Empezaré diciendo que a Fernández Porta lo considero un monstruo. Entendiendo por monstruo, siguiendo a Daniel Zamora, -autor de una prolija columna de opinión llamada El refugio del perro verde en la revista Jotdown-, «el ser que está condenado a salirse de forma terrible de la norma y que por esta razón produce espanto y rechazo en los que permanecen dentro». Que es lo que en parte, pienso, han provocado sus explosivos ensayos en nuestra querida cultura española, tan acostumbrada a acercarse al pensamiento contemporáneo desde la distancia, tarde y mal.
En realidad, el problema en España viene de lejos. Tal vez de siglos. A veces, he pensado que la expulsión de los judíos y moriscos de la Península Ibérica hace seis siglos, dejó un sello negativo en nuestro alma. Nos invalidó en cierto modo para comprender el mestizaje cultural. El ensamblaje de mitos, ritos y cultos que tanta fortuna por ejemplo ha hecho en el arte posmoderno. Aunque no creo que haya que irse tan lejos. Basta realizar un breve repaso a la historia española durante el siglo XX para entender muchas de las dificultades existentes para valorar un pensamiento tan volátil y aleatorio como el de Fernández Porta y, sobre todo, ponerlo en su justo contexto. Algo, por otra parte, lógico pues debido a la guerra civil y la posterior dictadura franquista, los años dorados del «pop» como movimiento artístico apenas emitieron un leve destello en el país. Parafraseando a Umbral, podría afirmarse que, durante varias décadas, en la nación franquista no es que no hubiera nada únicamente en domingo. Tampoco lo había el lunes, el martes o cualquier otro día de la semana. Por lo que, lógicamente, cuando el mundo anglosajón comenzó a introducirse de lleno en la era posmoderna –El arcoiris de la gravedad se publica en 1973- España ni se inmutó. Los ciudadanos de este país vivían tan ajenos a tantos acontecimientos de la época pop que cuando se abrieron las puertas al exterior a finales de los 70, no solamente se produjo un empacho de sexo atolondrado, frenético y algo casposo –el destape– sino de arte –la movida-.
Llenos de ansiedad, muchos españoles crearon propuestas que no sólo bebían de las extranjeras sino que las actualizaban y recreaban con tanto entusiasmo e inconsciencia que, por momentos, parecían ir más allá de las influencias en que se inspiraban. Se me ocurre ahora pensar en Radio Futura, Carlos Berlanga (hijo), Alaska, Iván Zulueta, el primer Barceló, el Bigas Luna de los 80 o -¿cómo no?- Pedro «terremoto» Almodóvar. Intrépidos aventureros que intentaron y, en algún caso, consiguieron paliar el vacío artístico que existía en este país. Aunque como el tiempo se ha encargado de demostrar, la mayoría de estos intrépidos artistas o bien pertenecían a una clase privilegiada o bien tuvieron la suerte de encontrarse en el momento justo y adecuado. Un instante irrepetible que les permitió triunfar. Ganarse los favores de un público ansioso de novedades que sin embargo, se encontraba incapacitado generalmente para comprender en profundidad muchos de los rasgos más importantes de sus propuestas. Lo que demostraba que el vacío antes aludido continuaba existiendo. Algo lógico, porque los experimentos posmodernos comenzaron a darse en España de manera desordenada. Sin haber pasado por la etapa previa -el pop- y habiendo atravesado la modernidad de una manera muy sui generis.
Resulta increíble decir esto a día de hoy pero, por poner un ejemplo, hasta los años 90 apenas se habían celebrado macrofestivales musicales en España. Y una década después de los primeros Benicassim, Esparrago o Sonar, nuestro país se había convertido en el paraíso de estas celebraciones masivas que han acabado convirtiéndose en un tentáculo más de la sociedad del espectáculo. Una celebración en la que tal vez lo que se festeje sea el cadáver del pop y el rock y no tanto su buen estado de salud. Mismamente, parece mentira que durante décadas en España, salvo ilustres y muy valiosas excepciones de todos conocidas, apenas se realizara arte contemporáneo universal y desde los 80, se viviera algo parecido a un boom -más de venta que de creación- artístico. Una señal muy clara, me parece a mí, de que, más allá del talento de muchos de estos artistas, en España se intentó recorrer un camino en pocos años que en otros países se había transitado durante varias décadas. Algo que lógicamente ha dejado innumerables zonas vacías y muertas que entiendo, permiten comprender las dificultades existentes para ubicar en su justo lugar a Fernández Porta.
A la generación de Porta -a la que pertenezco- resulta complejo encasillarla. Porque crecimos en la España del boom inmobiliario. Un país donde se invirtieron ingentes cantidades de dinero en arte y se llevaron a cabo innumerables proyectos megalómanos que nos permitieron realizar investigaciones culturales y asistir a eventos impensables varias décadas atrás. Pero debido a que en las Universidades y centros culturales -por las razones antes aludidas- todavía se estaban asimilando por ejemplo, lo textos básicos de la modernidad, se produjo un desfase entre la cultura académica y la realidad de ese país que en 1970 era un muro que adoraba y respetaba las tradiciones y en unos cuantos años, se convirtió en un paraíso para los dogmas de la globalización. Una locura extrema que se percibe en cierta medida, en los briosos ensayos de Porta. Textos movedizos que no se detienen en ningún lugar en concreto. Disfrutan saltando de aquí para allá y contraviniendo normas y expectativas. Y no buscan tanto orientar al lector sino sintetizar varias de las coordenadas de una época de la que son fiel reflejo. Víctima y testigo a la vez. Puesto que no se plantean tanto explicarla como ejercer de puente y transmisión de su política social y cultural. Las estrategias a través de las que el poder se enmascara, determinando, anticipando y condicionando las reacciones del consumidor.
En fin. Tal vez me he extendido demasiado pero creo que era necesario poner en contexto al lector, antes de ofrecer mis impresiones sobre Emociónese así. El más satisfactorio de los textos que he leído del ensayista catalán. Tanto me ha gustado que me he propuesto releer pronto Homo sampler y Afterpop. Libros de los que apenas gocé en su momento con ciertos fragmentos y determinados pasajes -algo supongo, bastante afterpop y previsto de antemano por Eloy- que obligaban a la relectura para comprender completamente sus propuestas. Tarea no tan necesaria con Emociónese así. Un ensayo claro y contundente donde Porta golpea en el sitio preciso para despertar el interés al lector sin necesidad de confundirle. Utilizando las más diversas referencias con una precisión asombrosa y combinando visceralidad e ironía con altas dosis de lúcida racionalidad.
¿De qué se ocupa Emociónese así? En apariencia, de cómo se producen, provocan y manipulan las emociones «individuales» y «sociales» en los ciudadanos de la era global. Cómo se nos guía sutilmente para alegrarnos y entristecernos («apelando a imágenes fabricadas, construidas sobre el amor y la felicidad o el desconsuelo») y cómo diversas propuestas artísticas colaboran y reaccionan ante estos estímulos. Originando obras culturales -no importa que sean indies, heavies, punkies o comerciales- cuyo contenido emocional se encuentra por lo general, condicionado y previamente establecido por el sistema. O al menos, codificado en gran medida. Tanto que apenas es posible encontrar fórmulas «originales» y «puras» en la música contemporánea. Pues incluso los músicos más vanguardistas y rompedores se comportan según unos parámetros fijos y nada espontáneos. Ya planificados y diseñados por la ideología de la época para conseguir la respuesta adecuada y esperada en el oyente. Algo que basta echar un breve vistazo al «descuidado» comportamiento de la mayoría de los grupos indies o al feroz contenido de las letras de los músicos de hard rock para ratificar.
Un tema, sí, que da para tantos libros que no es extraño que Porta lo abordara desde otro punto de vista en su anterior Eros. Pues, en esencia, la globalización es un bucle emocional. Nos ha sometido a la reverberación continua de los sentimientos. Y ha colonizado de tal modo el inconsciente del consumidor que prácticamente nadie está a salvo de esta codificación, como demuestra en sus lúcidas reflexiones sobre la Masía -la escuela de canteranos del F.C.Barcelona- y esos singulares y «típicos perdedores» que protagonizan la famosa película de los hermano Coen, El gran Lebowski.
Inquietantes y sumamente divertidas son, por otra parte, las reflexiones que realiza Porta sobre la marcha de Samuel Etoo del F. C. Barcelona tras haber ofrecido un rendimiento sobresaliente como las que lleva a cabo sobre Pep Guardiola o la novia de Rafael Nadal: cómo se nos «invita» a valorar sus personalidades y actos, resaltando unas virtudes y omitiendo otras. Y desde luego que son muy jugosas las páginas dedicadas a nuestra forma de consumir actualmente porno: dirigiéndonos directamente a las escenas de acción sexual y prescindiendo del resto. Modo de actuar que acaso se ya se esté contagiando a la forma en que estamos comenzando a leer libros y ver películas, obviamente ya alterada por las tabletas y móviles. Una manera de consumir cultura que convierte a youtube en una pantalla de cine donde, si así lo deseamos, sólo aparecen las escenas esenciales del film. Y que, a la vez, anuncia la posibilidad de que en el futuro sólo queramos leer ciertos fragmentos de los libros que tengamos o compremos. Algo que recuerda sospechosamente a lo que se hacía en aquellas interminables sesiones en la escuela donde se leía en voz alta tan sólo una parte del contenido de un texto clásico. Una rememoración esta última que, desde cierto punto de vista, parece uno de esos tantos bucles que se mueven entre el pasado y el futuro de los que tanto gusta la sensibilidad afterpop.
Una sensibilidad que tal vez explique mejor la escucha de discos como Real life de Magazine o Marquee moon de Television o la lectura de varios de los cómics de Daniel Clowes, Adrian Tomine, Seth o Chris Ware que cualquier sesudo ensayo. Algo de lo que es muy consciente Fernández Porta en su meduloso libro. Un texto que de surgir en otras culturas habría ocupado con cierta facilidad su centro. Por más que probablemente no hubiera tenido el toque castizo y apasionado que le aporta este ensayista empeñado en convulsionar a su lector. Un escritor que parece una extraña mezcla entre un torero y Buñuel o un heavy y un bakalaero. Figuras aparentemente antitéticas que, como tantas otras aparentemente divergentes, es fácil combinar sin problemas al terminar Emociónese así. Un manual que consigue explicarnos cabalmente los métodos utilizados por la globalización para imponer sus ideas. La manera en que las sociedas modernas se han convertido en dictaduras sentimentales. Shalam
ربّ اغْفِر لي وحْدي
Con una mentira suele irse muy lejos pero sin esperanzas de volver
0 comentarios