Ayer Boca ganó un partido imposible. Un partido en el que volvió a demostrar que no juega a nada. Que está de capa caída y que sufre de una incipiente decadencia que no se arregla ni con los constantes cambios de jugadores ni con las estelares apariciones y recurrentes explicaciones de Juan Román Riquelme en televisión. Boca ayer ganó un partido que, en otros momentos de su historia, hubiera sido una perita en dulce. Un mero trámite intrascendente despachado en unos pocos minutos. Ayer Boca ganó un partido que nunca debería salir en los titulares de ningún periódico y que tampoco debería ser narrado épicamente por ningún locutor porque se impuso frente a un equipo (Pereira) que no posee ni uno solo de esos galardones que dan lustre a los clubs que los lucen en su escudo o sus vitrinas y además, lo hizo en la fase de grupos del torneo americano. Pero para los que amamos a Boca sabemos que el conjunto xeneize ganó un partido que no fue un partido cualquiera. No fue un partido más. Porque lo ganó a lo Boca. En el último minuto y jugando mal. Lo ganó más por convicción, cojones y el apoyo incansable de su público que por juego o superioridad moral. Ayer Boca volvió a remontar al fin un partido y volvió a honrar su historia. Esa que dice que los triunfos se saborean más cuanto más se sufren. Y además, volvió a ganar después de varias apáticas derrotas. Sé que parece una locura. Pero son esta clase de partidos los que han labrado (casi más que los títulos) la historia del club xeneize. Es en ellos donde la colectividad bostera se reconoce e identifica y se hace fuerte. Donde se hace pueblo y se forja la leyenda. Estoy seguro de que muchos bosteros gritaron los goles de Advíncula y Varela como si fuera una Intercontinental. Esa es la idiosincrasia azul y oro. Algo que es difícil entender si no se ha estado en la Bombonera.

Como, a veces, unas imágenes valen más que las palabras, dejo este breve vídeo a continuación:

Shalam

العمل عقاب. الكتابالمقدس يقول ذلك. لقدفرضها الله ، وبقدر مانعلم ، لم يرفعها.

El trabajo es un castigo. La Biblia lo dice. Lo impuso Dios y, que sepamos, no lo ha levantado.