Decía Alan Moore en una entrevista que la diferencia entre los jóvenes varones de los anteriores siglos y del nuestro, radicaba básicamente en que en pasadas épocas, al llegar a la adolescencia, se planteaban embarcarse en un navío y realizar una aventura con la que forjarse como hombres. De hecho, gran parte de los relatos destinados al público juvenil tenían como objetivo que los adolescentes europeos pudieran realizar el tránsito entre el mundo por descubrir y el mundo descubierto de la forma menos traumática. Pero actualmente, los muchachos no desean tanto vivir esas inciertas experiencias sino la fama. Quieren convertirse en estrellas. Y por ello, durante la dećada de los 80 y 90 del pasado siglo, experimentaron tanto con su look como con los ritmos musicales y los aparatos videográficos. De los océanos Pacífico, Atlántico e Índico a la MTV, facebook y Youtube: así puede resumirse el tráfico de ilusiones y personas experimentado durante los últimos treinta o cuarenta años.
El maravilloso, ignoto relato biográfico de Herman Melville que ahora estoy disfrutando, Typee, es un ejemplo de las increíbles hazañas que se podían vivir en otro tiempos no tan lejanos. Leerlo es casi como consultar una novela de Julio Verne décadas antes de su eclosión. Atravesar las grutas de islas y océanos en los instantes previos a que sus misterios fueran totalmente descubiertos. Sentir una de las últimas respiraciones puras del planeta. Y por ello, Typee es tanto la crónica de una aventura como la del ocaso de una ilusión. Es un símbolo involuntario de lo que el siglo XIX fue para la conciencia humana: un tremendo agujero negro iluminado por la razón y la técnica en el que quedaron atrapados tanto los occidentales como los salvajes o caníbales. El comienzo de la maquinización. Shalam
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