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El noveno juego

Ago 19, 2024 | 2 Comentarios

Los Juegos Olímpicos es un torneo de tenis menor. Décadas atrás no se le daba apenas importancia. Palidecía en comparación con los Grand Slam y era una especie de tachuela en el calendario de los Master 1000. Además, no aporta puntos para el circuito ATP. Generalmente, hay innumerables bajas y este año no fue la excepción.

Sin embargo, con el tiempo, ha ido cobrando relevancia. Sobre todo, por el hecho de que se celebra cada cuatro años y los tenistas (sin dejar de ser las empresas unipersonales que son) representan a sus países. Lo que le aporta una dimensión diferente. También creo que la eclosión del Big Three ha contribuido a cambiar la visión de esta competición en el tenis. Antes que nada, por la necesidad de ganarlo todo del trío de ases, el afán completista de Federer, Djokovic y Nadal. Para ser el mejor tenista de la historia también había que ganar la medalla de oro. Era otro factor que podía hacer que la balanza se decantara por uno u otro de los tres genios.

Es precisamente esta novedosa concepción del torneo lo que ha hecho que la final posea una trascendencia incomprensible a principios de este siglo. A decir verdad, el torneo no dejó ningún partido memorable. O al menos yo no recuerdo ningún enfrentamiento de esos de los que se vaya a hablar dentro de unos meses. Creo que, en cierto sentido, fue descafeinado. Sin embargo, la final fue apoteósica. Fue todo lo contrario. No tanto por la calidad (que la hubo y mucha) sino por los condicionantes que la rodeaban.

No sé si era posible concitar más tensión en una final olímpica. Djokovic buscaba el trofeo que le faltaba. Tenía detrás a un país y la historia. Toda una vida. Para Djokovic este torneo estaba marcado a fuego en el calendario. Su exuberante carrera deportiva siempre tendría un hueco si no se hacía con él. Así que preparó todo su calendario para llegar a la cita en óptimas condiciones. Una inoportuna lesión en Roland Garros puso en duda su participación pero se esforzó al máximo para no fallar. Visto lo visto, ahora se entiende mucho mejor su recorrido por Wimbledon. En el torneo británico todavía le faltaban dos o tres marchas. Por eso fue arrollado en la final. Pero si no hubiera participado, no hubiera llegado a punto a París. No hubiera estado lo fino que necesitaba estar para vencer a su nuevo desafío: Alcaraz.  Alguien a quien desea ganar el head to head ahora que todavía está en condiciones de dar batalla para no dejar dudas de quién es el número 1 del deporte cuando se retire.

Por otro lado, Alcaraz también desea ganar ese head to head antes de que Djokovic o bien se retire o bien, por edad, ya comience a dar muestras de decadencia. Alcaraz es un niño bonito del tenis. Desea que todo le salga bien. Desea ganarlo todo. Y, desde luego, quería ese oro porque era su primera participación en los Juegos. No quería esperar más. Quería la medalla en su cuarto. La chocolatina en sus manos. Se notaba que, debido a su juventud, estaba alucinando con el acontecimiento deportivo. Llevaba una racha impresionante de victorias y además, tenía detrás a España. Era el momento de vengar a Nadal, dar una tarde de gloria a su país y demostrar que puede aspirar a un reto, un objetivo que, que se sepa, únicamente se ha puesto él: ser el mejor de la historia. Y demostrarlo, repito, cuando el actual mejor todavía está vivo y coleando.

En fin, ¿se podía pedir más? Había muchos nervios, la tensión (como si fuera un ser humano) podía casi tocarse y, obviamente, cientos de miles de ojos estaban puestos en ambos. Había ambiente de tarde mayor, de día histórico. De día que aparecería en los libros dorados del deporte por siempre.

El partido lo ganó el más zorro, el más veterano. El que mejor supo manejar los nervios. El más experimentado. El que lleva tantas batallas a la espalda que es capaz de entender mejor los imponderables de cada momento. Valorar cuándo hay que frenar un poco y cuándo hay que darlo todo. De hecho, eso es lo que dice el resultado. Un partido resuelto en dos tie-breaks (momento en el que cada punto es un mundo, un puñal) en los que el serbio no dio tregua. No concedió ni una gota de agua.

Djokovic ha realizado tantas hazañas en las pistas que si le dices que tiene que jugar a las líneas o pierde un brazo, hay posibilidades de que salga ileso. Si le obligas a lograr un cien por cien de primeros servicios o lo dejas en la calle sin acceso a sus cuentas bancarias, hay una posibilidad de que lo consiga. Djokovic ha convertido lo excepcional en rutina tantas veces que estaba mucho mejor preparado mentalmente que Alcaraz para esos tie-breaks, y el partido en general. Su partido. El partido. El colofón de su carrera. El que daba ya, ahora sí, total sentido a sus desvelos durante toda su juventud y ponía un gesto de sonrisa perenne a ese rostro severo, agriado por las bombas, la carestía, la desmembración de Yugoslavia, la demonización de los serbios, las acusaciones de ser un mero comparsa de Federer y Nadal, de ser antideportivo, de ser un bufón, de poner en riesgo a toda la humanidad con su mal ejemplo tras decidir no vacunarse contra el Covid.

En cualquier caso, sería injusto decir que Djokovic ganó el partido por veteranía. En realidad, lo ganó porque lo planteó mejor. Porque no permitió sentirse cómodo a Alcaraz en ningún momento. Porque supo dónde dar, cuándo dar y cuando estaba contra las cuerdas, supo (marca esta sí de veteranía) resistir. Resistir en el alambre.

Para empezar, salió arrollador. Metiendo presión continua al saque de Alcaraz. Buscando un partido breve. Djokovic tenía a su favor que el partido no era a cinco sets. En tres podía ganarlo. Porque de lo que no cabe duda es de que Carlos iba a más. Estaba jugando de cine. Su juventud se iba a imponer en un partido largo. Pero en tres, Djokovic tenía su oportunidad. Y si no logró un break en los dos primeros juegos fue porque Carlos tiene un talento excepcional. Djokovic se mentalizó en romper desde el principio. Salió al partido como un condenado que tiene una oportunidad. Solo una. Pero la tiene. Carlos en cambio salió nervioso. Con dudas. Creyendo que su talento era tanto que no podía perder (pero desconfiando de que sólo el talento le pudiera servir contra el enemigo que tenía en frente). Y por ahí tal vez perdió el partido. Por ciertas dudas, no morder en puntos clave y no estudiar cómo hacer daño a un Djokovic (cuyo revés continúa dando miedo), que elevó la efectividad de sus saques a porcentajes sobrehumanos en esas instancias y que (lo más importante) sí supo muy bien cómo contrarrestar una derecha (la de Alcaraz) que, por momentos, parecía la de un juvenil, torpe, no hacía tanto daño como otros días. Vacilaba. ¡Lo nunca visto esos días!

En realidad, el partido fue un compendio de varios de sus enfrentamientos. A mí me recordó mucho a aquel primer set que disputaron la primera vez que se vieron las caras. Me refiero a su partido de mayo de 2022 en el Master 1000 de Madrid. Al final, aquella batalla la ganó Alcaraz. Pero el primer set lo conquistó Djokovic en el tie-break ante un Alcaraz que, aun jugando bien (o muy bien), dio ciertas muestras de inmadurez tenística. Se puso un poco nervioso y no terminó de carburar como podía hacerlo. Una falla que corrigió en gran medida en los siguientes sets producto tambień de un pequeño bajón físico de un Djokovic sorprendido por el talento del adolescente al que se enfrentaba.

También por cierto me recordó a su duelo en Cincinnati. Sobre todo, porque Alcaraz llegó ahí con la aureola de favorito. Tras haber destronado al serbio en uno de sus torneos fetiche: Wimbledon. Ese partido estaba para Alcaraz. Sin embargo, no fue capaz de rematar al serbio cuando lo tenía en la lona y éste (que ya sabemos que es un superviviente nato), se puso el traje de guerrillero, comenzó a jugar como si estuviera en Vietnam y se llevó un partido pleno de emociones en el que terminó gritando (como un gitano en un casamiento) con la camisa desgarrada.

Dicho esto para mí hubo un juego clave en el partido. El juego de la final. El juego de las Olimpiadas. Me refiero al noveno del primer set. Un juego por cierto que también me recuerda a ese mágico quinto del tercer set disputado en Wimbledon 2023. Aquel cayó del lado de Alcaraz y Alcaraz se llevó el Grand Slam y éste cayó en el rebufo de Djokovic y el serbio se colgó el metal dorado.

En ese juego, Alcaraz tuvo contra las cuerdas al serbio. Tuvo cuatro bolas o cinco de break que, en realidad, parecían seis o siete porque estaba jugando mucho mejor. Alcaraz había conseguido frenar el explosivo arranque del serbio. Había igualado mentalmente el partido y, de repente, durante varios minutos (sólo tal vez quince o veinte minutos pero suficientes de haber estado bien, de haber estado inspirado) fue el ganador mental. Ahí tenía que haber mordido. Ahí tenía que haber roto. Que haber impuesto su ley. La ley del joven, de la futura leyenda. Ahí tenía que haber helado el coraźon de Serbia. Pero no lo hizo. Es cierto que Djokovic hizo de escapista. Jugó esas bolas bien. Casi todas.  Pero ahí está el matiz. Casi todas.  No todas. En algunas de ellas Alcaraz no mordió. Alcaraz se confió. Pareció no darles la importancia debida y cuando se vino a dar cuenta estaba jugando un tie-break contra un Djokovic crecido y experimentado. Un Djokovic que le tendió una trampa, una tela de araña de la que el español (por ser tan joven) no supo salir. Dejándolo mudo, impotente, como si le hubieran birlado el alma.

Poco más tengo que decir. Soy nadalista. Amo al guerrero balear, al león manacorí, al jabato ibérico. Pero no caben muchas dudas de quién es el mejor jugador de la historia del tenis.

Djokovic no necesitaba este torneo para ser considerado así. Pero sí lo necesitaba para no sentir ningún vacío cuando dentro de unos años recuerde su carrera con los suyos delante de la chimenea o cuando la rememore en silencio tomándose un merecido licor. Pocas personas han logrado lo que Djokovic. De hecho, a estas alturas no sé si decir que es el mejor tenista de la historia es justo porque tal vez (mal que nos pese, al César hay que darle lo que es del César) sea o aspire a ser considerado el mejor deportista de la historia. Sus rutinas alimenticias, desde luego, serán estudiadas en todos los centros de alto rendimiento y su frialdad en los momentos clave (aún recuerdo aquel Wimbledon en que le levantó dos bolas de partido ni más ni menos que al mismísimo Federer) y su capacidad de superación, van a quedar grabados a fuego en el deporte.

Si Tácito o un historiador griego (el mismísimo Herodoto) revivieran, seguro que incluirían al guerrero serbio en sus anales junto a los más granados Emperadores. Sus hazañas en la pista de tenis no merecen menos. Shalam

حيث يوجد الألم، يوجد أيضًا ما ينقذ

Allí donde está el dolor, está también lo que salva

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen….gracias naturaleza …..
    2imagen….no he visto icono mayor en estos tiempos que la bandera tras nadal con un agujero al recortar el escudo….
    3imagen….dinero ganado:35.000.000 dolares….el otro dinero ganado 200.000.000 dolares…..
    4imagen….pa-ta-ta…….
    5imagen….lacoste…..
    6imagen….nike….
    7imagen….hilo negro……
    PD…bowie & billy corgan(smashing pumpkins)……
    https://www.youtube.com/watch?v=Bzccx6nAf70…all the young dudes…(los alcarazes)…..

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Victoria de los atletas de Cristo. 2) Un animal exótico. Un español feliz de ser español. Los ingleses no lo pueden creer.3) Esto ha sido una apisonadora psíquica, cabrón. 4) ¿Quién es el más delgado de ambos? Lo veremos en pista. 5) El tenis como ballet 6) Piernas moldeadas inspiradas en estatua griega. 7) Seré un marginado de la popularidad pero ya tengo un puesto en la eternidad. PD: extraordinario Bowie comiéndose al tan criticado Corgan, en una etapa de creatividad de este último y de fama. La fama. la fama. ¿Es los Alcázares un pueblo famoso?

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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