Abro un libro y me encuentro con este par de discursos distintos pero complementarios, que tenía completamente olvidados.

En el primero se nos sugiere que la educación recibida convierte a los «los escolares en unos necios con ínfulas de maestros; porque todo lo que ven y aprenden en las Academias no les ofrece imagen alguna de la sociedad. Se les llena la cabeza con el relato de piratas preparando cadenas para los cautivos; de tiranos cuyos bárbaros edictos obligan a los padres a que decapiten sus propios hijos. (…) Un diluvio de frases comunes, sonoras y de períodos vulgares perfectamente redondeados, que parecen estar sazonado con adormidera y ajonjol. Alimentados con semejantes tonterías, no es extraño que sean como son, pues los cocineros tienen que oler a cocina».

En el segundo, por el contrario, se exonera a los maestros y se culpa a los padres del decadente comportamiento de los jóvenes porque «temen que se eduque severa y varonilmente a sus hijos. (…) Si tuvieran paciencia, graduarían mejor los estudios, y los jóvenes aprovechados depurarían su gusto con lecciones severas, (…) rehusarían muy pronto dar aplauso y admiración a todo lo pueril, y la grandilocuencia recobraría su imponente majestad. Ahora los niños en las escuelas juegan, los jóvenes en el foro hacen reír, y cuando llegan a la vejez, no quieren confesar los vicios de que adoleció su educación».

Cualquier buen conocedor de la literatura habrá identificado ambos discursos como aquellos emitidos por Encolpio y Agamenón en el comienzo de El Satiricón.

A nadie, supongo que se le escapará el motivo por el que los he citado aquí. Algunos de los motivos que, a día hoy, se suelen esgrimir para explicar tanto el fracaso escolar como la particular atonía de la juventud, se encuentran perfectamente descritos en la novela de Petronio. Podemos, por tanto, corroborar que la consabida degeneración de los jóvenes actuales de la que constantemente se nos advierte, no tiene nada de novedosa. Lo mismo que hoy se dice de los muchachos que escuchan trap (y antes, por ejemplo, de los amantes del heavy o el punk) se decía de los romanos y probablemente de los griegos o de los jovenzuelos del Siglo de Oro. Me atrevería a sugerir, de hecho, que las sociedades que no fustigan a sus jóvenes es porque los necesitan como carnaza para las guerras (como ocurrió en Inglaterra al comienzo de la Primera Guerra Mundial) o para el consumo (como sucedió en Norteamérica durante la postguerra).

No es mi deseo empatizar con la estúpida victimización juvenil, pero sí tengo claro que los Estados suelen educar a su conveniencia a los muchachos. La educación estatal no tiene otra función que estupidizar o manipular conciencias. Otro tema es que también sea necesaria para aprender un oficio. Pero en muy escasas ocasiones, el Estado enseña a razonar a los muchachos para agrandar su espíritu crítico. Desde que el mundo es mundo, los jóvenes se han visto obligados a superar las contradicciones personales y sociales para lograr adaptarse a la realidad.

El Estado exige obediencia y posee unas necesidades. Así que el fracaso escolar de grandes colectivos suele responder a una planificación previa. También, claro, el éxito. No hay más que ver la actual aversión al suspenso. No existen profesores vocacionales. Existen profesores que saben en qué sociedad viven, para quién trabajan y por qué se les paga y los que no. A día de hoy, como en la Roma de Petronio, interesa que los jóvenes retrasen cuanto sea posible el conocimiento de la realidad. Shalam

الرجال سيحتفظون بالنار في أفواههم عاجلاً وليس سراً

Antes guardarán los hombres fuego en sus bocas, que un secreto