No creo que sea necesario insistir en las múltiples ocasiones en las que las obras de ciencia ficción se han adelantado o predicho nuestro futuro aunque no haya sido precisamente su principal objetivo. Ese me parece que es precisamente el caso de It’s a good life; el célebre episodio de La dimensión desconocida. Aquella legendaria historia se encontraba protagonizada por un niño repelente y egocéntrico, Anthony Fremont, con la capacidad de leer la mente de sus semejantes e inmensos poderes que tenía completamente sometido a sus deseos a su familia. Cualquiera de sus caprichos era satisfecho inmediatamente por sus parientes cercanos por miedo a enojarlo y que los hiciera desaparecer. Lo que paradójicamente convertía su hogar en un lugar festivo y, a su vez, horripilante. Todos sus parientes estaban siempre cantando, haciendo alharacas y bromas o cocinando los más suculentos manjares para satisfacer los deseos del infante y al mismo tiempo se encontraban aterrorizados por si sus números circenses no terminaban de complacerle o descubría lo que realmente pensaban.
Como solía ser habitual, el capítulo estaba filmado con un ritmo impecable. Era realmente una delicia. Una golosina fílmica. Aunque no me interesa hoy tanto apuntar allí sino a la subversión de valores que presentaba. Al hecho de que fuera un niño quien controlara a sus mayores. Porque creo que, lentamente pero sin pausa, la educación está virando hacia allá por diversos motivos que sería muy largo analizar. Puesto que cada vez existen menos límites para la satisfacción de los antojos infantiles y adolescentes y más restricciones a la autoridad paterna. Un hecho que tal vez acabe provocando el nacimiento de generaciones de monstruosos niños parecidos a los descritos por Rod Serling.
Sea o no exacta esta involuntaria profecía, lo que sí es cierto es que los raíles para que pueda ocurrir en el futuro están ya implantados con firmeza en Occidente. Y probablemente -dicho esto con la voz telúrica y potente de un espectro- sea sólo cuestión de tiempo que lo podamos certificar. ¡Ja,ja,ja,ja,ja.! Shalam
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