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Guerreros del sueño

Sep 29, 2020 | 2 Comentarios

Es bien conocida la anécdota de cómo se le ocurrió a Wes Craven la idea de Pesadilla en Elm Street. Leyendo el Los Angeles Times, conoció varios casos de ciudadanos asiáticos que habían estado en campos de trabajo en Camboya y habían muerto mientras dormían. Un joven en concreto estaba seguro de que fallecería si descansaba y había comenzado a tomar pastillas y termos enteros de café para mantenerse despierto. Una noche, tras cerrar los ojos, comenzó a gritar desesperadamente y no volvió a despertar. Por otra parte, Freddy Krueger surgió de un recuerdo infantil que Wes tenía de un borracho vagabundo al que observaba desde la ventana de su casa y, cuando éste se percató, se le quedó mirando fijamente e hizo el ademán de introducirse en el portal de su edificio.

A partir de esos mimbres y un concienzudo trabajo de guión durante unas vacaciones, Craven construyó un ingeniosa creación. Una saga a la que su sobrexposición comercial ha perjudicado pero que, realmente, marcó un hito en su momento. De hecho, antes de Freddy, no existían personajes que vivieran en el mundo de los sueños. Había, sí, caracteres oníricos y surreales; monstruos que parecían salidos del infierno. Pero resulta difícil citar villanos cinematográficos que vivieran en la frontera de los sueños. A mí de hecho sólo se me ocurre uno perteneciente, en este caso, al territorio del cómic: Pesadilla; el supervillano rival del Doctor Extraño. Motivo, entre otros, por el que los primeros filmes (más allá de su calidad) fueron muy importantes.

En cualquier caso, la primera y, sobre todo, la tercera parte son brutales. Un ataque terrorista en toda regla a los telefilmes de sobremesa estadounidenses. Pongámonos en contexto. Durante la era Reagan, una gran parte de los norteamericanos vivían en una constante nube de dinero, drogas, vitaminas, rock, ganancias bursátiles y alcohol que anticipaba su incontestable triunfo en la Guerra Fría. Un acontecimiento que las cintas de acción repletas de héroes capaces de matar ejércitos enteros en varios segundos no hacían más que corroborar. Sin embargo, frente a esa desmesurada euforia, ese subidón que parecía proceder o bien del gigantesco consumo de cocaína y de azúcar o bien de una brutal ingestión de vitaminas, aparecieron, por todas partes, desquiciados filmes de terror en los que adolescentes (al fin y al cabo, muchos adultos de aquella época se comportaban como quinceañeros) eran golpeados por asesinos seriales y monstruos sin atisbo de belleza ni misericordia que cumplían en los cines idéntica función a la ejercida por Charlie Manson y su familia una década antes en la vida real. Eran el fiel recordatorio de que a todo sueño le sigue una pesadilla; de que no hay luz sin sombra.

De entre todos esos cuchillazos procedentes de la tinieblas no tardó en destacarse Pesadilla en Elm Street. Una obra que se encargaba de ponerle los pies en el suelo al triunfalismo yanqui.

Wes era consciente de que los mass-media atacaban por todas partes la inteligencia de millones de ciudadanos embobados con el poder del dolar, los músculos de Stallone y la sonrisa de las presentadoras de telediarios. Así que urdió pacientemente una negra ballesta que no dejara un resquicio de salida a su estupidez ni a la esperanza. No en vano Elm Street era el nombre de la calle junto a la que pasaba John F. Kennedy cuando fue asesinado. Prueba de que, como más tarde mostraría David Lynch en Terciopelo azul, bajo las bellas mansiones de Norteamérica anidaban los gusanos y monstruos. Pero, por si esto no fuera suficiente, su película penetraba en la imprevisible y oscura zona onírica. Un territorio fuera de control incluso para los psicólogos y científicos más avezados incapaces de vencer a ese rabioso e intangible ente llamado Freddy Krueger. Existen de hecho múltiples escenas en la saga en las que los dioses de la técnica son ridiculizados. Es inevitable, desde luego, citar aquella en la que Nancy es ingresada en una clínica de terapia del sueño y, al despertar, aparece con el sombrero del mítico asesino en sus manos. Aunque no cabe duda de que la tercera secuela al completo es el mejor ejemplo de lo que acabo de apuntar. Ya que Wes situaba a sus protagonistas en un psiquiátrico donde Freddy jugaba con ellos como si fueran títeres, demostrando la impotencia de cualquier médico y estamento adulto para frenar la rabia del monstruo.

Obviamente, la gran baza del filme era Freddy Krueger. Un personaje clave de nuestra cultura. Wes fue capaz de ponerle ni más ni menos un rostro al hombre del saco. Al coco. Hizo lo que nunca se debe hacer. Darle nombre, pasado, vida y cuerpo a una metáfora; a un símbolo. Pero, increíblemente, le salió bien. Porque Freddy Krueger posee identidad propia. Es un niño nacido de la violación a una monja. Un adulto traumatizado que persigue a los descendientes de quienes vejaron a su madre. Su apellido posee resonancias que permiten rememorar los campos de concentración alemanes. Pero, al mismo tiempo, todos sabemos que es algo más. Alguien que procede y forma parte del inconsciente colectivo. En cierto modo, es una representación carnal del demonio. Aunque más exacto me parece denominarlo como ese monstruo que cada cultura nombra de manera diferente pero a todos los niños asusta por igual.

Robert Englund lo interpretó magníficamente. Asegura en las entrevistas que se inspiró en la performance llevada a cabo por Klaus Kinski en el Nosferatu de Herzog para darle forma. Y que también visualizó unas cuantas películas de gangsters antiguas para dar elegancia y carácter a su monstruo. Pero, en realidad, tuvo tal simbiosis con su personaje que no creo que le hiciera falta. Estoy seguro de que simplemente, dejándose llevar por su intuición y disfrutando cada momento, hubiera bordado su papel. Puesto que, a pesar de los kilos de maquillaje que llevaba, era posible discernir sus gestos con claridad. Verlo sonreír y gruñir con la seguridad de quien sabe que es indestructible.

Ciertamente, Freddy se encontraba lleno de odio. Sus famosas garras eran sinónimo de las heridas de su alma. Su rostro llagado era un recordatorio de los gritos de su madre mientras era violentamente penetrada. La sangre de sus víctimas una transformación alquímica del semen que, salvajemente, había caído en la piel de su progenitora. Y cada una de las sonrisas de los sexys y bellos muchachitos a los que se acercaba, un golpe a su orgullo. Una humillación que debía ser vengada. Aunque, en realidad, lo más tenebroso y esencial de su personaje era precisamente su constitución onírica. El hecho de que su presencia se desvaneciera y resultara, por tanto, imposible de vencer. Lo que dejaba claro a todos esos yanquis creciditos de los 80 que la muerte sería la triunfadora final de la competición en la que habían convertido su vida; quien finalmente se colgaría todas las medallas de oro que resplandecían en sus habitaciones.

Wes Craven acertó en el centro de la diana con su filme. Un increíble éxito comercial. Sin embargo, sí que creo conveniente señalar que el final que había ideado era sumamente decepcionante. Era realmente ridículo que Nancy acabara con Freddy dejando de creer en él. Me encuentro por ello entre los que piensan que hicieron muy bien los productores en imponer ese inquietante cierre de todos conocido. Me refiero, claro, a la escena del coche donde el asesino toma de nuevo el control. Más que nada porque ayudaba a ese intrincado juego laberíntico del filme que tan bien casa con los sueños y que Wes desarrolló magníficamente en la tercera parte. Sin dudas, la mejor secuela de todas. Ante todo, porque  terminaba de destrozar con sutileza y elegancia, (además de, claro, las dosis habituales de suspense, mala leche, vísceras y sangre) la  atmósfera plácida de los telefimes matutinos. Pero además, homenajeaba socarronamente a Ray Harryhausen y lograba transformar la pantalla en un expresionista y depresivo teatro de miniaturas que hacía recodar tanto a las tragedias griegas como a los lienzos de James Ensor, los nocturnos pintores surrealistas, la Alicia de Carroll, los delirantes dibujos de Bill Sienkiewicz e incluso al siniestro Manicomio Arkham donde el Joker y otros enfermos mentales intentaban huir de sus demonios

En fin, por si esto fuera poco, además de la mítica melodía compuesta por Charles Bernstein y dos canciones de Dokken, las atmósferas tejidas expresamente para esa ocasión por Angelo Badalamenti resonaban también entre sus trasnochadas e inquietantes imágenes. Un claro indicio de que para seguir el rastro de la la semilla implantada por Craven no habría que dirigirse a las posteriores secuelas de la franquicia sino a obras del cariz de Twin Peaks donde tanto la comedia de adolescentes como el drama juvenil quedarían subvertidos definitivamente. Serían absorbidos, sí, por el apocalíptico mundo de los sueños y conducidos a nuevos e insondables territorios. ¿No era, al fin y al cabo, absolutamente factible imaginar a una emanación de Freddy dando vueltas entre las cortinas y espejos de la exuberante habitación roja diseñada por David Lynch, brindando satisfecho junto al asesino de Laura Palmer y el enano bailarínShalam

المهم حقًا هو ما تعتقده عن نفسك

Lo verdaderamente importante es lo que uno piensa de sí mismo

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:………..huele a almacen madera……a tortura…….
    2ºimagen:……….vuelo, cuerno de ballena (arpon unicornio), membrana protectora, mitocondrias, craquele y fuego…….el «asombrismo»…jajajj….
    3ºimagen: ……..la nada (yo que puedo hacer si me dictan)……….h.p.(hijo puta)………
    4ºimagen: vamos a defender a «la diosa madre»………
    5imagen: sorpresa!!! (el baño de cleopatra)………
    6imagen: me cago en los krueger que se me acercan, te voy a tirar la impresora a tu geta……….
    7imagen: imagen calificada como «x»……………
    PD: todo «guerreros del sueño» es un gran y riquisimo «tutti frutti»………un gran licor43 (por su cantidad de afluentes)………..

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    • Mercader

      Me congratula leer la palabra «tutti frutti» en un avería. Sobre todo, porque me recuerda a Little Richard. De las imágenes me gusta sobre todo la del baño de Cleopatra. Una asociación de ideas muy buena que jamás se me habría ocurrido. Me hace gracia también lo de «imagen calificada como x». La primera imagen la llevas de la cama al almacén, también muy bien. Interesante: vamos a defender a «la diosa madre».

      Responder

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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