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El muerto (2)

Sep 25, 2024 | 2 Comentarios

Dejo a continuación un nuevo avería (el segundo de esta tanda) sobre Scott Waker que recomiendo leer escuchando «The electrician». Un tema insinuante y sugerente de Nite flights, el último disco que grabó con The Walker Brothers.

Quien quiera leer el primero, puede hacerlo por cierto pinchando aquí.

El muerto (2)

Lo de Scott Walker fue un camino entre tinieblas desde casi sus comienzos como artista. Cuando triunfaba con los Walker Brothers, estilizando aún más si cabe el muro de sonido spectoriano, se sentía solo, ajeno. Era un hombre extraño. El éxito le era arisco. Le parecía un impostor. Se sentía sucio por formar parte de las mentiras del mundo del pop. No terminaba de disfrutar. Cuando las jovencitas aclamaban a The Walker Brothers, las sonrisas de Scott eran más falsas que las de Judas. Esa tibieza probablemente enamoró a muchas chicas fascinadas por su ambigüedad pero, en el fondo, no más que escondía a un alma desencantada.

Scott amaba el cine de autor, la música clásica, el arte antiguo, tenía un ojo puesto en las experimentaciones vanguardísticas. El flower power en el fondo lo confundía. Él era seco y dylaniano. No un efervescente hippie. Scott era un caballero europeo. Lucía mejor en la fila de un cine donde proyectaban El eclipse o El manantial de la doncella o en una biblioteca leyendo a Petrarca que con una camisa de flores enloqueciendo a las masas en la televisión. Prefería ser comparado con los bohemios franceses, con los hijos de Baudelaire, que con los ídolos juveniles del momento. En el fondo, lo pasaba mal. Estaba ido. Parecía un personaje de Jean Paul Sartre. Scott podía perfectamente aparecer en La náusea pero tenía que cantar y sonreír. Ejercer un rol, un modelo. Y no tenía otra arma que la bebida para superar sus dudas, la depresión, para hacer de su voz un arma rugosa digna de cantar no sólo sobre resplandores sino también sobre fracasos y traumas.

Scott era un hombre mudo, silencioso. Tenía talento. Pero no podía desarrrollarlo como quería. No sabía tampoco. O, más bien, no sabía todavía. Así que dejó a los Walker Brothers y emprendió una carrera en solitario que seguro que a más de uno le sonó a capricho egocéntrico pero, en el fondo, tenía que ver con unas inquietudes, con unas ideas que no terminó de encauzar hasta tres décadas después. Cuando ya no era Scott Walker sino un espíritu evanescente que caminaba por la tierra grabando discos que, en el fondo, eran mensajes desde el más allá, canciones que lo mismo recogían las voces del príncipe Hamlet que del Marqués de Sade o de un viejo héroe griego perdido en una isla siglos atrás.

Scott Walker en los 60 fue importante. Tuvo fama y cierto reconocimiento. Nunca llegó a ser el hombre del momento pero tuvo sus instantes de gloria, de gloria efímera, gloria pasajera. En cierto sentido, creó su propio y pequeño estilo. De no ser así, Bowie no se hubiera fijado en él. Bowie guardó completa admiración por Scott a lo largo de toda su vida. Pero sólo quiso ser Scott una vez. A finales de los 60. Cuando Bowie todavía estaba en proceso de búsqueda, se fijó en Scott y vio en su ténebre y cálida figura europea una imagen del caballero en el que podía convertirse. Un cantautor que uniera la poesía europea, el talante de los trovadores, el pop sofisticado y de cámara con ciertos aires hippies y pop. Pero esto sólo fueron cinco minutos. Bowie contempló 2001, el filme de Kubrick, grabó «Space Oditty» y siguió su propio rumbo. Siempre rápido, a otra parte. Eso sí, jamás olvidó a Scott. Nunca.

Bowie sabía, por supuesto, que el primer Scott podía ser imitado pero no así el último. Ese no. Ese estaba más allá de la razón, de cualquier corriente artística. Para ir hacia ese lugar, Scott tuvo que atravesar tormentas. Estuvo una temporada residiendo por un tiempo en un monasterio benedictino en la isla de Wight para estudiar canto gregoriano.  Y se dejó la vida en su tercer y cuarto disco en solitario. Sobre todo, en este último. El disco europeo por excelencia. Un disco de cineclub que podría haber gustado a Albert Camus y a Bertolt Bretch. Pero tal vez porque los Walker Brothers comenzaban a ser pasto del olvido, casi nadie (excepto Bowie, claro, y unos pocos elegidos) le hizo caso. Y los que lo hicieron no terminaron de entenderlo. ¿Qué hacía un joven intelectual en solitario grabando discos sobrios, esquivos, plagados de metáforas, con referencias cultas en medio de la era de Woodstock, de las guitarras eléctricas? Scott salió escaldado de esas experiencias y comenzó un lento, desvaído camino por los infiernos.

Los discos que Scott grabó en los 70 no son tan malos como se piensa. Eso es imposible estando ahí Scott. Estando ahí esa voz de fantasma, de hombre inmortal, de negro trovador.´Til the band comes in, por ejemplo, tiene momentos brillantes, The movigoer es evanescente, es una ópera decadente que resuena en el tiempo. Pero estaremos de acuerdo en que, de no ser por la voz de Scott, y porque sabemos que el sello de Scott está ahí (aunque los grabara como quien va a un trabajo que no le gusta, por obligación, casi con desgana) nadie los escucharía. Estarían mucho más olvidados aún de lo que ya están.

Scott en los 70 estaba totalmente perdido. Seguro que la idea del suicidio rondaba su mente. Se sentía fracasado como artista. Sus discos, en el fondo, son una exposición masoquista de su derrota. Stretch, por ejemplo, tiene algo desolador. Su luz es muy esquiva, una luz marchita, llena de tristeza.  Scott cantaba y lo hacía bien (¿cómo no?) pero lo hacía a la manera de un Sinatra trasnochado, de un cantante de country ido, perdido en su propio mundo. Ya no componía, sólo realizaba versiones como si hubiera perdido la fe no sólo en su talento sino también en el mundo, en la vida en general.

Lo interesante de estos discos es que por primera vez, Scott no canta para un público en concreto. No tiene en mente a la gente. Canta sus desdichas como si estuviera él solo tocando en un bar sin nadie alrededor. En gran medida, Scott comienza a ahondar en la soledad, a dejar de lado a las compañías discográficas y a los productores. Es un hombre perdido cuya luz parece que nunca más va a brillar y eso, aunque entonces nadie lo viera, le facilitaría comenzar a experimentar en el futuro. Lo conduciría décadas después por caminos nunca antes entrevistos.

Antes, eso sí, se juntó de nuevo con The Walker Brothers. Una reunión, obvio, realizada por motivos económicos, para ver si lograba reactivar su vida y su arte, volvía al primer plano y rejuvenecía un poco. Pero Scott no se implicó mucho. Los dos primeros discos de este regreso (No regrets y Lines) son, como poco, decepcionantes. Ningún tema lleva su firma. Ok. En cualquier caso, ahí está la inmensa, la intensa «No regrets». Todo Tindersticks, todo lo que ha hecho una banda tan grande como Tindersticks viene de allí, del «No regrets» de The Walker Brothers. Una canción que vale por discografías enteras cuya tersura, cuya hondura melancólica hacía palidecer al resto de las que la acompañaban. Átonas, a veces desesperadamente pasivas y, sobre todo, situadas en territorio de nadie salvo alguna excepción como «Lines».

Hay consenso, sin embargo, en mencionar a Nite Flights como el mejor disco de esta etapa de The Walker Brothers. Un disco que también se encuentra en medio de ninguna parte pero en esta ocasión incluye cuatro canciones de Scott que miran de costado al Bowie de Heroes, a la vanguardia europea, a Berlín y a las frías experimentaciones de Brian Eno. El saxo, por ejemplo, de «Fat Mama kick» es la hostia, una alucinación, un delirio y los turbios sintetizadores directamente, una amenaza. No son cuatro canciones perfectas pero sí son sumamente interesantes. El resto da el pego. Son buenas. Alguna hay notable. Pero no llegan al nivel de estas cuatro de Scott. Sobre todo, la última, «The electrician», ya apunta a lo que el tenor shakesperiano hará después de su muerte. Con otros arreglos y dándole nuevos matices podría perfectamente aparecer en Tilt.

Con esos cuatro temas, Scott dejó claro que su mente estaba en otra parte, en otros linderos, en otros territorios. La reunión con The Walker Brothers había sido un fiasco económico. Tal vez también creativo. Scott no encajaba en ninguna parte. Así que sólo le quedaba desaparecer. Su reino, eso está claro, si estaba en algún lugar, no era en este mundo. Shalam

السعادة مصنوعة من أشياء صغيرة: يخت صغير، قصر صغير، ثروة صغيرة

 La felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1imagen…mi mano se apoya en el poste del micro y yo me apoyo en todo en todo lo que pueda ver…..(a veces prefiero no verlo)….
    2imagen….lodger 1979(portada)…..
    3imagen….visito la estacion para personas……
    4imagen…..la hormiga atomica tambien va a la «peluqueria»…
    5imagen…de esta sonrisa entran pocas en un kilo…(me interesa el asunto)……
    6imagen….en almeria hubiese hecho yo unas peliculas top junto con engelbert humperdinck (rimbombante nombre)….jajajj
    7imagen….claramente corriente alterna……
    PD….https://www.youtube.com/watch?v=38zRx9AYDHQ….miles davis…from el amor brujo…..(sketches of spain)…..tambien como scott no queria repetirse……

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    • Alejandro Hermosilla

      1) El José Feliciano del pop europeo. 2) Lo que, de un modo u otro, transmite «Low». 3) Perdido, sólo me encuentro leyendo «La náusea» de Sartre. 4) Bowie me envidia. Pero yo no soy Bowie. ¿Qué locura es esta? 5) Fui un niño feliz durante un tiempo. También fui triste. Intentaba sonreír cuando me quedaba solo. 6) Y luego vendrá Bill Calaham, el de Smog, y me robará el look. Y también Beck. Y todos. ¡Mierda! Humperdinck.. maravilloso. 7) Una mezcla entre la portada de Heroes, una de los primeros discos de Peter Gabriel en solitario y otra de Peter Hammil. PD: delicioso Miles. Precisamente estos días estaba volviendo a leer su autobiografía.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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