Terminé ayer los diarios de Chirbes. Contrariamente a lo que creía no me invadió la nostalgia. No derramé ninguna lágrima. Los cerré y agradecí al momento haberlos leído, haber podido penetrar en la intimidad de aquel hombre tan lúcido, tan sencillo y al mismo tiempo tan mordaz. Un escritor discreto cuyas reflexiones eran más incisivas que los cortes de un experto carnicero a una pieza.
Chirbes era muy leve y, a la vez, intenso. Estas dos cualidades son muy difíciles de conjugar. Nunca se hacía pesado. Era grácil. Su escritura tenía aroma a clásico latino. Cuando uno lo lee, no puede evitar sentir el lento crecimiento de los limoneros y naranjos a su alredor. El fluir del agua de los arroyos y ríos de la región valenciana. Pero al mismo tiempo, hay algo cortante en su prosa. Chirbes golpeaba frontalmente pero lo hacía de manera inesperada y fatal. Una reflexión suya valía por decenas de insultos o improperios, chulerías, sacasmos de otros escritores. Su prosa era seca pero con una mordiente y un lirismo que la hacían irresitible. Cuando Chirbes apuntaba solía dar en el clavo. Tumbaba a su contricante sin aparente esfuerzo. Dejándose llevar por la lógica y la inteligencia. Sin recurrir a excesos.
Tal vez, en algún momento, Chirbes nos pudo parece un señor pasado de moda. Nos equivocamos. Los que ocurría es que nosotros estábamos absorbidos por las modas. Las fluctuaciones. Estábamos siendo manipulados por cánticos de sirena. Toda esa historia rara de la metanarrativa, los embrujos de la vanguardia, la literatura del yo.
En fin. Mientras tanto, Chirbes simplemente estaba pensando, escribiendo, dialogando con su tiempo, mirando con su habitual profundidad los acontecimientos políticos, leyendo a Balzac, a Homero, a Horacio, a Galdós y también a los contemporáneos desde su propio prisma, con esa tranquilidad que dan la sabiduría y los años. La cultura vivida y leída. Los grandes frescos literarios de todas las épocas.
En el primer y el segundo tomo de los diarios me sorprendieron sobre todo las descripiciones de sus encuentros sexuales. El Chirbes joven era un depredador sexual. Buscaba furtivos encuentros, parejas con las que darse constantes homenajes y celebrar la vida. Era un epicúreo de tintes ácratas que, nunca mejor dicho, no se casaba con nadie. Ni en la vida ni en la política ni en literatura. De hecho, siempre mantuvo su independencia. Pocos han fustigado más y mejor (donde más duele, donde hay que hacerlo, allí donde no tienen excusa) al PSOE de Zapatero o al PP de la comunidad valenciana. Pocos han expuesto con mayor claridad y sinceridad las vergüenzas de la socialdemocracia, las grandes mentiras de la Transición sin necesidad de convertirlas en fuente de inspiración literaria. O más bien, de negocio literario.
En esos primeros tomos, me impresionó también su conciencia de la carne. Algo que explica su lúcida disección de la burguesía y el lumpen valenciano en sus últimas novelas. También me encandilaron sus escritos gastronómicos. Chirbes te hablaba de quesos y parecía que estaba uno recorriendo el cuerpo desnudo de una oveja. Bañando la mano en la leche antes de ser curada. Disfrutando de un banquete con Rabelais y Stendhal. Chirbes te hablaba de un plato de arroz y no es que sintieras su sabor sino que casi que podías palpar la textura del grano y familiarizarte con las vidas de quienes los cultivaban. Y lo mejor es que lo hacía de manera tan natural e incisiva como la utilizada por el Marqués de Sade para referirse al sexo. Consciente posiblemente de que sexo y gastronomía son un par inseparable. Un ingrediente vital para el brotar de la fecundidad y el erotismo.
Además de su alusiones constantes a su soledad, a su debilidad y a sus achaques, me han fascinado varios aspectos del último tomo de estos diarios. Por ejemplo, el modo en el que acepta y recibe el éxito de sus últimas novelas. Casi como una rutina. Como un trámite. Por un lado, lo comprendo. Decía Jesús maestro que él se empeñó en conseguir una Cátedra para que no lo tacharan de envidioso al decir que ser Catedrático está sobrevalorado. Que en el fondo, es un puto y rutinario negocio. Lo que no significa precisamente que no haya catedráticos dignos. Todos sabemos que el cine es un negocio pero eso no significa que no haya cineastas valiosos. Si esto lo dice un principiante, queda mal. Es un ignorante. Tiene envidia. Si lo dicen Coppola y Scorsese todos asentimos al instante. Nadie lo discute.
¿Es necesario explicar esto más?
Creo que algo así le pasó a Chirbes. Y también a Sergio Pitol. Ambos eran escritores (a Sergio lo traté mucho en persona y puedo jurar que era un señor encantador) que parecían decirnos a quienes empezábamos que para lo único que sirve el éxito (más allá del dinero) es para poder expresar sin rubor, sin que nos tachen de envidiosos, que el éxito no sirve de nada, que es un fino y sutil mentiroso. En el fondo, un vil enmascarado. Y que, al fin y al cabo, lo que importa son los libros. Nuestros amigos de verdad. Muy pocos. Uno, dos. Nuestros amores. Y poco, muy poco más. Al fin y al cabo, todos terminaremos siendo pasto de gusanos y de microbios.
No puedo dejar pasar las invectivas de Chirbes contra unos cuantos personajes de la literatura española. Más que nada porque nadie diría que fuera proclive o capaz de ello. Chirbes se reconoce débil. A Chirbes dan ganas de abrazarlo. Dan ganas de sacarlo a pasear, de darle cariño. Chirbes daba la impresión de ser una excelente persona. Con sus vicios, claro, que lo hacían más humano y más querible. Pero al mismo tiempo, como dije al principio del avería, tenía la mirada entrenada, la sagacidad suficiente para defenderse de ataques y señalar los errores de sus pocos adversarios.
Me llama la atención, por ejemplo, su velada disputa con Vila-Matas. Un escritor ajeno en principio a todo este tipo de rivalidades al que Chirbes pilla en algún renuncio. Alude, por ejemplo, a uno o dos artículos en los que entiende que se está refiriendo a él, atacando su literatura por realista.
Chirbes va más lejos aún. Cita un pasaje de Kassel no invita a la lógica en el que percibe que el escritor catalán está hablando de En la orilla: «Hablamos de la dificultad tan española para admitir el arte sin mensaje, para aceptar una literatura sin el toque necesariamente humanista en su vertiente comunista. La literatura española, dijo Chus,estaba todavía antes de Manet, por eso ella había dejado el país, de verdad, no podía más, la crisis económica había servido de excusa para que volvieran las cañas y barro de los realistas, siempre igual, qué terquedad tan grande, qué insistencia en reproducir lo ya existente»
A esto responde Chirbes de esta guisa: «Me doy unos cuantos golpes de pecho. El pecado de haber vuelto a traer las viejas cañas y barros del realismo».
Más previsibles (a fuerza de ser totalmente razonables) me parecen, sin embargo, sus palabras sobre Ignacio Echevarría. El crítico. No las voy a reproducir. Búsquenlas en las últimas cincuenta páginas y saquen ustedes mismos sus propias conclusiones.
Por otra parte, me parecen muy sugestivas sus lecturas de literatura mexicana. Yo he leído la mayor parte de las que cita. Y debo decir que estoy de acuerdo con casi todas sus opiniones.
Concuerdo completamente con su visión de Rulfo, Mariano Azuela, Carlos Fuentes y Rosario Castellanos. Un poco menos con la de Juan Villoro. Repecto a su mirada sobre la obra de Bellatin tendría que dedicarle un avería al completo para poder manifestarme con propiedad.
No creo, a decir verdad, que Bellatin sea un timo. Si El gran vidrio lo es probablemente lo sea porque la obra de Duchamp también lo era. Y ya sólo por eso, merecería la pena estudiar esa novela. En cualquier caso, tampoco estoy de acuerdo en que Bellatin sea ese genio que yo mismo creí que era en otros momentos de mi vida. Ni tanto ni tan poco. Aún estamos por encontrar el sitio de Bellatin en la literatura. Tal vez el olvido total. Puede que un capítulo aparte en la literatura contemporánea. ¿Quién lo sabe?
De lo que no cabe duda es del lugar de Chirbes en la literatura española: central. Quien tenga alguna duda que lea estos diarios y luego sus artículos y ensayos críticos, y luego Corrección y En la orilla. El primer Chirbes tal vez tan sólo era un buen escritor. Acaso un muy buen escritor. Pero el último era un gran, enorme escritor. Un señor más lúcido, franco y veraz que el común de los mortales, que el común de los escritores y de los artistas. Shalam
والرجل الذي يفهم الله سيكون إلهاً آخر
El hombre que comprendiese a Dios sería otro Dios
1imagen….va agitado, no al presente, adelanta al pasado sin saber donde se dirige….
2imagen….tabaco cordon umbilical y condicion de mamifero….
3imagen….me preparo una orilla con las cañas borradas….(solucion al problema)….
4imagen….tres codigos de la ceramica iberica: 1color blanco humano….2color almagra roja dientes de lobo….3color azul ajedrezado(hojas de hiedra) en los mantos….me paro un momento…..
5imagen….collage oriental (cine panoramico tres pantallas)…(la conquista del oeste)….sonrisa….
PD….https://www.youtube.com/watch?v=O-sVpVIovKk…bob dylan…1973…original…knocking on the heaven,s doors…..
PD….y este sorteando penas, mercy, mercy, mercy…..
https://www.youtube.com/watch?v=3VPzFgS5DLI…..jo,jo,jo…..
1) El rostro de un escritor presionado. ¿Cómo vivir sin los actos sociales y cómo vivir con los actos sociales? De esa tensión saca fuelle para escribir. 2) Fumar mata pero da placer. 3) Blasco Ibáñez. Cañas y Barro. ¡Amunt Valencia! 4) Conexión directa con Iberia. Con Romulo, Catulo y Virgilio. La Hispania latina mecida en el cedro griego y el sabor a paella valencia. Se vive bien en el Levante. 5) Disney Kassel. Disney vanguardia. Disney Oriente. Una hamburguesa, un buen rollito y a Kassel que no invita a la lógica pero sí al consumo. PD: Bonitos homenajes. Seguro que Chirbes se encuentra en el cielo. También en el cielo literario si lo hay. Aunque tal vez Vila-Matas se queje un poco al verlo hay. Se aparte y oculte para no coincidir.