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Melisandre

Jul 11, 2019 | 0 Comentarios

Si existe un personaje misterioso e hipnótico en Juego de Tronos ese es Melisandre. ¿Qué mareas y horrores han contemplado esos ojos?, se pregunta inevitablemente el espectador al verla aparecer en escena. La actriz que la interpreta, Carive Von Hauten, borda el papel. Afila esos ojos inquietos y extraños que parecen atravesar muros y adivinar oscuros secretos de las almas y entiende la importancia de pequeños gestos que ayudan a terminar de caracterizarlo como es el caso de la sobriedad con la que cierra la boca o la severidad con la que mueve el mentón. Ínfimos detalles que sin embargo nos dicen tanto de esta telúrica mujer como sus métodos de adivinación, su íntima, sexual y sagrada relación con el fuego así como su capacidad de someter y seducir almas de nobles con su voluntad.

En la mayoría de relatos de espada y brujería clásicos, los héroes llegan a ciudadelas fortificadas en medio de las que aparecen siniestras hechiceras que confunden sus sentidos y juegan con sus almas. Pero estas brujas desaparecen de la historia tras ser derrotadas por la habilidad y consistencia de los guerreros sin dejarnos más información sobre ellas. Sabemos de sus extraordinarios poderes ocultos y que han vivido cientos años pero muy poco más. Su misterio muere con ellas. Y no podemos seguir su desarrollo y evolución como personajes porque su aparición -por lo general espectacular y apabullante- se basa exclusivamente en su papel de villanas. Opositoras del héroe principal por algún motivo que nunca sabremos. Siempre desconoceremos.

Si bien en este caso, continuamos sin poder ahondar en muchos de los episodios centrales de la vida de Melisandre. No tenemos datos fehacientes sobre su transformación en un espíritu errante e inmortal ni de cómo se convirtió en sacerdotisa de culto del dios R’hllor, sí que tenemos un mayor contacto con su personalidad. Podemos captar tanto su seguridad sobrehumana como las dudas que la embargan. La tremenda ambigüedad de un alma que parece en según qué momentos encontrarse en dimensiones lejanas y en otros, atrapada por los poderes salvajes de los mundos inferiores.

Lo cierto es que Melisandre roba cada escena en la que aparece. Pues a pesar de su ambición y que en su obcecación por seguir los dictados de su dios llega a sacrificar a inocentes y provocar la muerte de miles de soldados en batallas infaustas, no es una malvada sin aristas. Todo lo contrario, es una mujer inasible. La viva imagen de los misterios de la creación. En cierto sentido, es más un ser torturado que negro y oscuro. Alguien que sacrificó su vida por amor a una divinidad superior, halló en el fuego su destino, y ha seguido a rajatabla su compromiso contra todo obstáculo. Más por fidelidad y lealtad a la Verdad que por ambición y deseos de omnipotencia. De hecho, su único deseo es que se cumplan los designios de su misterioso Señor. Y está dispuesta por supuesto a matar por ello pero también a morir. Lo que la sitúa en otro plano alejada del común de los mortales. Es, sí, más conjuro y enigma, flujo de vida en movimiento, una astilla de madera ardiendo, que cuerpo carnal.

Una palabra, una mirada, un movimiento de manos de Melisandre dice tanto sobre los misterios del Aveno y el cosmos como un violento amanecer, los rugidos de un volcán o la sangre derramada de un lobo. Melisandre es la síntesis del poder femenino. Del deseo sagrado. No necesita pronunciar discursos ni imponerse por la fuerza para reinar. Le basta con una mirada para seducir y sobajar. Para conducir ejércitos. Emitir silenciosos dictados que siguen tantos reyes como plebeyos. Por eso, a pesar de que se expone a sí misma frente a situaciones peligrosas, nunca se muestra. Parece portar un velo sobre su corazón y líneas de la mano. Sabe muchísimo más de lo que dice. Y lo que sabe muere con ella. Queda oculto entra las sombras de ese mundo espectral que sus ojos invocan, alejan y acercan a la vez, como si su misión no fuera tanto imponerlo sino advertir de su presencia. Sugerir, dejar entrever con voz baja los remolinos caóticos que se forman de tanto en tanto en los vientres de los dioses. Shalam

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La perfección es muerte; la imperfección arte

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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