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El ego y el chupete: Robert Smith

Mar 1, 2013 | 0 Comentarios

Me pregunto si el arte cumple una función similar a la del chupete. Según Freud, cuando el niño chupa el objeto, intenta satisfacer su necesidad de mamar o alimentarse continuamente de la fuente de vida materna. Presupongo que si lo hace es porque, de esta manera, se completa a sí mismo. Su propia boca puede ser percibida por el infante como desunión, apertura que necesita consumarse, taparse con algo. Y si la teta de la madre no se encuentra disponible, buscará otro elemento para sentirse lleno.

Si nos damos cuenta, nacemos con ciertas «aperturas» o»entradas» que, en mayor o menor medida, todos deseamos rellenar. Completar. Pues haciéndolo, nos sentimos protegidos, seguros. En cierto modo, volvemos al estado pre-natal o paradisíaco. La satisfacción de las parejas tras haber realizado el coito sexual y haberse completado mutuamente, seguramente remite a este hecho. Como, por otra parte, la angustia y pequeña depresión post-coital puede que en el fondo no sea sino un síntoma a través del cual volvemos a tomar conciencia de esta separación. Comprendiendo que la unión entre sexos, en definitiva, es sólo momentánea.

Me pregunto ahora a qué podría aludir la apertura de los oídos y la razón por la que acostumbramos a taponarlos a menudo con auriculares para escuchar música. Supongo en primera instancia, que esta costumbre ha de remitir a una cierta necesidad y deseo de autocompletarnos a nosotros mismos sin tener que recurrir a los otros. Algo verdaderamente imposible pues al fin y al cabo, lo escuchado nos somete a una creación forjada por «esos otros» y nos relaciona con «lo distinto». E incluso si no oímos nada, si nos hemos colocado unos audífonos porque lo que deseamos es aislarnos totalmente, nuestra actitud vendrá determinada por el Otro. Por ejemplo, por la necesidad de huir o evitarlo. Algo que, paradójicamente, muestra con mayor claridad su tremendo poder. Cómo siempre -ya sea afirmándolos, negándolos o ignorándolos- nos encontramos condicionados por los demás. En este caso, por el chupete-audífono que, en ciertos modelos, se asemeja a un espermatozoide o vibrador que fecunda el oído y lo completa, proporcionándole al oyente el placer buscado, deseado, que por sí mismo no podría conseguir.

Vistas las cosas de este modo, podría pensarse que es la ausencia del chupete, la falta de ese objeto fetiche a partir del que simulamos estar en contacto con el seno materno y disminuimos la angustia por haber salido del útero al mundo, lo que nos obligaría a hablar. Las primeras palabras, frases, serían una manifestación o intento de búsqueda de ese chupete (seno) con el que nunca volveremos a estar unidos. Aunque, eso sí,  más tarde, intentaremos reencontrarlo de otros modos; ya sea con el cigarrillo, el chicle o la ingestión desmesurada de comida.

En este sentido, resulta lógico encontrar muchos individuos desolados, perturbados y neuróticos dedicándose al arte. De alguna forma, los artistas intentarían contrarrestar con sus creaciones el dolor por la caída en el tiempo, encontrarse separados del seno materno y vivir una vida mutilada. Intentarían trascender el estadio del objeto-chupete que, desde este punto de vista, podría ser visualizado como un monstruo desolador y amenazador a través del que los seres humanos comenzamos a experimentar por primera vez nuestra condición mortal. Somos conscientes de nuestra separación de la madre y del resto de personas.

El arte podría servir, por tanto, como medio para plasmar y, en ocasiones, superar esa frustración. Sería una actividad que lucharía por encontrar la sanación y equilibrio personal aunque no la asegure, si es que el artista no se ha sometido anteriormente a un proceso catártico y terapéutico. Y por ello no es en absoluto extraño encontrarse con fantásticos creadores que poseen, a su vez, grandes carencias personales o inmensos egos. Pues la obra realizada no se encuentra directamente relacionada con la sanación personal. Y si bien la rabia con la que lucha contra los más diversos traumas, puede generar una creación fascinante, esto no significa propiamente que su hacedor se haya liberado de sus fantasmas. Puede haberlos atenuado y sabido expresar, pero si no ha llevado a cabo un trabajo personal más profundo, es muy probable que continúen allí. Formando parte de su personalidad hasta el fin de sus días. Siendo muy habitual encontrarnos frente a artistas narcisistas, deseosos que reconozcamos lo buenos que son en su actividad, o bien necesitados de nuestra aceptación y admiración. Ansiosos de elogios y halagos que nunca les complacerán totalmente, dado que nunca hay suficiente teta ni chupete que pueda sanar su herida vital ni sus traumas post-natales y les conduzca de nuevo al lugar de donde posiblemente no desearían nunca haber salido: el útero materno.

El chupete podría considerarse, por tanto, uno de los primeros recordatorios de la muerte. Y dependiendo de cómo entendamos nuestra separación de ese objeto, creceremos en uno u otro sentido, sin importar tanto a qué nos dediquemos -puede ser el arte, la filosofía, el deporte o las leyes- sino más bien el grado de conciencia que poseamos. A esto, por ejemplo, aluden el budismo y las filosofías orientales, puesto que no ponen el énfasis tanto entre lo abierto y lo cerrado y la necesidad de completarse entre ambos sino más bien en el equilibrio. Debe haber aperturas y cerraduras para que todo encaje en su lugar y en el mundo exista una armonía. Fuego y agua, aire y tierra, abierto y cerrado, ying y yang.

Desde esta perspectiva, el ser humano no tendría que necesitar de un «otro» para completarse, pues él mismo ya es ese «otro» y «muchos más». Posee todo el universo en su interior y considerándose a sí mismo como sagrado es que puede trascender. Y para ello, debe aceptar la separación y el destete materno que significa, en esencia, crecer y entender la misión para la que fue creado. La cual probablemente únicamente alcance a conocer meditando, pues es infinita e imposible de expresar en palabras. Siendo reflejo de ella el arte que, en su grado y realización máximos, puede dar sentido a nuestra vida, en tanto demuestra que nuestro recorrido y sacrificio, la caída en el tiempo, tiene un significado definido, completo. Al fin y al cabo, toda Gran Obra nos devuelve al silencio. Nos completa pero ya no a través de un objeto o un sustituto de la teta sino mostrándonos las máximas posibilidades de expresión, las fuentes mismas de las que brota la existencia. Lo que explica la razón por la que nos sentimos vacíos, frustrados, cuando nos enfrentamos a obras de arte basura, construidas por meros intereses comerciales. Multiplicaciones de ese primer chupete que mordimos en la cuna, que en cierto modo, es un gran mentiroso, puesto que su función es la de que creamos que estamos chupando teta, unidos a la madre y sin conciencia de muerte, cuando él mismo es la más clara manifestación de que estamos abocados a vivir con todo lo que ello conlleva. Queramos aceptarlo o no.

Tal y como yo veo, en Occidente nos encontramos ahora en un momento ideal para superar la fase chupete. Pues estamos en trance -gracias a la crisis económica que, en realidad, es ética y consecuencia de la política- de enfrentarnos a lo que más tememos. Algo parecido a lo que le ocurría a Robert Smith en el inquietante y fascinante vídeo de Lullaby que pienso, puede que tras todas estas palabras, comprendamos mejor a qué alude sutilmente: al niño sin chupete en la boca que acepta de una vez la muerte representada, en este caso, por la araña, y finalmente se enfrenta a ella. Reconociendo el trauma del destete delante de la sociedad, afirmando así la necesidad de crecer. Dejar de ser Peter Pan, músico o artista, y conseguir ser persona. Porque la araña no espera. Siempre está hambrienta. Teje y teje su tela (el tiempo) hasta asfixiarnos y conducirnos al umbral ulterior, la muerte, que, como enseña el budismo, es una experiencia que puede producirse hoy mismo. Esta tarde, en unas horas, ahora, ya. Enseñanza que debemos interiorizar pues solo así podremos experimentar con autenticidad aquello que nos toque vivir realmente y no buscaremos sustitutos -chupetes, drogas, dulces- sino únicamente la verdad. Sea lo que sea ésta y signifique lo que signifique. Shalam

            وعاد بِخُفّيْ حُنيْن

Castiga a los que tienen envidia haciéndoles bien

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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