Los cómics de superhéroes son, en gran medida, las novelas de caballería de la cultura norteamericana. Son tantos y tan diversos que lo difícil en el futuro no será tanto destacar su valor sino cuáles deben ser leídos. Algo que se puede decir, supongo, de prácticamente todas las manifestaciones culturales que alcanzan cierto grado de éxito.
En cualquier caso, lo cierto es que además de la popularidad y un mundo de valores idealizado y sobrenatural, existe un detalle aparentemente menor que une a ambos géneros: el hecho de que apenas veamos duchándose o bañándose a sus protagonistas. Algo curioso porque debe ser sin duda la actividad que más repitan todos ellos. Me atrevería a decir que varias veces al día teniendo en cuenta el asombroso número de batallas que pueden llegar a enfrentar personajes del cariz de Spiderman o el Capitán América.
La ducha debería ser, por tanto, uno de los sitios más dibujados y anotados en los cuadernos de los guionistas para hacerlos creíbles. Y en absoluto es así. Lo que demuestra que, llegados a un grado de fantasía, ciertas dosis de realismo no son aceptables.
En este caso concreto, además, caerían dentro casi de la pornografía o el mal gusto. Imaginar, por ejemplo, a Lancelot bañándose en un lago nos remite más a una filmación gay de peculiar título que a una obra literaria. Y los reiterados planos de Hulka, Thor o Iron Man duchándose tras sus combates, supongo que bordearían la línea entre el erotismo y el entretenimiento para todos los públicos. Una prueba como otra cualquiera de que el arte se rige por sus propias reglas. Es un espejo de la vida pero no es la vida.
De hecho, ahora que lo pienso, no recuerdo sin ir más lejos novelas donde se nos describa el sudor de los personajes. Sí podría citar textos literarios donde se nos recalca su mal olor pero apenas del sudor. Lo que no significa que no exista o se lo tenga en cuenta sino que es mucho más fácil captarlo en una viñeta o una imagen cinematográfica o fotográfica.
Toro Salvaje de Martin Scorsese no sería creíble sin las gotas de sudor en el cuerpo de De Niro. Y una novela sobre fútbol, boxeo o ciclismo que se olvidara de aludir al sudor, podría ser perfectamente una obra de arte. Al fin y al cabo, como sugería Roland Barthes: «la mierda escrita no huele». Y las gotas de sudor escritas no salpican. Ni es necesario que lo hagan.
En muchas películas pornográficas, por ejemplo, -al contrario que en los cómics de superhéroes- se usa y abusa tanto de la ducha como del baño. Y que yo sepa, la mayoría de los orgasmos cotidianos se producen en la cama. Lo que demuestra que incluso un género tan denostado de arte como el pornográfico es siempre un atentado contra la realidad. Ruptura de la monotonía. Razón por la que, al menos en mi caso, no me molestan tanto los errores gramaticales o el cumplimiento (o no) de ciertas verosimilitudes cuando entro en una obra de arte sino las sensaciones. Y prefiero recibir un puñetazo (o darlo) que un apretón de manos. Shalam
إنَّ الْهَدَيَا عَلَى قَدْرِ مُهْدِيهَا
No hay nada que produzca más silencio que una pistola cargada
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