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Impasible

Mar 5, 2019 | 0 Comentarios

Buster Keaton era el anticómico. Eso lo detectó muy bien Samuel Beckett. Quien no interpretó su rostro circunspecto e indiferente como una máscara sino como la verdadera realidad de una persona depresiva y trágica. Un genio que utilizaba el humor para huir de sí mismo y acabó sus días alcoholizado y solitario incapaz de imponerse a la mediocridad de la vida y a la esbelta inteligencia que poseía.

Keaton era, sí, un artista que, tal y como el dramaturgo francés mostró en Film, tal vez no actuaba en sus películas sino que posiblemente era como se mostraba en ellas. Un vampiro expresionista vorazmente curioso pero a la vez, depresivo, anárquico y autodestructivo. Incapaz de exteriorizar sus sentimientos o al menos de darlos a entender con claridad. Algo que habla perfectamente del tamaño de su talento. Puesto que, en sus mejores momentos, sin necesidad de gesticular como un mono ni echar mano de trucos y excesos, fue capaz de levantar auditorios enteros enfervorizados con sus películas y la original manera que tenía de concitar el humor tan distinta, por ejemplo, a la de Charlie Chaplin. Pues este último apelaba al corazón de los espectadores, a su nobleza y lástima, e incluso a sus sentimientos políticos y civiles y por el contrario, Keaton se mantenía absolutamente imperturbable y más que acariciar el corazón de sus fans, lo golpeaba. Más que buscar su empatía, los sacudía y en cierto sentido, exigía su admiración.

Keaton era un punk. Un nihilista del humor. Convertía sus disparates y bromas en bombas. Era un actor absurdo mucho antes de la existencia del teatro del absurdo. Un diletante lúcido que sacaba petroleo de la chulería y la inteligencia. El icono moderno por excelencia. De hecho, no trabajaba tanto los contenidos como la forma de sus obras y no le importaba tanto el mensaje como destrozarlo y cuestionarlo todo. Tenía muy claro desde luego que el cómico era un ave libre y solitaria. Un destructor de ilusiones y convenciones. Y que para trascender, el humor debía convertirse en metralla corrosiva. Romper y quebrar códigos sociales. Los roles y el ego.

A los filmes de Keaton se les puede agregar tanto música de Sex Pistols como de Mozart. Unas gotas de Satie como unas cuantas guitarras de The Damned. Porque en su mayoría son comedias perfectas. Estilizadas y elegantes. Pero también se encuentran llenas de puñetazos a la burguesía que no es de extrañar que hicieran las delicias de Luis Buñuel. De hecho, en gran medida, Keaton era la encarnación pura del fantasma de la libertad. Un espíritu sombrío y alejado de la vida que parecía vagar por la vida sin un objetivo claro. Aunque no obstante, tanto su aspecto como el rictus de su rostro contrastaban con las aventuras que debía emprender y el ánimo que ponía para salir de situaciones trágicas. Una característica que engrandecía su intervención en sus películas Puesto que su mérito no radicaba tanto en la evolución de su personaje sino en la genialidad de sus gags. La manera en que resolvía y salía de situaciones haciendo gala de un humor disparatado y, en cierto sentido, negro. Ácido y virulento.

En realidad, Keaton era un dibujo animado andante. Un precedente del Coyote, el Correcaminos o la Pantera Rosa. Podría haber muerto o resucitado una y mil veces en cada una de sus películas sin que esto le hubiera importado a los espectadores. Lo que hace aún más meritorias sus obras así como su empeño en desarrollar una historia hilarante y continua. Algo que supongo que era necesario por razones de taquilla pero que a él imagino que le daría absolutamente igual. De hecho, Keaton era y es moderno además de por todo lo referido con anterioridad, porque no hace falta ver sus obras totalmente para disfrutarlas. Podemos desgajar un gag de ellas y disfrutarlo en soledad. Podemos extrapolar y sacar escenas de su contexto y seguirán haciéndonos gozar por igual. Pues era un hombre al que le bastaba situarse ante la cámara y tocarse la frente o guiñar un ojo para provocar interés y hacernos entender lo estúpidas que son la mayoría de cosas por las que luchamos diariamente en la vida, todo ese vacío mental y espiritual cotidiano, y además hacernos reír. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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