Drugstore Cowboy era una película libre. Con un pie puesto en el cine clásico y otro en el de vanguardia. El documental y el cine experimental. Una película honesta. Auténtica. Como un guitarrazo de Keith Richards o un eructo de Tom Waits. Era una filigrana artística que miraba atrás y ejercía de réquiem de la beat generation y, al mismo tiempo, filmaba con una crudeza y realismo extremos el aire pesimista, casi apocalíptico, que caracteriza nuestra época. Creo que, a su manera, junto con La ley de la calle, era la Rebeldes sin causa de su tiempo. Una Rebeldes, eso sí, mucho más nihilista y esquiva. Casi una pesadilla extraída de un relato de Charles Bukowski. Una herida helada que enfriaba la mente y congelaba la sangre porque era un retrato no ya de la descomposición de la familia sino de su absoluta inoperancia e inexistencia. Su progresivo deterioro y su más que seguro ocaso. Un film de un ralo magnetismo que, como los clásicos, probablemente se entienda o tenga más validez hoy en día que cuando surgió. Puesto que el sufrimiento y vacío provocados por el capitalismo y la conciencia de que la función de las instituciones no es la de ayudar a los ciudadanos sino destrozarlos, son ya más que una evidencia en todo Occidente.
En verdad, teniendo en cuenta el diluvio torrencial que está actualmente cayendo, resulta difícil no empatizar con los personajes retratados por Gus Van Sant. Caballeros que surcan los parajes del purgatorio, (una deshumanizada América), en busca del fármaco o droga adecuada (el ansiado Santo Grial) con el que experimentar una u otra sensación. O, más bien, ansiando olvidarse de sí mismos con el fin de aspirar a una suerte de experiencia mística que consiga librarlos, rescatarlos del tedio cotidiano. Los habituales, repetitivos ciclos consumistas y los vaivenes del comercio entre los que vive enterrada una sociedad donde no es posible acceder a una experiencia de lo sagrado. Lo que explica y justifica, en cierto sentido, sus intensas, recurrentes adicciones.
Creo que Drugstore cowboy no era una película cuyo tema central fueran las drogas. Porque los narcóticos no eran más que una excusa para realizar un retrato de la cada vez más acuciante pérdida de sentido y libertades en el mundo contemporáneo. Basta con volver a escuchar las premoniciones y discursos emitidos por el personaje interpretado por William S. Burroughs para ratificarlo. Drugstore Cowboy era una oda al vacío y al absurdo. Un retrato de América justo antes del suicidio de Kurt Cobain y, por tanto, su conversión definitiva en esa cárcel cuyas rejas, no obstante, no terminarían de cerrarse hasta el 11 de septiembre de 2001.
La desorientación de la juventud, el sinsentido, la insoportable levedad del nihilismo. Todo en Drugstore Cowboy remitía a conspiraciones secretas, ocultas corporaciones que movían los hilos del mundo de las que los personajes nunca llegaban a tener conocimiento aunque condicionaban su vida en un u otro sentido. Estructurando el árido paisaje en el que se desenvolvían y frente al que reaccionaban como cobayas indefensos: clavando agujas en sus venas. Recorriendo como espíritus errantes un territorio donde no existía futuro para la disidencia. El heroísmo consistía en sobrevivir a los impulsos autodestructivos. Y una vida normal y sencilla no tenía sentido en cuanto podía contribuir a favorecer a ese organigrama de poder oculto en las sombras cuya función era básicamente enriquecerse con sus integrantes. Esperar lentamente a que su mal o enfermedades se manifestaran y extraer cuantas más ganancias fueran posibles de sus debilidades.
Drugstore Cowboy, en definitiva, sí, nos hablaba del ocaso de la libertad. La muerte del jazz destructivo, el swing y la América que todavía pervivía aun a duras penas en recintos libertarios durante los años 70. De hecho, era un retrato de la dictadura futura. Un paréntesis previo al fin. Ciencia ficción realista. Una prueba de que ni los yonkies ni los rockeros podían ya molestar al poder puesto que se estaba preparando su absoluta defunción. Y de que, en el futuro, la mayoría de ciudadanos con cierta conciencia y honestidad se verían condenados a vivir en el margen, siempre y cuando -claro- fuesen capaces de negarse a inyectarse un pico de heroína más. Shalam
Dejo a continuación un nuevo avería dedicado a El desierto rojo de Antonioni. El cual, debido a su extensión, dividiré en dos partes. Hoy publico el...
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