La inmensa soledad es un libro que se ocupa de sombras e intenta descifrar silencios y olvidos. Y para ello, se centra en dos artistas, Cesare Pavese y Friedrich Nietzsche, cuya existencia desbarrancó totalmente en Turín. El escritor italiano se suicidó en un hotel de la urbe piamontesa ingiriendo somníferos y el filósofo alemán comenzó a perder el juicio tras abrazarse conmovido a un caballo que estaba siendo fustigado por su amo en la Piazza Carignano. Pero, a pesar de que el libérrimo ensayo novelado de Frédéric Pajak escarba en algunos de los episodios más famosos protagonizados por los dos gigantes culturales además de condensar varias de sus opiniones más conocidas, no lo leo como una biografía ilustrada (y cruzada) de ambos. Puesto que pienso que Pajak utiliza a Nietsche y Pavese como máscaras. Una excusa para penetrar en el tema que realmente le interesa: el desplome de Occidente. La ausencia de referentes de un continente, el europeo que o bien languidece como lo hizo Pavese a lo largo de toda su vida o enloquece, a ejemplo de Nietzsche. Y si sobrevive actualmente, lo hace por una montaña de crédito económico y porque ha convertido la vida cotidiana en una «mascarada total».
Tanto Nietzsche como Pavese como el propio Pajak perdieron a sus padres durante su infancia. La inmensa soledad es, en cierto modo, una inmersión tanto en el dolor como en la desorientación que a los tres les provocó crecer sin su progenitor. Una experiencia que es utilizada aquí, repito, como metáfora de la decadencia europea. Y es utilizada para alumbrar un eclipse. El desaliento. Lo que supone crecer en un continente que, en gran medida, ha renunciado a su historia o acude a ella lleno de «sospechas», provocando incertidumbre y dudas. Y que además, se ha empeñado casi masoquistamente en destruir al hombre. La figura paterna. Provocando un vacío que genera un sinfín de tensiones intelectuales que, décadas antes de las dos guerras mundiales y el advenimiento del desolador marasmo consumista actual, se pusieron de manifiesto en las trágicas vidas de Pavese y Nietsche y, de algún modo, refleja la ciudad de Turín. Una urbe que es muy sutilmente descrita por Pajak dado que es casi un símbolo de la evolución de Europa desde el Renacimiento.
Proteica y múltiple, barroca, nobiliaria, opresiva y egregia, Turín es visualizada aquí como una ciudad fantasma. Una refinada acumulación de ruinas históricas, monumentales palacios y funcionales y bellas galerías a punto de desvanecerse como los desechos de la filosofía europea. Un inquietante páramo industrial cuya mezcla entre modernidad y tradición es un fiel retrato del alma desgajada de Pavese y Nietsche además del de la inmensa mayoría de ciudadanos de un continente cuyo rumbo es por lo menos incierto, tal y como lo describen los lienzos de Giorgio de Chirico. Cuya aparición en La inmensa soledad no es para nada casual teniendo en cuenta que las imágenes huecas del pintor italiano ilustran perfectamente ese discurrir plagado de dudas, interrogantes y gestos altisonantes. Ese infinito vacío de un mundo en que los dioses griegos han desaparecido y Cristo ha muerto tantas veces que su sacrificio ya sólo provoca agotamiento.
La grandeza de La inmensa soledad radica en que Pajak no adoctrina. No formula ninguna tesis. Simplemente sugiere. Cada página de su libro es precisa y clara pero se encuentra abierta al lector y su ambigua lectura de la realidad europea termina por hilvanar más dudas que respuestas.
En realidad, La inmensa soledad es casi una plegaria silenciosa. Un rumor. Un trasvase de ideas. El acecho a un mundo que se escapa una y otra vez. Una incursión en un limbo. Un merodear constante por una caverna solitaria aguardando un «acontecimiento» que tal vez nunca se produzca: el renacer o el ocaso definitivos de Occidente. Shalam
أُحِبُّكَ يَا نَافِعِي وَلَوْ كُنْتَ عَدُوِّي
La envidia es peor que el hambre porque es hambre espiritual
0 comentarios