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Ese bonito cadáver

Dic 9, 2014 | 0 Comentarios

Últimamente, cada vez que escucho aquella frase -«Vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver»- que James Dean popularizara o, más bien los publicistas que se aprovecharon de su temprana muerte (puesto que en realidad pertenecía a la película de 1949, dirigida por Nicholas Ray, Llamad a cualquier puerta), no puedo evitar relacionarla con el austericidio cometido actualmente en Europa y determinadas políticas neoliberales que se fueron implantando en EUA durante el siglo XX.

En realidad, si nos fijamos, esa frase tan mitificada y expuesta como un mantra en todo tipo de ámbitos culturales es una invitación al suicidio. A la destrucción. Una esquiva forma de hacer atractiva la muerte destinada a un colectivo de jóvenes norteamericanos que, atraídos por esta estética del vacío, olvidaban luchar a favor de sus derechos y se mostraban sumisos e indiferentes a la privatización del espacio público y universidades. Una privatización que además era presentada como deseable frente a la colectivización estatal comunista.

En realidad, esta frase no era más que la traducción de una idea que se pretendía inocular en el inconsciente de los jóvenes occidentales: gozad, consumid sin descanso y cabeza, tened sexo, drogaros y moriros. No seáis un estorbo para el sistema y menos una voz contraria a los planes que las élites socio-económicas están implantando. En resumen, moriros o convertiros en zombies. Y de ahí, la glorificación de enormes artistas como Jim Morrison, Brian Jones o Janis Joplin.  Héroes muertos a través de los que, de manera indirecta, el sistema hacía comprender lo inútil de toda lucha y resistencia puesto que su seguro fin era el fracaso, la derrota. ¿Justicia, igualdad, vitalidad, mundo dionisíaco, revolución? «No en esta vida», era el perverso matiz escondido tras la idea de aquel bonito cadáver que no protestaría más ni se le ocurriría levantar la mano en una manifestación.

Del mismo modo, la sacralización de la muerte juvenil ayudó a la progresiva peterpanización de una sociedad en la que se trataba de que tan sólo los adultos adeptos al sistema estuvieran en puestos de poder, manejando los destinos político-económicos del mundo y el resto, vivieran en el universo del consumo del que formaban parte el rock y el pop. Puesto que la idea era que desde los ancianos hasta mediocres empleados de empresas pudieran vestir Adidas o emocionarse con una sinfonía pop, bailar break dance, follarse a un conejita playboy o probar tal y cual marca de whisky y, a poder ser, no se introdujeran en los grandes temas de la geopolítica nacional e internacional.

Y por ello, en cuanto las hordas hippies y pacifistas de Woodstock consiguieron movilizar masas de jóvenes concienciados y necesitados -puede, sí, que inocentemente- de un cambio, el movimiento se cortó de raíz criminalizando las muertes acaecidas en el festival de Altamont o acusando de vagancia y asocialidad a sus miembros. Y, por supuesto, tachándolos de drogadictos, cuando hasta ese momento eran precisamente las élites las que necesitaban tener drogadas a amplias masas de población tanto para manipularlas y que les sirvieran como cobaya a sus experimentos como para que no reaccionaran de modo violento a cualquiera de sus medidas. Siendo precisamente esas mismas élites las que se encargaron de introducir LSD en mal estado y sustituirlo por la droga por excelencia del consumismo, la cocaína, para terminar de disolver estas hordas y destruir definitivamente sus ideas consideradas ahora como «utópicas».

En fin. Con el tiempo, he de confesarlo, tras cada una de las glorificadas muertes del rock y el cine, observo una manipulación que me provoca tristeza. Encuentro violencia. Destrucción de voluntades e ilusiones. La necesidad neoliberal de que, como ya he dicho, los jóvenes -a no ser los previamente formateados en sus universidades y escuelas generalmente privadas- no se introdujeran en política y además, no tuvieran como horizonte en sus vidas, la vejez.

Un hecho que tiene mucho que ver con la progresiva criminalización que se está realizando de los pensionistas y jubilados que, si en el fondo, no se termina de ejecutar es porque en lo que se refiere a España, terminaría de destrozar y hacer caer todo el sistema. Lo que no significa que, si fuera posible, desde luego que sería un plan que se llevaría a cabo hasta el final ya que se trata en el fondo de «vivir deprisa, morir joven y dejar un bonito cadáver». Además, la vejez es pozo y fondo de sabiduría que por lo general demuestra que el alma que ha llegado allí es fuerte. Resistente. Y, a este respecto, se trata de que se considere la vejez o bien como un incordio, un estado del que avergonzarse o bien un lujo que sólo unos pocos deberían poder permitirse.

Finalizando ya, sugerir que tal vez sea yo demasiado escéptico pero si algo me ha enseñado vivir inmerso en una cultura neoliberal es a buscar el mensaje real inoculado tras cada una de las enseñanzas introducidas en el sistema en forma de logos y slogans. Pienso por ello que una gran parte de la cultura rock y pop fue permitida porque servía para despolitizar a la sociedad. Distraerla. Acomplejarla (esos rockeros erigidos en símbolos sexuales inalcanzables), anularla y esclavizarla mientras se le proponía y sugería una liberación absoluta de vestimenta, costumbres y moral. Y en este sentido, el que se construyeran auténticas obras de arte dentro de estos géneros no fue para las élites más que un accidente que debían en cierto modo permitir si querían proseguir con sus planes. Al fin y al cabo, mientras los jóvenes tuvieran la cabeza y la nariz introducida en esos discos -fueran mejores o peores- y no en asuntos del estado, todo continuaba o podía seguir funcionando bien para ellas. Shalam

 عِنْد الشدائِد يُعْرف الإخْوان

 Vence al enemigo sin manchar la espada

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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