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Bufón

Ago 5, 2017 | 0 Comentarios

Antonio Cassano ha sido el bufón del fútbol italiano de los últimos años. Un arlequín con la extraña capacidad de hacer reír e irritar a sus seguidores en escasos minutos y un artista imprevisible, mágico y habilidoso con el balón.

Casi todos los deportistas excéntricos han sufrido algún acontecimiento traumático en su infancia. Y, desde luego, Antonio Cassano no es una excepción. Antonio fue abandonado por su padre desde su temprana infancia, pero esta ausencia fue suplida por el tremendo amor de una madre entregada y pasional que lo apoyó y consintió como si fuera el príncipe de un condado italiano renacentista. No obstante, Cassano y su progenitora pasaron muchas dificultades. Eran pobres y muchas veces, debían realizar innumerables esfuerzos para completar las tres comidas de rigor. Cassano estaba destinado a ser un golfo, uno de esos pandilleros que aparecen en las películas de Pier Paolo Pasolini, que alternan romances peligrosos con estancias en la cárcel y lo mismo pueden acabar traficando con droga que como chulos de prostitutas. Pero lo salvó la pelota. En las calles de Bari pronto destacó por sus habilidades con el balón. Regateaba con tal descaro y chulería y jugaba con tanta soltura y talento que conseguía que decenas de personas de los barrios colindantes, se reunieran a verlo jugar. Admirados por las virtudes de un niño irrespetuoso con una sonrisa descarada en los labios que manejaba el balón con una maestría inusual y pronto, llamó la atención de los ojeadores profesionales.

Obviamente, un muchacho educado en los barrios y con un carácter tan anárquico como el de Cassano no se iba a adaptar jamás al fútbol profesional. A los rigurosos entrenamientos modernos y los planes específicos de preparación pendientes del último gramo de grasa de los deportistas. Cassano se convirtió pronto en el gamberrillo del Pro Inter Tonino Rana y más tarde, del Bari. Conjuntos que veían en él una figura en ciernes. Escondía la ropa de sus compañeros, destacaba por realizar todo tipo de bufonadas, cambiaba los cubiertos en las comidas. En fin, un cúmulo de anécdotas que van desde las bromas de mal gusto hasta las realmente ingeniosas que hubieran acabado prematuramente con la carrera de otro jugador incapacitado para someterse a disciplina alguna. Pero aquel chico tenía tanto talento que, a pesar de que sus entrenadores tuvieron más de una vez la tentación de dejarlo en el banquillo, finalmente se veían obligados a recurrir a él con la esperanza de que una de sus genialidades, resolviera un partido duro y cerrado. Y fue así que, de una manera casi meteórica, siendo todavía un imberbe adolescente con granos en el rostro, debutó en el fútbol profesional.

Con su amado Bari, obtuvo el primer año un soñado ascenso a primera división. No es difícil imaginar al jovencito Cassano emocionado, contando chistes sin cesar y profundamente nervioso por este logro. Pronto jugaría con todos aquellos legendarios jugadores que hasta ahora únicamente contemplaba por televisión. Era su gran oportunidad de alcanzar la fama y salir de la pobreza para siempre y desde luego que no la desaprovechó. Su desembarco en el Calcio fue meteórico. Toda Italia recuerda el momento en que el insolente gamberro se dio a conocer. En una liga marcada por el rigor táctico y defensivo, la aparición de este «fantasista» fue antológica. Una bomba. La jugada que le dio fama forma parte de la historia colectiva de los últimos años del fútbol italiano. A falta de tres minutos para el fin del partido, Bari e Inter empataban en el típico partido cerrado. Hasta que, de repente, un balón aéreo procedente de la otra mitad del campo llegó directo hacia Cassano que lo controló de forma insólita. Con el tacón derecho. Y sin detenerse en ningún momento, impulsando el balón hacia delante y ayudándose de la cabeza, continúo corriendo como un poseso hasta el área, donde dribló a dos defensas y con una naturalidad asombrosa, colocó el balón entre las redes. Una obra de arte que lo inmortalizó para siempre dentro del fútbol contemporáneo y fue su catapulta al éxito.

Inmediatamente, comenzaron a sonar teléfonos procedentes del Milán, Turín, Florencia, Roma y media Europa preguntando por el precio de aquel muchacho y los comentaristas italianos se desataron en elogios. Soñando con haber encontrado un digno heredero de Paolo Rossi. Un ilusionista capaz de llenar el hueco que había dejado Roberto Baggio. Pero con lo que nadie contaba era con su carácter.

Aquellos periodistas observaron y valoraron sus piernas, su ágiles movimientos así como su capacidad de desborde pero no lo conocían personalmente. Craso error porque Cassano jugaba al fútbol por diversión y para conseguir dinero y no creo exagerar si afirmo que el mismo día de su consagración fue, a su vez, el del final de su carrera porque para aquel pícaro vivaracho, de algún modo, ahí acabó todo. Lo dijo cuando fue entrevistado tras aquel mágico gol. Aquella impresionante arrancada no le había convertido en un gran jugador -eso ya lo era- sino en un hombre rico. Tendría los bolsillos llenos el resto de su vida y podría darse todos los caprichos que deseara. Podría, por ejemplo, engalanar, cortejar a su querida madre y vivir según sus reglas y no las de las demás. Un lema que define el resto de la carrera de Cassano. Un genio efervescente y, en cierto sentido, desaprovechado que nos ha dejado innumerables bufonadas (conocidas entre los aficionados como «cassanatas») y declaraciones explosivas además de un compilado de hermosas jugadas que demuestran un asombroso talento natural que ni tan siquiera sus malos hábitos pudieron exterminar totalmente.

Vuelvo a repetir que para mí, la carrera de Cassano terminó en cuanto comenzó. Los hijos sin padre suelen tener problemas con la autoridad. Acostumbran a ser díscolos y evitan si es posible cumplir órdenes. Las reglas no se han hecho para ellos. La ausencia del padre los hace descreer del trabajo constante y el cariño desmesurado de sus madres puede convertirlos en seres necesitados de llamar la atención y con cierta tendencia a creerse (o sentirse) espaciales. Una serie de características que hicieron de él un jugador anárquico. Un delantero inestable capaz de lo mejor y lo peor que exigía el cariño de su público lo mereciera o no e iba siempre por libre. Comportamiento que le hizo tener múltiples reyertas con entrenadores entre las que destacan sus enfrentamientos con Fabio Cappello. Un sargento de hierro sabedor de las dotes en los pies de Cassano que lo llevó al límite psicólogico en múltiples ocasiones.

Por otra parte, sus continuos cambios de equipo sólo hacen confirmar lo que ya sabemos: que era un hombre tremendamente inestable que se movía por pasiones y sentimientos y nunca jugó al fútbol con mentalidad de profesional. Regateaba rivales con la naturalidad con que se merendaba un plato de espagueti o los feligreses entonan un Ave María en el Vaticano.

Muchas veces parecía salir al campo como un actor de la Comedia del arte o el payaso al circo. A divertirse un rato y a engordar un poco más su cuenta corriente. Como subrayando al público que él ya tenía lo que deseaba: dinero y a su madre contenta. Además de, claro, sexo continuo. De hecho, Cassano tenía como costumbre acostarse con una mujer distinta diariamente. Muchas veces se saltaba los entrenamientos y no perdonaba un plato de pasta o una buena pizza. Y, desde luego, no le preocupaban tanto los títulos o la clasificación en la tabla de sus equipos como disfrutar de la vida. Algo que saben muy bien los fans del Real Madrid. Equipo del que se burló día sí y día también sin dejarse impresionar por su majestuosa historia, donde se dedicó básicamente a ampliar su grado de conocimiento de la fisionomía femenina y a gozar de la gastronomía ibérica. Ofreciendo un desempeño penoso y llegando a presentarse con varios kilos de más como si el equipo español fuera un conjunto de regional que gozara el privilegio de contratarle y no al revés.

De todas formas y, a pesar de sus constantes escándalos fuera de los campos, el talento de Antonio era tan grande que fue titular en la mayoría de los equipos en los que participó. Y, de hecho, cuando ajustaba su peso y se tomaba en serio su profesión, lograba desempeños notables, como ocurrió en el transcurso de sus etapas en la Roma y la Sampdoria. Equipos donde no se recuerdan únicamente sus habituales bromas sino un catálogo de bellas jugadas y toques de genio además de un compromiso no muy habitual en él. Porque si algo tenía claro, es que sus tiempos los dictaba él. No los entrenadores, preparadores físicos o mass-media.

Una circunstancia que le hizo además de desperdiciar sus dotes naturales, ganarse una fama de rebelde insolente tan justa como merecida que tal vez, de ser su contemporáneo, hubiera obligado a Dante a introducirlo dentro de su Infierno. Aunque yo, en verdad, no veo tan nociva su falta de profesionalidad. Tal vez porque prefiero considerarlo como un bufón. El típico bromista y enamoradizo latino que disfrutaba más haciendo reír o soñar a los espectadores con sus bromas, dribblings, cabezazos y amagues que ganando un partido. Un hombre que salía al campo como diciendo: «¿Vistéis, vistéis? Tengo todo lo que deseaba y mucho más de lo que vosotros conseguiréis soñar y encima hago lo que me da la gana dentro del campo. Lo mismo no me muevo o defiendo que regateo a tres defensores en un palmo de terreno. ¿No es verdad que la vida es sueño y una comedia? Pues dejadme disfrutarla. Al fin y al cabo, vamos a acabar todos convertidos en un saco de huesos. Follemos y comamos, por tanto, mientras festejamos los goles. No todo va a ser trabajar en la vida». Shalam

إِنَّمَا الْمَرْءُ بِأَصْغَرَيْهِ: قَلْبِهِ وَ لِسَانِه

Es más fácil engañar que desengañar

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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