The warriors es un filme muy especial. Es una cazadora de cuero sin mangas que refleja perfectamente la descomposición social y el desencanto producido en la sociedad norteamericana tras la destrucción del sueño hippie. El «spleen» violento. Las dificultades de integración juvenil y racial que dieron como resultado el surgimiento de cientos de tribus urbanas y que en muchos casos provocaron una epidemia de drogadicción y delitos en las ciudades y convirtieron por ejemplo un paseo por la Nueva York de los 80 en una aventura por la selva. Un deporte de riesgo lleno de anécdotas bizarras que sonarían inverosímiles de aparecer en cualquier novela.
No obstante, The Warriors no posee pretensiones de radiografía social. Más bien es una obra épica, dura y violenta, que conecta instintivamente con esa sucia América de los 70 que añoraba en parte su pasado violento y glorioso y se encontraba realmente inquieta por su futuro. Por lo que, ante todo, es un western callejero y barrial. Una película del Oeste distópica y pandillera que más que sublimar el caos y la violencia, lo expone sin ambages. Con idéntica naturalidad con la que podría filmar el acceso a una discoteca o un filtreo amoroso. Es, sí, un filme parecido a unos pantalones vaqueros ajustados y una cadena de hierro que refleja perfectamente el espíritu del que surgieron el heavy y el punk y también esa literatura de serie B vendida en los kioscos que apelaba a los bajos instintos y a la violencia que tuvo su correspondencia en el cómic underground y de ciencia ficción lleno de héroes duros sobreviviendo en planetas hostiles frente a engendros gigantescos y monstruosos que podían ser identificados simbólicamente con los peligros del capitalismo. Las bestiales e inhumanas urbes contemporáneas.
La América de finales de los 70 era todavía una tierra de oportunidades. Un conglomerado de razas inaudito que recordaba a Babel. Pero no era en absoluto una utopía. Y eso lo muestra The Warriors con toda crudeza. Poniendo el foco en los predicadores, las sectas, la violencia, la lucha, la rivalidad y la necesidad tribal. Walter Hill no había caído aún en la caricatura pandillera y existe, se palpa autenticidad y verdad en su película. De hecho, en cierto sentido, no narra unos hechos sino un estado de ánimo. Un sentimiento de crudeza y desorientación interno familiar a muchos norteamericanos de la época. Tanto es así que creo que lo más importante no es el guión -lo que ocurre- ni tan siquiera las peleas sino lo que las imágenes transmiten. Los sentimientos que provoca el caos que vemos en pantalla, la desorientación, el sudor en el rostro o las ropas que visten los pandilleros. Esa sensación de Apocalipsis cotidiano y continuo lleno de poesía y nihilismo que la conecta tanto con películas de Carpenter como Rescate en Nueva York o la saga Mad Max pero también con las bestialidades de John Millius, las homilías violentas de Sam peckinpah e incluso con el áspero hiperrealismo de los cómics de Frank Miller.
The Warriors es una película física, muy física. De acción. Pero también hipnótica y abstracta. Y es de esa mezcla entre su visceral violencia y sus remembranzas a las obras épicas griegas, ente su brutalidad y cierta sentimentalidad que la recorre, de donde surge su fascinación. Obviamente, no es una obra maestra. La ley de la calle es por ejemplo muy superior. Coppola es capaz de resumir en un par de escenas y con una sola aparición del chico de la moto toda la época de la que se alimenta y surge The warriors. Indicando también que se encuentra cerca de su fin. Pero existe cierta inocencia salvaje en la creación de Hill que la hace inimitable y querible. Entrañablemente caótica. De hecho, a pesar de que, debido al año en que fue estrenada, su banda sonora no incluye rap, es una obra que no sólo condensa los 70 sino también los 80 y por ello ha sido usada como referente estético de la década tanto en videojuegos como en anuncios publicitarios de moda. Probablemente porque apela a sentimientos primitivos y en su violencia existe una nobleza que choca, ridiculiza y pone de manifiesto la hipocresía y el cinismo habituales de Occidente.
The Warriors, sí, es un tatuaje cinematográfico intenso, hipnótico y trasnochado. Es una obra sobre la dureza con un temperamento no obstante divertido y un tanto kitsch y extremo que no me extraña que haya hecho las delicias de Quentin Tarantino. Pues podría y debería ser vista tanto en una sesión de cine de barrio como en una discoteca. Es una chulería macarra que convierte la desolación en diversión, la desesperanza en épica y los barrios y el metro de Nueva York en un infierno dantesco a ritmo de soul y guitarras eléctricas. Shalam
قضائية تتعلق بنزاع مع المندوب
El amor hace pasar el tiempo; el tiempo hace pasar el amor
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