutos antes de sentarme a escribir, y terminar el libro de una vez. Un objetivo que obtendría en un plazo más breve del que pensaba con resultados satisfactorios, como me certificó al mostrarme la última runa. Ni más menos que Odín: el destino tragando a los seres humanos en su foso.

En fin. ¿Es necesario añadir algo más? Tal vez referir que ahora mismo los archivos de word, como no podía ser de otra manera, funcionan correctamente. Y que hay varios discos más que se han añadido a la nutrida banda sonora de la novela. Pero que, de entre todos ellos, destaca uno que he escuchado repetidas, insistentes veces, mientras describía aquellas escenas en las que el sol vuelve a salir en el condado, quemando a miles de personas que, como autómatas locos, reciben sus rayos con las manos abiertas después de tanto tiempo sin sentirlos. Me refiero al inquietante Mirage de Klaus Schulze. Y, en concreto, a su segundo tema, Cristal lake, que me gustaría que todos aquellos que leyeran la novela, escucharan al menos en una ocasión a lo largo de su vida. Shalam

عِنْد الشدائِد يُعْرف الإخْوان

 Un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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