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Kill city

Sep 9, 2014 | 0 Comentarios

Kill city (1975) es un disco arisco y crudo en el que se siente tanto la influencia hippie como la del futuro punk rock. Lo que lo convierte en una obra singular. Un grito libertario y enfermo situado en un lugar peligroso: el jardín de un sanatorio, una habitación cerrada o una ciudad maldita. La guitarra de James Williamson chirría, grita como si alguien la estuviera estrujando contra la pared. Parece un filete frito cosido a balazos, un perro hambriento o incluso el grito de un hombre torturado. Pero a pesar de ser un barco de vela destructivo, Kill city no inocula en el oyente únicamente desesperación. Al contrario, transmite también serenidad, calma. Tranquilidad. La paz del condenado a muerte que no tiene nada que perder. De aquellos a los que no les importa ya amar u odiar y quién sabe si alimentarse pues únicamente aspiran, llegados a un límite de sus vidas, a respirar.

Amo, sí, Kill city. Un puñado de plástico que huele al rock stoniano del Exile y a las más perversas, aniquiladores canciones de The Stooges, que no rehuye además la experimentación. Fluye y se deja mecer de tanto en tanto entre lunáticos saxofones y excéntricos teclados de tonalidades oscuras mientras Iggy berrea como una morsa, recita himnos enfermos a la inadaptación y crea poesía de la mugre y la violencia. Llegando adonde únicamente lo hacen los muy grandes. Esto es; a definir estados de ánimo, los tiempos que se están viviendo, toda una época, sin tener por qué aludir a ella. Simplemente dejándose llevar. Alzando las velas y dejando que el viento conduzca un barco sin timón ni provisiones. Y casi sin pasajeros.

Exactamente, Kill city es un caballo loco e incontrolable. Un automóvil cuya finalidad no es otra que estrellarse contra la pared. Construido  sin parachoques ni guardabarros. Un arma suicida con el que disparar a diestro y siniestro a cientos de fantasmas en una isla desierta. Un muñeco de juguete que se destroza en las manos de los enfermos. La boca ensangrentada de un payaso angustiado. Tu madre diciéndote que le gustaría follarte.

Casi en un estado terminal, con la mente torturada y el cuerpo a punto de estallar, Iggy y James grabaron este disco perturbado y franco. Una inmersión en un río de agua caliente que quema la piel por momentos y agota el aliento. Una monstruosidad por la que desfilan toda una serie de seres anormales: travestis, indigentes, perturbados o yonquis que no encuentran ningún refugio en el que respirar. Y lo más probable además es que no lo hallen jamás. Porque si alguien se apiada de ellos y les ofrece un vaso de agua, lo más lógico es que contenga veneno. O matarratas. Varias de cuyas gotas se encuentran esparcidas por esta tremenda violación musical. Esta oda barata a las calles compuesta a mayor honor de los muertos. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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