¿Cuántos años han pasado desde la publicación del primer disco de Van Halen? Prácticamente cuatro décadas y sin embargo, mantiene intactas varias de sus características esenciales: su frescura, su magia y su actualidad. De hecho, alguien podría decirme que apareció antes de ayer y yo al menos me lo creería. No obstante, y a pesar de ser un disco más fresco y moderno que la mayoría de los grabados durante el 2017, tiene algo añejo y casi místico. A veces tengo la impresión de estar penetrando en una iglesia cuando lo escucho. Pero, eso sí, una iglesia de la diversión. Básicamente, porque Van Halen consiguieron hacer de la fiesta un acontecimiento. Le dieron estatuto divino y casi santo al placer con su música a través de una serie de impresionantes himnos ideales para tatarear en las playas, piscinas, en medio de acampadas en los bosques y, por supuesto, hacer el amor.
Seré lo más claro y franco posible. Van Halen I es el disco que para mí mejor refleja lo que es un sábado para un niño o un adolescente. Más aún, lo que es un sábado en general. Escucho los memorables riffs de Eddie Van Halen con su guitarra o los aullidos de David Lee Roth e inmediatamente, acude a mi mente una palabra en amplias mayúsculas: SÁBADO. Una palabra que cada persona interpretará a su manera pero que, sin dudas, trae consigo un aroma de felicidad total y absoluta. Para algunos, sábado es sinónimo de olas de mar, partidos de fútbol en la tierra y un atracón de dibujos animados. Y para otros, tal vez sea similar a sexo libre, series de tv intrascendentes y sumamente divertidas y una mesa llena de juegos. No importa demasiado teniendo en cuenta que, en verdad, para cualquier ser humano que no haya perdido jirones de su alma o corazón, un sábado siempre será algo especial. Una utopía hecha realidad que, de alguna forma, este espectacular primer disco siempre permite rememorar no sólo por sus entrañables canciones y versiones sino por la producción casi marciana, llena de ecos y profundidad, llevada a cabo por Ted Templeman. Un pieza de orfebrería rockera que consigue sacar la música de Van Halen de su tiempo, introduciéndola en una especie de cápsula o cohete atemporal que, en cierto modo, la hace eterna. Convirtiendo el disco tanto en un alucinado retrato del fin de una época salvaje -los 70- la vida en los institutos y el futuro hedonismo que reinaría en los 80 como en un esbozo casi secreto de la música popular americana. La que sonaba en los clubs pero también en los platós televisivos. La mezcla perfecta entre James Brown, Frank Sinatra, el musical cinematográfico y el hard rock adolescente. Una gozada.
Van Halen I es un disco excesivo. Glorioso. Una maquina de funk y rock. Un paquete de Marlboro lleno de adictiva nicotina. El hard rock asomándose a los clásicos populares e incluso a la música disco sin necesidad de utilizar una orquesta jazzística o bases de ritmos programadas. Basta, por ejemplo, escuchar los maravillosos coros femeninos que aparecen en prácticamente todas las canciones del disco para constatar que, en cierto modo, es el cielo rockero bajando a la tierra. Un disco surreal, casi venido de otro planeta pero que, sin embargo, tiene una pegada increíble. Es directo y fulminante. Una extraordinaria sublimación del deseo y la líbido adolescentes. En suma, es uno de los más impresionantes orgasmos engendrados jamás por la música norteamericana. Shalam
إِنْ سَرَّكَ الأَهْوَنُ فَابْدَأْ بِالأَشَدِّ
La mayor desgracia de la juventud actual es ya no pertenecer a ella
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