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Racismo y totalitarismo mitológicos (2)

Ene 30, 2014 | 0 Comentarios

Continuó aquí con la segunda parte de un texto en que me ocupo del tema migratorio y del racismo utilizando muchas de las hermosas y reveladoras teorías de la gnosis. Un artículo que, repieto, puede ser un tanto árido y difícil pero también puede revelar importantes claves para comprender un asunto del que, desgraciadamente, sigue siendo urgente ocuparse como es debido.

 4. La gnosis y el mito de Caín y Abel.

Ante este difícil panorama que acabamos de presentar, entiendo que es necesario plantear posibles soluciones. Y, en este sentido, me parece muy útil recurrir a la gnosis puesto que sus teorías pueden ayudarnos a presentar los temas migratorios con una forma y cariz radicalmente diferentes.

Dentro del grueso compilado de textos gnósticos que todavía conservamos, se nos ofrece una interpretación de muchas de las historias bíblicas que nos son de mucha ayuda. Y, entre ellas, la esencial, como hemos estado viendo, para comprender el tema migratorio:  la de Caín y Abel. Veamos qué se nos dice allí.

Para la gnosis, Yahvé -el Dios judío- es una esencia demoníaca porque no sólo se declara como Dios único sino que  niega la existencia de otros Dioses, considerando al planeta tierra (la Eva arquetípica) su amante, su más querida posesión. Y, en este sentido, como ya dijimos, Caín sería víctima de un conjuro perverso del diablo (Yahvé) quien se encuentra celoso de él porque ara la tierra a causa de su profesión, agricultor, lo que lo acerca a la  madre tierra  y prácticamente le lleva a poseer a la mujer de Yahvé (Eva). Por ello es que premia a Abel, cuya profesión de ganadero no le hace entrar en competencia con su padre y le cuida los rebaños con la misma docilidad con que los políticos de medio mundo obedecerán sus órdenes en el futuro.

Frente a Caín, Abel (cuyo nombre según nos dice el Eclesiastés vendría a significar vanidad, el soplo inocuo de la vanidad), es el favorito de Yahvé. Es el hombre que puede disponer de la tierra al no ararla, consiguiendo que su Dios descanse tranquilo al confiarle su recaudo. Además, como nos refiere el mito bíblico, Abel no duda en matar al mejor ternero del que dispone –el infante, el recién nacido- para honrar a Yahvé. Es decir, como indica Fréderic Boyer, se da la paradójica circunstancia de que “Abel el inocente, es el primero en tener las manos llenas de sangre. Él asesina a todos los pequeños, a todos los recién nacidos. Abel es presentado como el primer hombre en haber ofrecido víctimas naturales que gustaron a Dios”. Y, por ello, Abel se gana el favor de Yahvé y se erige en el primer simbólico portador de la ley. Una ley inamovible que, sin embargo, se caracterizará por su duplicidad ya “que legitima la efusión de sangre para que sea posible el sacrificio”. Y por ello Fréderic Boyer insiste en recordarnos que, en realidad Abel no es “esa víctima inocente que se cree”, sino que siendo “en principio el hombre de la ley, el hombre religioso, el hombre piadoso”, es más víctima de (…) (aquel) don imposible que repetiría Dios a Noé (Yo os concedo todo)”, de los dictados secretos de Yahvé por imponer su reino único que de su hermano Caín, imposibilitado para frenar su furia ante un Dios (acaso el diablo) de cuya omnipotencia sospecha.

Es por esto que el arma de Abel es el silencio. Y por lo que, sospechosamente, el mito hebraico no nos relata la conversación entre Caín y Abel antes del acto fratricida. No escuchamos una sola palabra surgida de la boca de Abel durante el transcurso del relato mítico. Porque, en realidad, lo que se nos vela y lo que guarda Abel con sus labios sellados es la voz terrible de un Dios que lo tienta. Le promete la posesión del mundo, la tierra entera, a costa del sufrimiento de su hermano, de la separación definitiva de Caín de la madre que obliga al ser humano, en contra de su voluntad, a entrar definitivamente en el tiempo de la historia. Y, por ello, todo poder se encuentra enraizado con un silencio. Un silencio primero que es en realidad una ausencia, una no-existencia, pues a través del mismo se intenta ocultar, negar la presencia de la divinidad en el mundo. Se intenta fortalecer el pacto fáustico. Ocultar la voz tentadora que inquiere al ser humano, como enseña el mito gnóstico, a que él mismo sea el rey del mundo, imponiendo, por tanto el reinado de Yahvé cuya voz omnipotente ya se encarga de decir todo aquello que Abel, el poder, el dictador y su mudez callan. Y es así que, como nos indica Pascale Hassoun, Abel sabe que ha de dar, en el momento definitivo, lo mejor, lo primero, “el primer nacido de sus ovinos” para ganarse el favor del Dios y calla cobardemente cuando Caín ofrece a Yahvé únicamente lo que le sobra, lo que le resta, “los frutos de la tierra (adama)”. Pues el silencio de Abel, siguiendo de nuevo a Hassoun, es, en realidad, “falta (hefsed)”, rígidos labios que sabiendo lo que exige Yahvé a sus hijos, no lo dice y conduce a su hermano, Caín, a “la existencia (havaya)” a la que únicamente se puede llegar a través del crimen, si entendemos como nos sugiere el mito gnóstico que la misma no es más que una ilusión, una falsificación a través de la que se pretende atentar contra la realidad y el primer creador original.

 5. El hermanamiento entre Caín y Abel.

Por consiguiente, según la gnosis, ambos, Caín y Abel, estarían de alguna manera confundidos. Pues Caín se dejaría vencer por la envidia, su ceguera y Abel por su sentimiento de posesividad. Y, desde este punto de vista, si se trata de  referirnos a cómo podrían trascender esta situación, tendríamos que atender a dos circunstancias.

En primer lugar, Caín debería soportar el mal, la discriminación y vencerla con amor pero, sobre todo, indagando, sacando a la luz uno de los muchos significados etimológicos de su nombre que no es otro que, sí, crear. Forjar arte que es, en el fondo, su poder oculto y la razón por la que a los artistas se les llama hijos de Caín. Al fin y al cabo, esa posibilidad que tienen de denunciar la onerosa realidad a través de sus creaciones no deja de ser un acto de sacrificio y amor como el realizado por Cristo; figura que puede ser vista como la evolución positiva de Caín en tanto es perseguido, odiado y vilipendiado por su pueblo pero lejos de asesinar a sus hermanos, (los abelitas), morirá declarando su amor por la humanidad.

De hecho, a lo largo de la historia, han sido tradicionalmente los artistas, quienes han puesto de manifiesto el envés del sueño o de la realidad vendida por los aparatos de poder. Muchos de ellos han hablado de las contradicciones del ser humano, de sus sueños perdidos y de los delirios y peligros de su sistema. Y ha sido denunciando el mal, haciendo de su experiencia humana algo perdurable, que han conseguido reivindicar el arquetipo sacro que trasciende el estado cainita. Para lo que no es tan importante tanto la calidad de su arte o el estilo utilizado para expresarse como el que no mientan. El que digan la verdad. Que relaten con sobriedad, crudeza, humor o el estilo que deseen el corazón del ser humano. Desvelando verdades y no tanto esquivándolas. Consiguiendo que sus hermanos cainitas trasciendan su exilio y se sientan todos juntos y unidos allí donde se reúnan en paz a compartir la existencia. No a competir ni a rivalizar con sus semejantes sino a convivir que es lo que pretende el arte verdadero; o al menos a lo que debería de aspirar en su intento de representar metafórica y realmente a la nueva Jerusalén celeste o terrestre: la nueva ciudad de los Dioses de la paz. Pues lo que enseña la obra de arte y su proceso gnóstico es que al Mesías, al hombre nuevo, al Nuevo Edén que el hombre está obligado a buscar y crear en su vida en sociedad, a la nueva Jerusalén, se llega a partir del esfuerzo conjunto y del diálogo, de la nueva ley creadora.

Y, en segundo lugar, lo que, desde el punto de vista gnóstico, podría hacer Abel (una especie de Darth Vader vestido de blanco impoluto) es dialogar. Reconocer lo sucedido. Compartir su poder y tierras con su hermano. Comprender –con el mismo dolor con el que Caín se desprende de sí mismo para crear- que la posesividad es querencia de eternidad. Y que es en este deseo de ser eterno, en su necesidad de ser tan o mas poderoso que Dios, en lo que se apoya el diablo para tentarlo. Debería, a su vez, perdonar al asesino -aprendiendo quizás de la lección concedida por Teseo en Edipo en Colono– comprendiendo su inconsciencia y ceguera para dar pie a la reconciliación entre las fuerzas de la contradictoria existencia. Y tendría también que aceptar que se encuentra de paso en este plano astral. Esto es; que morirá. Pues, aceptando la fugacidad de la vida, seguramente pudiera entender que esas fortunas y tierras que guarda con tanto esmero, antes o después, se perderán y distribuirán; y que él únicamente se llevará a la “otra vida”, lo vivido, su espíritu, la conciencia de sus actos. Por lo que deberá comenzar a dialogar.  A ceder. Y abrirse a su hermano. Compartir con él sus alimentos. Y entender que todos somos, en esencia, emigrantes. Todos. Tal y como podía sugerirlo Bruce Chatwin en aquel hermoso libro inacabado, Los trazos de la canción, donde indicaba que esta es, en realidad, la condición verdadera del hombre, obligado a buscarse y encontrarse perpetuamente en los caminos recorridos y los demás si quiere llegar a Dios; esto es, a conocerse, a interrogarse o poner en cuestión su identidad para intentar trascenderla, trascenderse.

A este respecto, se me ocurre que el poema «Esperando a los bárbaros» del poeta griego Constantino Kavafis nos informa bastante bien de la actitud que suelen tener los abelitas y lo que pueden llegar a perder si no se atreven a dialogar y se abren al otro sin acritud y con confianza. Y me parece bien citarlo para terminar este apartado. Dice el poema:

“¿Qué esperamos agrupados en la plaza?/ Hoy llegan los bárbaros/ ¿Por qué inactivo está el Senado e inmóviles los senadores no legislan? / Porque hoy llegan los bárbaros. /¿Qué leyes votarán los senadores/ Cuando los bárbaros lleguen darán la ley./ ¿Por qué nuestro emperador dejó su lecho al alba,/ y en la puerta mayor espera ahora sentado en su alto trono, coronado y solemne? /Porque hoy llegan los bárbaros/ Nuestro emperador aguarda para recibir a su jefe/ al que hará entrega de un largo pergamino./ En él escitas hay muchas dignidades y títulos./ ¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores visten sus rojas togas, de finos brocados;/ y lucen brazaletes de amatistas/ y refulgentes anillos de esmeraldas espléndidas?/ ¿Por qué ostentan bastones maravillosamente cincelados/ en oro y plata, signos de su poder?/ Porque hoy llegan los bárbaros; y todas esas cosas deslumbran a los bárbaros. / ¿Por qué no acuden como siempre nuestros ilustres oradores/ a brindarnos el chorro feliz de su elocuencia?/ Porque hoy llegan los bárbaros/ que odian la retórica y los largos discursos./ ¿Por qué de pronto esa inquietud/ y movimiento? (Cuánta gravedad en los rostros)/ ¿Por qué vacía la multitud calles y plazas,/ y sombría regresa a sus moradas?/ Porque la noche cae y no llegan los bárbaros./ Y gente venida desde la frontera/ afirma que ya no hay bárbaros./ ¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros? Quizá ellos fueran una solución después de todo/”.                 

Conclusión. 

En fin, concluyendo ya, creo necesario aludir al tercer hijo de Adán y Eva. Al hermano de Caín y Abel: Set. Pues existe un claro componente simbólico en el hecho de que haya nacido el último. Tras la violencia rebelde (Caín) y la del poder (Abel), su llegada podría interpretarse como la necesaria toma de conciencia que debe alcanzar el ser humano para unir en su interior a estos dos hermanos y trascender sus posturas y visiones en pos de una convivencia armónica y sabia. Algo absolutamente necesario si tenemos en cuenta, entre otros muchos ejemplos que podríamos citar, que un continente como el americano se encuentra poblado en su gran mayoría por antiguos emigrantes; la nación española se forjó gracias al poso que un crisol inmenso de culturas dejó en la Península Ibérica con el paso de los siglos; Roma era una síntesis de Grecia y Egipto y de muchos otros pueblos; no es posible encontrar en el mundo civilizado una tierra que se encuentre incomunicada de otra y, por tanto, sea absolutamente pura; las lenguas son elaboraciones conjuntas y mestizas que reflejan en su evolución las constantes migraciones e intercambios de diversos pueblos; una ruta tan importante como la de la seda no sólo tenía un interés comercial sino que, a la vez, era un canto a la migración y al posible entendimiento entre pueblos diferentes; son nuestras diferencias las que nos enriquecen; y probablemente, si como enseña el mito gnóstico, somos almas arrojadas a la materia, nuestra tarea debería consistir en ayudarnos mutuamente a realizar ese viaje interior del que el exterior es sólo un reflejo. Insistir en contruir ese «ser humano nuevo» que debe surgir de las tinieblas ocuras del siglo XXI si no queremos soportar una nueva escala de dolor, barbarie y rencor. Shalam

الصبْر مِفْتاح الفرج

 Cada pájaro se junta con los de su especie

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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