Black Mirror no surgió para predecir nuestro futuro sino para ser un reflejo más o menos alterado de nuestro presente. Para marcar nuestra ruta diaria. Black mirror no es tanto una advertencia o una hipótesis sobre una catástrofe como su constatación. Basta comprobar que, a día de hoy, aunque se hayan prácticamente prohibido todas las actividades habituales, no se ha demorado el pago de impuestos. Y que mientras, para no ser infectados por coronavirus, existen cientos de personas que no pueden velar, incinerar, tocar las manos o contemplar el rostro de sus deudos por última vez, Disney plus acaba de abrir su canal digital en España. Siendo inevitable imaginar por tanto que junto a miles de personas que están viendo a Goofy, la princesa sirena Ariel, el pato Donald o a Mickey Mouse en la pantalla, debe haber otros tantos llorando solitarios y desconsolados a sus seres queridos. Dos experiencias que no considero antitéticas sino absolutamente simétricas. Puesto que de estas contradicciones se ha alimentado hasta ahora la sociedad del bienestar. De hecho, no existe otra civilización más obsesionada que la occidental con el ocaso, el apagón definitivo, pero que, a la vez, se encuentre más enganchado a la metadona del optimismo y la felicidad. Que abogue por la plena libertad individual y con tanta pasión y fervor escoja la servidumbre voluntaria. No existe otra que con más fuerza llore por las tragedias y que con más facilidad las olvide. Shalam
أفضل متعة في الحياة هي أن تفعل ما يقوله الناس أنك لا تستطيع فعله
El mejor placer en la vida es hacer lo que la gente te dice que no puedes hacer
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