El pasado lunes publiqué un avería http://www.averiadepollos.com/musica/circulo-negro/ en el que aludía a ciertos escritos que realizo de tanto en tanto no sobre grupos de rock y discos imaginarios sino sobre bandas musicales que sí han existido cuya historia modifico un poco. Lo lógico sería por tanto que en ese hipotético universo, esas alteraciones contribuyeran asimismo a cambiar la vida de otros creadores. Y eso es lo que ocurre con este nuevo avería en el que presento la obra de Joy Division como heredera de la de Black Sabbath y a Ian Curtis completamente obsesionado con el perverso noble que protagonizaba (en ese otro mundo) la entera discografía de las huestes de Ozzy Osbourne y Tony Iommi.
Ahí lo dejo.
La banda favorita de Ian Curtis era Black Sabbath. El músico inglés consideraba sus obras letanías sagradas. Rezos apocalípticos. Y estaba completamente fascinado por la historia de aquel noble omnipresente en su discografía que, ya entrado en la vejez y consciente de los pocos años de vida que le quedaban, se entregaba por completo al libertinaje. Ian entendía que aquella narración escondía un mensaje profético sobre el fin del mundo y solía escuchar Paranoid, Master of Sabotage o Technical Ecstasy insistente y repetitivamente. Y lógicamente, cuando junto a Peter Hook, Bernard Sumner y Stephen Morris formó Joy Division, se adentró en ese tortuoso mundo.
En su primer disco, Unknown pleasures, básicamente intentó reflejar el ambiente opresivo tanto del sótano donde el noble realizaba las torturas como del castillo que habitaba. Aunque en vez de describir sus costumbres y hábitos, exploró su mundo interior. Las airadas y contradictorias sensaciones que aquel misterioso y perverso ser tenía al alba y al anochecer, cuando cabalgaba en su caballo negro por los condados cercanos y cuando ejecutaba sus castigos y perdía el control. Pero, eso sí, no llevaba a cabo la narración de una forma lineal. Puesto que mezclaba versos en los que aludía a la tormentosa vida del decadente aristócrata con frases sueltas extraídas de la Biblia, tragedias de William Shakespeare, ensayos de Friedrich Nietzsche y poemas de Friedrich Hölderlin. Motivo por el que siempre ha sido tan difícil desentrañar sus letras y estas fueron consideradas enigmáticas a la par que visionarias.
En Closer, sin embargo, Ian Curtis fue varios pasos más allá. Describió los últimos años de la vida de aquel noble profundizando en su arrepentimiento. En la enfermedad que lo embargaba y en sus últimos paseos por los mustios jardines de su palacio. Compuso un boceto invernal de su hierático rostro. De sus reflexiones. De su culpa. El dolor mental al que era sometido por las voces de las condesas muertas. La desnuda habitación en la que fallecía. O las plegarias que rezaban varios monjes cuando el féretro penetraba en la tierra.
Varias semanas después de haber grabado ese inescrutable monumento sonoro, Ian se suicidó. Muerte que, en cierto modo, era un sombrío presagio sobre cualquier aspiración futura de solidaridad social y anunciaba la llegada de una nueva peste: la soledad y el aislamiento. El pérfido, fatal individualismo que como un ángel negro devoraría las cosechas trayendo consigo el hambre y el lamento. La era de la desgracia. Shalam
الحسد والغيرة ليسا من لرذائل أو الفضائل بل
La envidia y los celos no son vicios ni virtudes sino penas
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