A Isaac Hayes hay que escucharlo de noche. Yo en concreto, cuando pincho sus discos por la mañana, no siento nada especial. De hecho, se me hacen un poco cansinos y no tardo en quitarlos. Pero basta que oscurezca un poco para que me hipnoticen. Porque su voz remite al peligro y al hedonismo. Al sexo y la lujuria. Transmite nocturnidad. Es ideal para recorrer los clubs y calles de una ciudad moderna hasta el amanecer o hacer el amor durante horas.
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Antes de Isaac Hayes, la mayoría de intérpretes de soul tenían un claro objetivo cuando cantaban: que los jóvenes se besaran y los adultos se agarraran la mano mientras caminaban por la calle o iban de compras. Pero desde que el Mesías negro se puso delante de un micrófono y tomó el mando de su carrera artística, comenzaron a hacerlo con otro objetivo en mente: que su público follase; desarrollara sus fantasías más tórridas mientras sus potentes e insinuantes voces se escuchaban en la radio, la sintonía interna de un motel o en inmensas camas de matrimonio.
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En realidad, Hayes era, sí, muy sexual pero no era chusco en absoluto. Era un seductor que intentaba desnudar a las mujeres con su voz. Entonaba las canciones a su oído y no tenía prisa en conducirlas al orgasmo. Prefería de hecho hacer su trabajo lentamente; como una apisonadora. En muy escasas ocasiones, sus canciones remitían a conflictos sociales y políticos. Ser negro y superventas era en sí mismo toda una declaración de intenciones a principios de los 70. Una prueba máxima de libertad. Así que Hayes se dedicaba a fusionar su líbido con su espíritu y a consagrarse en cuerpo y alma a entonar melodías y rehacer composiciones que, en la medida en que le hacían conectar profunda e íntimamente con la mujer que tenía en mente cuando las interpretaba, le permitían establecer plena comunicación con el resto de mortales.
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Si existe un disco de Isaac que puedo escuchar a todas hora del días ese es Hot Buttered Soul. Una inenarrable maravilla, una batidora metafísica y callejera, que creo que podría llegar a gustar a los fans de Pink Floyd porque Hayes logró amalgamar allí las improvisaciones hippies que desembocarían en el rock progresivo con el soul clásico y el funk. Aunó la cultura de club y la arritmia del Bebop con una chulería y potencia inusuales que convirtieron aquella histórica grabación en un preludio de la futura música disco.
Hot Buttered Soul era un largo cigarrillo de marihuana combinado con dos pequeñas rayas de cocaína. Era una respuesta intensa y orgullosa de la música negra al flower power llena de vida y sensualidad. Un largo y lento viaje a la luna plagado de momentos arrebatadores y pasión; de orgullo negro y una mentalidad socarrona aprendida en los barrios. La reinterpretación del clásico «Walk on by» de Burt Bacharach es historia de la música. Pura psicodelia sexual. Un viaje a otra dimensión realizado con los pies en la tierra y el músculo engrasado de un gladiador del que lo mismo surgen cabezas de minotauros que fresas salvajes y grasientos guantes recién retirados de las manos de macarras de barrio. Y las otras tres canciones aúnan impecablemente misticismo y guarrería. Líbido y cielo. Crean sonidos nuevos y amplifican los conocidos convirtiendo ese pedazo de plástico en un apasionado conjuro que lo mismo podría servir como banda sonora de un documental sobre pandillas que de acompañamiento a un baile íntimo en un club a altas horas de la madrugada o al cuelgue de algún drogadicto sediento de experiencias y sexo.
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Isaac Hayes no era un músico. Era el puto amo de la música negra. Y es por ello necesario bucear en su discografía para precisar mejor el trasvase de influencias y las íntimas conexiones que existen entre las salvajadas rockeras realizadas por Jimi Hendrix, las excursiones místicas y rítmicas de Parliament o Funkadelic y los singles vacilones producidos por Giorgio Moroder junto a los artistas negros llamados a convertir la noche de los sábados en una fiesta de luces multicolor. Ciertas partes de una banda sonora como Shaft no se explican desde luego sin tener en cuenta el hippismo como tampoco sin las ganas de alcanzar un status social mayor y de paso ir a mover el esqueleto en los salones y pistas de baile de los integrantes de una de las razas más castigadas de la historia en un momento -la década de los 70 del pasado siglo- en el que parecía que al fin sus reivindicaciones eran escuchadas. Y por si fuera poco, además, habían encontrado un género cinematográfico a través del que expresarse plenamente, como es el caso de la blaxploitation.
Cuando escucho a Isaac Hayes, pienso inmediatamente en camas y hoteles. Habitaciones llenas de cristales, colchones de agua y sensuales baños. También por supuesto en cuerpos uniéndose. Y eso sólo puede ser bueno. Shalam
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