El mapa de una depresión. Así definiría Berlin. El disco más negro de Lou Reed. Una obra parecida a un lienzo oscuro, muy oscuro del que emergen de tanto en tanto siluetas expresionistas de prostitutas, harapientos y drogadictos. La banda sonora perfecta para una exposición de Egon Schiele o un paseo por una sala de torturas. Un convento lleno de niños hambrientos. Pero, sobre todo, para describir un estado ánimo: el melancólico. Para ilustrar la humillación de una psique abatida. Derrotada. Las heridas sin remedio. La decadencia del infierno y la destrucción de Europa. O el caos de la conciencia humana tras las dos guerras mundiales.
Berlín es un disco realizado por un muerto. Un orgasmo corrupto. Peor aún. Por un jonkie. Alguien que vive de noche. Tiene cubiertas todas las ventanas durante el día. Y de madrugada, entre cuelgue y cuelgue, va hilando canciones en su guitarra de las que emerge toda su desesperación y ansiedad. Un dolor tan amplio que sirve para ilustrar el de los enfermos en los psiquiátricos, el de quienes han sufrido muertes accidentales y el de los neuróticos obsesivos que tropiezan una y otra vez con la misma piedra.
Berlin es un pozo. Un profundo hoyo. Un árido encuentro amoroso. Un disco que se siente. No se puede explicar y tampoco se debería escuchar en compañía y mucho menos en un bar. Hay que dialogar con él en soledad. Es, sí, realmente una obra mitificada. Demasiado. Tanto que obliga a hablar de ella con demasiados tópicos. A sobredimensionarla o minusvalorarla en exceso.
En realidad, Berlin no existe. Es un estado de ánimo. Una herida que va lentamente corroyendo los oídos de los oyentes. Es un conjunto de poemas recitados por un cadáver. El recuerdo de una experiencia traumática narrada por un enfermo. La música pop convertida en esqueleto y la poesía en una tumba. Un adiós eterno a la alegría. Violencia nihilista y desesperación. Una locura errática que asustaría al diablo en el infierno y acompaña y da luz a los depresivos como lo hace el jaco con los heroinómanos. Un disco para escuchar justo antes de morir y hacerlo sabiendo que ni en el más allá podremos encontrar la paz. Shalam
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