¡El irlandés! ¿Qué se puede decir de este filme? Yo creo que es una experiencia más que una obra de arte. Hubo momentos en que me pareció cansino, feo, sucio. Pensé que Scorsese había perdido todo el fuelle que le quedaba. Me encontraba intranquilo. Movía mis dedos continuamente. A mi mente venían continuamente escenas de Casino, El padrino, Uno de los nuestros, Los Soprano o Boardwalk empire mucho mejores que las que estaba contemplando en esos instantes. Pero en un momento dado, se hizo el silencio. No sé concretamente qué fue. Si una mirada perdida y desesperanzada de Robert De Niro, el brutal diálogo de Al Pacino y Stephen Graham en un bar o los ojos de Joe Pesci moviéndose despacio y con cierto cansancio pero comencé a conectar completamente con las imágenes, me quedé con la vista fija en la pantalla, sentí que algo especial, casi sobrenatural, estaba ocurriendo ante mí y hoy, veinticuatro horas después, continuó rememorando muchas de las escenas de esta ópera crepuscular.
En realidad, no sé si alguien ha llegado tan lejos en el cine de gángsters como Scorsese en los últimos treinta minutos de este invernal obra. De hecho, sin ese triste y solitario final, El irlandés me parecería una película fallida. Interesante, sí, pero fallida. Pero esos últimos minutos le dan relieve y trascendencia total. Un sentido absoluto. Precisamente porque el director italoamericano rompe al fin todos los esteriotipos, deja de citarse a sí mismo y al resto de míticos filmes dedicados al hampa y avanza hacia lo desconocido. Filma la cita con la muerte de un asesino a medida que los colores se oscurecen y la vida se apaga y lo hace con una sordidez y autenticidad conmovedoras. Mostrando las heridas, la aridez y las arrugas. La incontestable derrota.
El irlandés es una cazadora negra gastada. Un viejo cadillac circulando por una autopista moderna. Un whisky muy sobrio de esos que se toman en las ocasiones importantes. Una obra sobre la vejez, la soledad y el olvido y también sobre la ausencia de Dios en tiempos de capitalismo salvaje cuyo mensaje creo que condensa perfectamente la escena en la que el personaje interpretado por De Niro, Frank Sheeran, se confiesa ante un sacerdote sin llegar a arrepentirse del todo. Básicamente, porque tanto su obstinación en afirmar sus actos criminales como su ausencia de remordimientos resumen las bases sobre las que se cimentó el país norteamericano para Scorsese. Esto es; que en la vida no hay más que carne. No hay más que intereses. No hay otra ética que joder para que no que te jodan. Y es mejor ir al infierno que morir pobre. Todo de hecho es soportable -la incomunicación familiar, haber matado a un buen amigo o haber sembrado el temor- con tal de no ser un capullo más. Con tal de no ser un perdedor. Shalam
الشاب يمكن أن يموت ، لكن الرجل العجوز لا يستطيع العيش
El joven puede morir, pero el viejo no puede vivir
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