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Muro

Oct 12, 2015 | 0 Comentarios

La educación -lo sabemos al menos desde Platón- siempre ha sido adoctrinamiento. Manipulación, doma y también sometimiento. De ahí, por ejemplo, el tutelaje, casi sojuzgamiento, del maestro sobre el pupilo que desea un puesto en la Universidad.

Un puñado de alumnos no es más que un grupo de cadetes haciendo el servicio militar. Carnaza de guerra. Los nobles europeos sabían que poco o nada podían esperar de la educación estatal y adiestraban a la clase dominante en sus palacios y amplias mansiones. En realidad, los únicos seres que veían más allá de la caverna eran precisamente ellos. Pues, en cierto modo, velaban porque ninguno de sus súbditos pudiera adquirir un conocimiento que atentara contra su poder.

En el siglo XX, el combate (virtual) entre comunismo y capitalismo provocó que el bloque occidental espoleara la educación de las masas promovida por la ilustración y el romanticismo, sin por ello revelar verdades históricas y políticas que pusieran en cuestión el status quo. Sin embargo, una vez caído el Muro de Berlín, el primer punto, la educación (manipulada) pero esmerada de la población ya no fue necesaria. O sí, por supuesto, pero de otro modo afín a la cultura de la globalización (o sumisión). Esto es; los maestros dejaron de educar y formar. Su tarea pasó a ser la de cumplir órdenes (por otra parte, como siempre) y el tiempo que antaño podían dedicar a pensar, reflexionar (una muestra de las bondades de la democracia occidental frente al colectivismo comunista) debían ahora emplearlo precisamente en elaborar, discutir y debatir planes sobre cómo educar. En las aulas, por tanto, ya no se pensaría. Se consumirían productos (educativos) como en la calle y se fabricarían ciudadanos útiles a la sociedad o al poder, las empresas, y el dinero. Aparatos de sometimiento que, de esta forma, conseguían lo que ansiaban: que, mientras los profesores y educadores debatían sobre los mejores planes de estudio para ser implantados en las escuelas, fueran la televisión, la MTV, el cine, el fútbol, la publicidad, las series, el aparato mass-mediatico o las tonadas en el celular, quienes realmente formaran la mente de los muchachos.

En esto precisamente consiste actualmente la mascarada global o neoliberal: en pagar un sueldo suficiente a los profesores para que no se rebelen. No pongan en riesgo los valores implantados, trabajen sus horas, y si acaso, se manifiesten una o dos veces al año o llenen sus muros de facebook con quejas y lamentos, mientras se desgañitan diariamente por cumplir las normativas de las empresas educativas a las que sirven. Su cerebro, de hecho, lo ocupan sobre todo, en interpretar, construir, adaptarse a nuevos planes de estudio o descansar del tormento cotidiano en viajes por su país o el mundo y poco pueden hacer para evitar que, ya sea de manera más o menos velada o espectacular, se lleve a cabo el proceso real de adiestramiento.

Los profesores, sí, son esclavos útiles. Los monigotes (mejor o peor pagados) que utiliza el sistema para demostrar su preocupación por la educación en caso de ser cuestionado y criticado (además, alguien tiene que enseñar a las nuevas generaciones ortografía para que entiendan qué es lo que se les quiere vender y para qué se les necesita). La fachada necesaria para que no nos demos cuenta que la verdadera educación, la que sí que conseguirá sus objetivos a gran escala, no se imparte en las aulas y tampoco en los hogares del mismo modo que la política real no se lleva a cabo ni en el Parlamento ni en el Congreso o un mitín.

Lo invisible, aquello que no se ve, ya lo dijo Lacan y lo expresaron de manera portentosa Luis Buñuel en El ángel exterminador y René Magritte en su lienzo Esto no es una pipa, es lo real. Y el proceso educativo a nivel global actual, uno de los más claros ejemplos de esta lúcida afirmación. Shalam

ربّ اغْفِر لي وحْدي

 Ningún amigo como un hermano; ningún enemigo como un hermano

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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