Entre el segundo libro de Macabeos y El libro de los Salmos aparece en La Biblia,El libro de Job. Hay quienes han rastreado influencias orientales y egipcias en su composición y no me extraña. Decenas de miles de egipcios se preguntarían ciento y una veces mientras se esforzaban en levantar las pirámides o adoraban a faraones convertidos en semidioses los motivos de su existencia. ¿De qué les servía ser pacientes y tolerantes y no rebelarse contra sus amos o maldecir a los dioses? Pero la tortuosa parábola contenida en El libro de Job no es tan sólo aplicable a los tiempos primitivos o al desarrollo del pueblo hebreo sino que es universal. Lo que significa que su mensaje debería poder ser escuchado y entendido por los pobres y parias de la tierra, los que han sido golpeados por la vara de la justicia impunemente en cualquier siglo. Y por supuesto que el nuestro no iba a ser una excepción. De hecho, no entiendo el motivo por el que no es mucho más citado actualmente. No se ha convertido en un poema de referencia ya que es pura poesía social y sus versos deberían ser pronunciados con rabia y desesperación por muchos de los ciudadanos occidentales sometidos a la incesante vorágine político-económica.
Se ha destacado en múltiples ocasiones pero no por ello deja de ser necesario recordarlo. El aliento lírico de El libro de Job es incontestable y sólo por deleitarnos con sus metáforas e incandescentes versos deberíamos consultarlo mucho más asiduamente. Aunque probablemente la clave de su posteridad radique en la claridad, la rotundidad con la que describe la impotencia sentida por los hombres en un mundo dominado por demonios donde no más que se alcanza a escuchar el silencio divino.
El libro de Job era, sí, cine de Bergman antes del nacimiento del grandioso cineasta sueco. Puro Kierkegaard. Lo más hondo que ha llegado el ser humano a describir la desesperación y la injusticia. Un tratado existencialista que únicamente queda dinamitado por la presencia de dios y su palabra redentora en los últimos cánticos. La complejidad con la que expresa su misión en el mundo más propia de una divinidad nórdica, maya o perteneciente a un pórtico panteísta que del bravío Yahvé bíblico. De hecho, esa voz termina de dotar de su aspecto enigmático a un lamento místico en el que los personajes que rodean al héroe -los impertinentes Elifaz, Bildad y Zofar y el despiadado Elihú- rozan la perversidad más angosta. Se comportan con una impiedad casi psicopática que recuerda no sólo a nuestros actuales gobernantes sino a, por ejemplo, muchos de los oscuros funcionarios que rodean al bueno de Josef K durante El proceso kafkiano o a los familiares de Gregorio Samsa en La metamorfosis.
Puede resultar demasiado tópico pero hoy he querido rescatar determinadas partes del cántico 21 de El libro de Job y combinarlas con fotografías de ciertos personajes y situaciones actuales. Ante todo, porque nuestro mundo resulta cada vez menos habitable y las palabras del «paciente pecador» resuenan por nuestras conciencias con tanta rotundidad como cuando fueron pronunciadas por primera vez.
Ahí las dejo: «¿Cómo es posible que vivan los malvados, y que aun siendo viejos, se acreciente su fuerza?
Su descendencia se afianza ante ellos, sus vástagos crecen delante de sus ojos.
Sus casas están en paz, libres de temor, y no los alcanza la vara de Dios.
Su toro fecunda sin fallar nunca, su vaca tiene cría sin abortar jamás.
Hacen correr a sus niños como ovejas, sus hijos pequeños saltan de alegría.
Entonan canciones con el tambor y la cítara y se divierten al son de la flauta.
Acaban felizmente sus días y descienden en paz al Abismo.
Y ellos decían a Dios: «¡Apártate de nosotros, no nos importa conocer tus caminos!
¿Qué es el Todopoderoso para que lo sirvamos y qué ganamos con suplicarle?»
¿No tienen la felicidad en sus manos? ¿No está lejos de Dios el designio de los malvados?
¿Cuántas veces se extingue su lámpara y la ruina se abate sobre ellos?
¿Cuántas veces en su ira él les da su merecido, y ellos son como paja delante del viento, como rastrojo que se lleva el huracán?
¿Reservará Dios el castigo para sus hijos? ¡Que lo castigue a él, y que él lo sienta!
¡Que sus propios ojos vean su fracaso, que beba el furor del Todopoderoso!
¿Qué le importará de su casa después de él, cuando se haya cortado el número de sus meses?
Pero ¿puede enseñarse la sabiduría a Dios, a él, que juzga a los seres más elevados?
Uno muere en la plenitud de su vigor, enteramente feliz y tranquilo, con sus caderas repletas de grasa y la médula de sus huesos bien jugosa.
Otro muere con el alma amargada, sin haber gustado la felicidad.
Después, uno y otro yacen juntos en el polvo y los recubren los gusanos.
¡Sí, yo sé lo que ustedes piensan, los razonamientos que alegan contra mí!
«¿Dónde está, dicen ustedes, la casa del potentado y la carpa en que habitaban los malvados?»
Pero ¿no han preguntado a los que pasan por el camino? ¿No han advertido, por las señales que dan, que el impío es preservado en el día de la ruina y es puesto a salvo en el día del furor?
¿Quién le echa en cara su conducta? ¿Quién le devuelve el mal que hizo?
Es llevado al cementerio, y una lápida monta guardia sobre él.
Son dulces para él los terrones del valle; todo el mundo desfila detrás de él, y ante él, una multitud innumerable». Shalam.
لا تكُن رطْباً فتُعْصر ولا يابِساً
¿Puede un hombre ser útil a Dios? Incluso el más capaz ¿le es útil en algo?
0 comentarios