AVERÍA DE POLLOS: Inicio E Deportes E Un pionero (1)

Un pionero (1)

Abr 5, 2024 | 2 Comentarios

Dejo a continuación un nuevo avería dedicado en esta ocasión a un ciclista norteamericano que brilló con luz propia en la década de los 80 del pasado siglo: Greg Lemond.

En próximos días, publicaré el segundo.

Hoy por cierto me centraré en determinados aspectos de la vida de Lemond y en el próximo avería, incidiré plenamente en los resultados deportivos.

Ahí voy.

Un pionero (1)

Greg Lemond es uno de los más carismáticos ciclistas modernos. Antes de él no era en absoluto habitual encontrar corredores norteamericanos disputando clásicas y vueltas menores por Europa y, mucho menos, con garantías de conquistar el Tour. Cuando la elegante silueta de Lemond comenzó a planear por el ciclismo europeo, EE. UU. era una potencia deportiva temible pero ninguno de sus deportistas había logrado hacerse un hueco importante en el ciclismo. Una frontera que, antes o después, se iba a romper. Y el encargado fue Lemond. Un muchacho que si por un lado generó expectación y curiosidad en los aficionados también provocó ciertos reparos en quienes lo veían como un advenedizo.

En cualquier caso, Lemond era un hombre sencillo, bastante cortés y amable. Si bien era un ganador, no era el típico tiburón. Su carácter era en casi todo distinto, por ejemplo, al de Lance Armstromg. Lemond era un buen compañero. Un chico tímido que se hacía querer y además, era un excelente ciclista. Así que fue aceptado y acogido con cariño por un público que, de haber sido un poco orgulloso, lo hubiera catalogado rápidamente en el grupo de los típicos engreídos yanquis. Algo que chocaba con la sencillez de su carácter.

Lemond era un ganador nato, sí, pero no parecía estar dispuesto a ganar a toda costa. Era un triunfador humano que mostraba debilidades y era empático con público y compañeros y eso lo convirtió rápidamente en uno más del pelotón. Más aún si tenemos en cuenta que dos de sus grandes rivales fueron ni más ni menos que Bernard Hinault y Laurent Fignon. Dos personalidades complejas y temibles cuyo ego, orgullo y rabietas superaban en muchas ocasiones sus magníficas prestaciones ciclistas.

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Lemond desembarcó en Europa porque en Estados Unidos lo ganaba todo desde que era casi un niño. Alzó los brazos en tantas carreras que, siendo un adolescente, lo pusieron a competir en Juniors con muchachos mayores que él. Lemond, estaba claro, era un elegido. Pero no se sabría cuánto hasta que no se probara en las carreteras de Italia, Francia, Suiza o España.

Su primer contacto con las mismas se dio en 1980 y fue fascinante. Viajó con el equipo nacional norteamericano completando excelentes participaciones en distintas carreras y mostrando una frescura y un desenvolvimiento inusuales sobre la bicicleta que llamaron la atención del gran Cyrille Gymard, que lo fichó para su Renault. Pero lo más importante es que, durante aquellos meses, Lemond se enamoró de la cultura ciclista europea, de los grandes puertos, de la afición que su actividad favorita despertaba y la mitificación de muchos de sus grandes ídolos. Se dio cuenta de que el ciclismo era un deporte épico. Casi más que un deporte. Una historia de héroes de la que él podía formar parte si mantenía la disciplina adecuada.

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Varios aspectos llamaron la atención de Lemond durante sus primeros años como profesional. Para empezar, su talento para las clásicas. Contrariamente a lo que se suele decir, Lemond sólo se convirtió en un hombre Tour a partir de su accidente de caza. Antes, era un todoterreno que disputaba un sinfín de vueltas menores y, sobre todo, disfrutaba disputando clásicas, en las que casi siempre ofrecía un rendimiento notable. De hecho, si su pálmares como clasicómano no es lo suficiente decoroso se debe a que tuvo la mala suerte de coincidir con un Sean Kelly que le arrebató un puñado de triunfos en los metros finales. Por más que su nutrida experiencia en las carreras de un día es clave, a su vez, para comprender la suficiencia y habilidad con la que logró sus dos triunfos en el Mundial de Ruta (1983 y 1989) y la medalla de plata en el celebrado en Praga en el 82.

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Lemond era un muy buen contrarrelojista, un buen escalador y, sobre todo, un estratega nato. Alguien cerebral que sabía esperar su momento y jugaba con mucha inteligencia sus cartas. Lemond sólo era un 10 en cabeza pero como en el resto de las disciplinas bordeaba el sobresaliente, era un ciclista temible al que sólo había que pulir para convertir en supercampeón. Algo que Cyrille Guimard hizo a la perfección. Tanto es así que no le hizo debutar en el Tour de Francia hasta 1984, tras un proceso de aprendizaje que hizo que su tercer puesto en su primera participación resultara tan natural como ver salir el sol. Los hay que aseguran que, de no formar parte del mismo equipo, podría haberle disputado la carrera a Fignon, aunque no es eso del todo cierto porque aquel año el francés estaba intratable. Era un veloz rayo sobrevolando los cielos. No parecía pedalear sino romper los pedales. De hecho, Fignon fue capaz de una osadía increíble hasta aquel año: reírse del propio Hinault al que doblegó en ciertos momentos de la carrera como si fuera un adolescente.

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El aspecto mental y el saber estar de Lemond tienen mucha más importancia de lo que parece. Es, sobre todo, su estabilidad psíquica la que considero que lo hacía estar destinado al menos a ganar cinco Tours.  Sobre todo, si se lo compara con los ciclistas con los que compitió o se encontraban en mejor forma en sus años de apogeo.

Fignon, repito, era puro fuego. Fignon era un verso satánico en la carretera. Un canto de Maldoror rodando entre puertos. Bernard Hinault se encontraba en el ocaso de su carrera y era directamente el macho alfa entre los machos alfa. Un señor engreído e insoportable que marcaba territorio allí donde iba. Alguien que si no era el número 1 podía estallar en cólera y que prefería morir antes que participar en una carrera. Al Tour se iba a ganar o a ganar. Lo demás no tenía sentido. Perico Delgado era un verso libre. Alguien imprevisible. Un tipo que lo mismo te hacía una machada insuperable que una cagada inolvidable. Un ciclista que cuando tenía el día te volvía loco en la montaña pero que no terminaba de ser lo suficientemente regular en las contrarreloj. Perico, sí, era demasiado artista para ser ciclista. Y por otro lado, estaba Stephen Roche. Un ciclista al que le faltaba una marcha para ser un superclase. Un contrarrelojista que no terminaba de andar en montaña al que le sobraba pundonor pero no tenía la consistencia para establecer un reinado ciclista duradero.

Frente a todos aquellos caracteres geniales e incontrolables más propios de una novela épica que de una competición profesional, aparecía un discreto y taciturno Lemond. Un hombre noble, fiel a su única esposa y bastante educado que si destacaba era por sus prestaciones deportivas, su fotogenia, por tener planta de icono pop (no es extraño que le quedaran perfectamente los vanguardistas maillot de su segundo equipo, La Vie Claire) y por ser el responsable de comenzar a hacer célebre y reconocible el ciclismo en Estados Unidos e introducir (o más bien popularizar) una serie de adelantos técnicos que forman ya parte del ciclismo cotidiano.

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Esto hay que destacarlo. La imagen de Lemond no se encuentra unicamente unida a la de Hinault en la famosa etapa finalizada en Alpe d’Huez en el Tour del 86 ni a su frenada suicida en una curva antes de entrar en la explanada de los Campos Elíseos de París en la contrarrejoj final del mágico Tour del 89. No. Sino que también lo está a los célebres cuadros con fibras de carbono, a los manillares de triatlon, a los cascos aerodinámicos, a las gafas de sol para ciclistas, a los monitores de frecuencia cardiaca, a los cascos de espuma, a los pedales automáticos, a los medidores de potencia o a los cambios electrónicos.

En eso, desde luego, era un norteamericano total. En su afán por innovar y estar pendiente de los cambios tecnológicos para implementar sus prestaciones. Es su extremo profesionalismo el que explica que, a pesar de presentarse casi siempre a principio de temporada con unos cuantos kilos de más, no tardara en ponerse en forma. Es, de hecho, esta característica la que explica el que pudiera superar su tendencia a comer más de la cuenta.

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La vida de Lemond se encuentra marcada por un trauma y una tragedia. El trauma tiene que ver con unos abusos físicos sufridos por parte de un familiar cuando era todavía un niño. Una experiencia que ahondó en su fragilidad y su sensibilidad y posiblemente se encuentre detrás de cierto laconismo inocente que mostró en determinados momentos de su trayectoria. El ciclista intentó enterrar el trauma en lo más hondo de sus recuerdos pero volvió a reaparecer en aquellos días en que media Francia lo consideraba un villano y lo presionaba para que se dejase perder e Hinault pudiera conquistar el Tour del 86. Lo que vivió el ciclista norteamericano aquel verano tuvo que ser terrible. Según parece, no se atrevía a comer un solo plato que no estuviera preparado por su gente de confianza e incluso dormía con su bicicleta en su habitación para que no le prepararan una trampa. Tal vez estas anécdotas sean leyendas urbanas pero bastan por sí mismas para explicar la tensión experimentada por un hombre que, meses después de su primer triunfo en el Tour, se enfrentó a una terrible tragedia.

El accidente de caza de Lemond forma parte de la historia del deporte contemporáneo. O más bien, su recuperación. La constancia y fe que tuvo para conseguir volver a la élite tras casi perder la vida. Porque la verdad es que estuvo a punto de perderla. Confundiéndole con un animal, su cuñado le disparó cien perdigonazos (unos cuantos siguen en su cuerpo) y gracias a que un helicoptero de la policía sobrevolaba el espacio aéreo en aquellos momentos y pudo llevarlo a un hospital, Lemond no murió desangrado. Salvó la vida, de hecho, por 20 minutos.

Queda claro que, de no ser por una constancia a prueba de bomba, Lemond hubiera acabado su carrera ciclista probablemente en aquel mismo instante. Resulta por ello natural que se convirtiera durante los años siguientes en un fantasma en el pelotón. Casi un excorredor. Alguien que daba en cierto sentido lástima. En innumerables ocasiones pensó en retirarse. Ese, al fin y al cabo, parecía el destino más lógico. Hasta que, de repente, en la última contrarreloj del Giro del 89, (un Giro que había sido un calvario en toda regla para él), apareció su nombre en segundo lugar. Una maravillosa sorpresa que podía haberse quedado en anécdota pero que varias semanas después, en pleno Tour de Francia, se reveló como el principio del renacimiento deportivo.

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Si bien Lemond fue un ciclista admirado y querido fue, en cierto sentido, incomprendido. A muchos no les gustaba que fuera tan frío. Era, asimismo, acusado de ser un chuparruedas. Pero Lemond no era un chuparruedas. Sólo en determinados momentos de su trayectoria tuvo una actitud mezquina (si se le puede llamar así). Lo que sí que era Lemond era un ciclista muy táctico. No necesitaba adornarse y no se dejaba llevar por los impulsos. Era frío y tranquilo en la carretera. Si tenía que tomar el timón, lo hacía pero lo que no iba a hacer en ningún caso era suicidarse para demostrar que era el jefe. Tenía un ordenador en su mente y tuvo que luchar desde joven contra un tirano y manipulador Hinault en una batalla que le enseñó lo importante que no es desgastarse en momentos concretos. La importancia de encontrarse sereno en los instantes de tensión, cruciales, donde se deciden las grandes vueltas.

Tampoco era exclusivamente un hombre Tour. Lo fue tras el accidente de caza. Cuando ya el mero hecho de subirse a la bicicleta era un milagro. Pero antes, Lemond era un corredor todoterreno que disfrutaba en clásicas y vueltas pequeñas. Probablemente, de no haber sufrido el mentado accidente, en algún momento, hubiera intentado ganar un Giro o al menos disputarlo. Al fin y al cabo, antes de aquella tragedia había logrado acabar en tercera y cuarta posición en sendas ediciones de la carrera italiana. Prueba de que si bien Lemond posiblemente no estaba al nivel de los tres grandes colosos de la historia del ciclismo (Merckx, Hinault y Anquetil) se encontraba en el cajón inmediatamente inferior. Shalam

عدوك هو أفضل معلم لك

Tu enemigo es tu mejor maestro

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen….todos los individuos se convierten en cajas de carton, dos de ellas encima de dos bicicletas…..
    2imagen..el logo-rombo de renault significa diamante-durabilidad
    3imagen….tantas cajas (de espaldas) como individuos y una caja abierta encima de la bicicleta……
    4imagen….tres cajas una de ellas llena de relojes (hambre furiosa)
    5imagen….dos cajas de carton de tour-ismo por la sierra…..
    6imagen….la caja futurista tiene forma de esfera……………
    7imagen….caja con flores….
    PD:…https://www.youtube.com/watch?v=en5YRCvppIA…king crimson-discipline-1981…..(lampara que brilla dentro de una caja de carton)…jajaj…..

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  2. Alejandro Hermosilla

    1) Me llaman la atención los carteles de Merlín. ¿Se les considera magos, druidas a los ciclistas? 2) Pollo americano. Anuncio comida, bebidas y vaqueros. 3) Un maillot muy modisto francés de los 80. No tan Mondrian como otros pero muy pop. 4) Locura en la piscina. Todos se lanzan a la piscina. Se juegan la vida. ¿Quién matará al tiburón? 5) Dos titantes. Padre-hijo. Tío-sobrino. 6) Imagen futurista. Marinetti inventado a Lemond. 7) El fin del mundo. PD: alucinante tema. Muy Talking Heads. Muy banda sonora ciclista.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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