Pocilga, la película de Pier Paolo Pasolini, se abría con una escena de puercos hacinados en una fábrica. Entre medias, aparecía un caníbal y se desarrollaba una historia de auge y caída personal capitalista. No es mi objetivo hoy analizar la obra de este lúcido artista o intentar comprender lo que dice según su perspectiva sino según la mía. Por lo que iré mezclando las dos.
Me interesa, por ejemplo, conducir su metáfora al terreno intelectual. En ese caso, los puercos no serían obreros manuales, albañiles o fontaneros. Serían obreros intelectuales. Y la granja donde viven disfrutando de alimentos gratis con una ilusoria y falsa sensación de libertad, sería la Universidad.
¿No está claro lo que deseo decir? Es prácticamente imposible desde la fábrica del intelecto o esa industria del pensamiento llamada Universidad construir una red política que atente contra el sistema, lo ponga en crisis, lo haga tambalearse o lo golpee. Al contrario, lo más probable es que todos los integrantes de la Universidad -incluidos los puercos rebeldes, socialdemocratas o iconoclastas- acaben por ser pasto de los anónimos patrones. Mientras les den alimento, becas o sueldos, nunca se rebelarán y si levantan la voz es porque el alimento que les arrojan diariamente suele caer del lado de otros puercos. Lo que, en cualquier caso, les obligará a solicitar reformas para modificar el sistema con el resultado de que se ampliarán las celdas individuales o se perfumarán los barreños de mierda pero, en esencia, todo lo demás seguirá igual. De hecho, bien mirado, estos pequeños cambios en vez de cuestionar al poder, en el fondo, podrían no ser más que otro acicate para estimular la competición entre investigadores y funcionarios y que continúen engordando con mayor encono. Escribiendo sesudos textos apenas leídos por unos cuantos puercos más, que forman parte de la enorme maraña de desperdicio intelectual producida anualmente por los estados para justificarse a sí mismos y además, saberse a resguardo de esos «inteligentes cerditos» que, sueltos y en libertad, lejos de los confines de la fábrica universitaria, podrían ser realmente peligrosos.
No es tan difícil entrelazar la vida de esos puercos con la historia del pétreo caníbal que aparece en el film. Un ser sin alma que, en cierto modo, prefigura el empresario tipo actual absolutamente alejado de los valores cristianos por los que, sin embargo, jura morir en bodas y cenas colectivas. Rituales eucarísticos que, en el fondo, son orgías. Suculentos banquetes donde los propietarios de las fábricas disfrutan del trabajo de los funcionarios y los puercos en lo que supone un acto, sí, de voraz canibalismo. Pues los alimentos que se llevan a la boca son producto del esfuerzo de los obreros-animales. La felicidad con la que moviendo el culo y el rabo se meriendan el pienso y luego hacen la digestión y continúan leyendo libros según los códigos y la forma (el léxico científico) en que se lo exigen los patrones.
Pasolini nos indica que el canibalismo es la esencia del trabajo moderno. Y también de la Universidad: una estancia en la que los investigadores comen palabras de otros investigadores -su cuerpo intelectual- diariamente. Y por supuesto, de la burguesía y de las élites. Algo que explicaría con mayor precisión y horror en Saló, pero que se encuentra también detrás de toda la estructura de Pocilga. Una obra llena de habitaciones frías, distantes, asépticas e higiénicas que, sin embargo, huelen tanto o más a mierda que el corral o fábrica de cerdos. Pues, obviamente, tampoco los empresarios se diferencian en mucho de los puercos. En esencia, son lo mismo. Tan sólo consumen el pienso y contribuyen a la producción de carne y mierda (el objeto de consumo) desde un lugar diferente. Tal vez, sí, más alto, pero, en esencia, igual de contaminado. Shalam
Son hermosas las imágenes que H.R. Giger realizó para ilustrar el Necronomicón de H.P. Lovecraft. Todos las tenemos en la retina de una u otra forma...
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