Hace unos meses, atravesé una etapa Michael Jackson durante la que escuché una y otra vez sus más reconocidos discos, y comencé a redactar un texto llamado Bad: chico de barrio con la intención de homenajear al artista de Indiana. Lo cierto es que en principio, había pensado realizar un análisis de su música pero la escritura se puso a volar y hablar por sí misma y finalmente, el texto se convirtió en una exploración (ficticia) de las razones de la muerte del astro pop. La cual dejo a continuación, no sin antes indicar que, dada su extensión, la voy a dividir en dos partes. Hoy publicaré la primera y mañana, la segunda. Shalam.
Michael Jackson: chico de barrio.
Resulta difícil señalar cuál fue el momento exacto en que sentí que algún día, la música con la que había crecido durante los años 80, dejaría de estar en primer plano en el futuro. Se podrían, lógicamente, citar muchos pero si tuviera que decidirme por uno en concreto, elegiría el estreno del vídeo Bad de Michael Jackson. Hasta esa fecha clave, para mí musicalmente los 80 eran canciones de italo-disco, Baltimora, Pino Dinaggio, Duran Duran, Depeche Mode, Modern Talking, Frankie Goes to Hollywood, las bandas sonoras de Cazafantasmas y Superdetective en Hollywood ademas de innumerables grupos heavies como Mötley Crue y Scorpions. Música que transmitía felicidad, ganas de divertirse, explorar el mundo y gozar. Para la que, -aún no lo sabía entonces-, estaba llegando el final conforme se acercaba más y más la hora de emisión de Bad. Al menos en mi estrecho mundo.
Tanto mi ansiedad como mis expectativas eran muy altas. En Thriller, Michael Jackson había conseguido hilvanar una serie de composiciones pop que parecían proceder de otra dimensión. En aquel disco se conjugaban armónicamente, y en equilibrio casi divino, el soul sofisticado y de barrio, el funky más desatado y bailón, con medios tiempos, baladas celestiales, ritmos hipnóticos y ciertas dosis de riesgo y alegría procedentes tanto del rock como de la música disco, que terminaron desembocando en una creación irresistible. Absolutamente contemporánea y clásica. Probablemente por la sabia mano del productor Quincy Jones. Un genio del sonido que supo encontrar el equilibrio justo para que el talento de Michael brillara en medio de un complejo y sabiamente estructurado tapiz sonoro en el que todos los elementos se conjugaban armónicamente. Algo que el paso del tiempo no ha hecho más que corroborar. Pues al fin y al cabo, el disco es una píldora pop definitiva, capaz de mantenerse joven varias décadas después y sonar como el primer día
¿Y qué decir, por otra parte, del vídeo de «Thriller»? Aquello era una genialidad monstruosa. Una alucinación nocturna protagonizada por cientos de zombies que se movían al ritmo de un soniquete pegadizo, lleno de «groove», mientras Michael Jackson se metamorfoseaba indistintamente en joven seductor, hombre lobo o cadáver viviente. Tenía yo 9 años cuando lo contemplé por primera vez, y no pude apartar la mirada del televisor ni un solo momento. Fascinado y aterrorizado por ese ingenioso artefacto filmado por John Landis capaz de producir, a partes iguales, horror y unas irresistibles ganas de bailar. Realmente, si Carl Lewis era el hijo del viento, Michael Jackson era el de la música. Procedente de algún planeta lejano, nacido durante el transcurso de alguna conjunción astral especial, se encontraba entre nosotros para brincar y contagiar su entusiasmo hacia la música a un número increíble, hasta entonces nunca visto, de personas. Era el mesías del pop. Un indescifrable chamán que con su sola presencia podía iluminar los corazones de millones de seres humanos, poniéndolos a mover el esqueleto. Incluso sin importar que estuvieran muertos, enterrados, que es lo que tal vez, entre otras muchas ideas, quería sugerir el vídeo de Thriller.
Vistos todos estos antecedentes, se comprenderá la expectación que había levantado la emisión de Bad. Tanta, que la fecha de su presentación, debo reconocer que me costó concentrarme en la escuela y apenas conseguí realizar mis deberes con normalidad. Pues toda mi atención estaba focalizada en aquel acontecimiento. Un espectáculo que comenzaba con unas curiosas imágenes en blanco y negro en las que se veía a Michael Jackson saliendo de una Universidad privada y volviendo a su barrio natal donde era recibido con violencia y rencor por los jóvenes con que había crecido. Tensa situación que finalizaba cuando decidía rebelarse contra ellos, la pantalla se iluminaba, se llenaba de color y comenzaba la mítica melodía de Bad.
He de confesar que, al principio, tanto la canción como el vídeo me decepcionaron. Tal vez porque la ilusión se encontraba demasiado alta. ¿Qué estaba yo esperando? ¿Un vídeo que, como si se tratara de un caleidoscopio, expandiera nuestra imaginación hasta límites imprevistos? No sé bien. Pero, siendo sinceros, el blanco y negro del principio me dejó frío. Y cuando la canción comenzaba y los pandilleros iniciaron sus bailes, he de reconocer que me sentí decepcionado. Frío. Porque aquello que yo había visto no superaba, en ningún caso, a «Thriller». De hecho, ni remotamente se le acercaba.
Pasado el impacto y la decepción inicial, sin embargo, comencé a rebobinar el vídeo una y otra vez. Y fue al cabo de varios días, que comprendí que estaba ante un más que digno continuador de «Thriller». De hecho, «Bad» era mucho más que esto. Era un tema que tenía vida propia y se encontraba rociado de un perfume maldito que únicamente con el tiempo, alcanzaría a comprender en su total magnitud.
La historia, filmada con sobriedad por Martin Scorsese, se encontraba basada en hechos reales. Un joven llamado Daryl que estudiaba en una Universidad privada había sido acusado por los chicos del barrio en que había nacido de haber renegado de su comunidad y lo habían terminado matando. Michael Jackson interpretaba a ese muchacho que era puesto a prueba por sus compañeros. Al volver a la ciudad, tras la alegría inicial, su existencia se complica. Sus antiguos amigos lo envidian. Desean que siga sus pasos y lo retan y casi obligan a realizar un atraco en el metro. Pero cuando va a atacar a un anciano, se niega a realizar el acto y cuando se supone que va a ser golpeado y morirá, la historia da un giro de 180 grados, y Daryl (Michael Jackson) aparece acompañado de una muchedumbre de hombres que le ayudan a transmitir lo malo y sexy que se puede ser, sin necesidad de cometer delitos.
Definitivamente, es un clásico absoluto ese momento en que Michael dice a voz en grito: «I’m bad, you’re bad, who’s the best?. (Yo soy malo, tú eres malo, ¿quién es malo, quién es el mejor?). Tanto como el ritmo de una canción mágica que, con el paso de las escuchas, enganchaba y se pegaba a la piel como la picadura de una avispa. Al igual que el disco en su conjunto. El último de los imprescindibles de Michael.
Todo hasta aquí entraba dentro de un terreno conocido y plausible. Pero mi perspectiva del LP empezó a cambiar cuando llegué a México en el año del 2007, dos años antes de la muerte de Michael, y contemplé a varios muchachos bailar en el zócalo del Distrito Federal, la por entonces ya mítica melodía de «Bad». En principio, me llamó la atención el que varios chicos con camisetas raídas y pantalones de cuero, se hubieran adueñado de la canción, como si formara parte de su identidad. Parecía que no se había publicado en un pasado más o menos reciente, sino que acababa de salir. Un hecho que me hizo prestar aún más atención si cabe a los bailarines, absorbido como me encontraba con sus gestos y movimientos, hasta que comencé a reflexionar sobre una circunstancia acerca de la que hasta entonces no había tomado conciencia. Me refiero en concreto, a la absurda necesidad del personaje del vídeo, ese universitario interpretado por Michael Jackson, de reafirmarse como malo al volver a su barrio cuando en realidad, no lo era. ¿Por qué se jactaba y deseaba ser malo cuando era un chico bueno? Ahí había algo que no encajaba. Puesto que, siguiendo un orden lógico, en vez de cantar a voz en grito «soy malo» frente a los hermanos negros que lo desafiaban, debería haber dicho «soy buenoooooo». Al fin y al cabo, se negaba a robar y cometer fechorías. Y por tanto, «Soy bueno, soy bueno», es lo que hubiera sido coherente que afirmara y no, «soy malo», como afirmaban a voz en grito los muchachos mexicanos. ¿Qué sucedía por tanto allí?
Tras reflexionar durante un tiempo, llegué a la conclusión de que si Michael gritaba y deseaba ser malo era por intereses comerciales. Cuando estaba grabando Bad, vivía obsesionado con la idea de superar las ventas de Thriller. En una ocasión, incluso afirmó que deseaba facturar como unas 100 millones de copias del nuevo disco. Para alcanzar este objetivo, por supuesto, tenía que realizar un gran esfuerzo interpretativo. Ser fiel a sí mismo pero también captar la esencia del presente y el futuro. Dar un paso adelante sin dejar de mirar atrás. Asaltar los cielos siendo respetuoso con la tradición. Por lo que, sin dejar de amplificar las líneas soul, pop y dance de Thriller, en Bad había determinados momentos en que Michael rapeaba, adaptándose al estilo musical que comenzaba a hacer furor en aquellos momentos. Y además, cantaba en francés y el español. Operación por medio de la que intentaba conquistar definitivamente al público latino y tal vez, trazar puentes con sus hermanos africanos que, debido al colonialismo, conocían la lengua francesa.
En cualquier caso, si se quería alcanzar una cifra desmesurada de oyentes, había también que trabajar la estética. Y para ello, Michael se presentó con una vestimenta austera, dura y seria. Lejos del glamour de Thriller. Ganándose de buenas a primeras, el reconocimiento de los fans que admiraban al Silvester Stallone de Cobra y al Arnold Schwarzenegger de Terminator. El «norteamericano medio» de la era Reagan. Ese ciudadano que sabía que nos encontrábamos en un mundo duro y malo, donde no había cabida para los débiles. Lleno de jóvenes que criticaban el comportamiento ético y, a veces, ingenuo del héroe de Marvel, Capitán América, y se excitaban con el nuevo traje negro de Spiderman porque se reconocían en la sombra. Eran duros y violentos y estaban preparados para esa lucha que, como si fuera un chico de barrio más, reivindicaba Michael Jackson en su vídeo.
Exactamente, Michael debió comprender que para alcanzar el gran éxito que deseaba, debía serlo todo. Y para ello no le bastaba con ser bueno, sexy o amigable. Tenía que ser también malo. Pero un malo muy particular. Es decir, no podía ser un villano terrible, sino que siendo malo tenía que ser, a la vez, un chico sensible que estudiaba y comprendía a los universitarios sin renegar de su origen. Debía ser un malo flexible. En el vídeo de The way you make me feel, por ejemplo, realizaba toda clase de bailes con gran carga sexual en torno a una joven muchacha a la que, finalmente, como si fuera un joven casto, no besaba. Y si bien intentaba transmitir una imagen de virilidad o masculinidad en algunos de sus vídeos y performances, no podía evitar mostrar cierto aire ambiguo que no terminaba de clarificar ni su sexualidad ni su personalidad y que lo hacía increíblemente seductor para ambos sexos. Incluido el público homosexual.
Sin embargo, y esto no lo comprendí hasta que en México vi bailar a decenas de muchachos pobres sus canciones, para ser el cantante e intérprete más universal, Michael debía tocar la fibra, ser comprendido, sobre todo, por las clases bajas. Y, en concreto, apuntar a una posible identificación del pueblo mexicano con él. Al fin y al cabo, el afroamericano ya se encontraba entregado a sus brazos y las clases altas y medias de los países occidentales estaban fascinadas por su figura. Así que para conseguir sus objetivos tenía que conquistar al público hispano de clase media-baja: los portoriqueños, cubanos, mexicanos, costaricenses o colombianos que, o bien se encontraban integrados en Norteamérica o vivían en sus propios países.
Algo que se podía constatar en el vídeo de Bad, donde si es cierto que sus rivales eran negros, buena parte de los extras que lo acompañaban y apoyaban tenían procedencia latina o al menos vestían como los integrantes de esta comunidad. Con la que para terminar de conectar, no debía, en ningún caso, representar el papel de bueno sino el de malo. Puesto que así es como generalmente eran tratados por muchos de los jóvenes yuppies blancos que los despreciaban. Razón por la que supongo Michael no dudaba en mirar con dureza a la cámara, desafiante, como un joven rebelde y, por ejemplo, realizaba sin complejos el famoso gesto de tocarse los testículos mostrando arrogancia, valentía y virilidad -atributos sin los cuales un joven no puede sobrevivir en México Distrito Federal o en los barrios pobres de cualquier ciudad del mundo- a través del que parecía indicar la necesidad de pisar fuerte en la vida y no rendirse. Atacar el día a día con responsabilidad y alegría, como lo hacían los extras que lo acompañaban, que parecían pandilleros o chicos de barrio. Y, en un momento determinado del vídeo, ocupaban el primer plano de la pantalla. Tenían su momento de gloria. Pues se les veía bailar con patines, hacer varios pasos de break-dance, y saltar y bailar. Un hecho que podía ser interpretado como un saludo cordial de Michael hacia los emigrantes latinos. Quien parecía decirles que allí, a su lado, en su Norteamérica, todos ellos tenían cabida. No estaban excluidos. Pues había un ser que los comprendía y además, les dejaba claro que si se esforzaban y luchaban por aquello que creían, conseguirían triunfar. Al igual que lo había hecho él. (Continuará)
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