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Perros

Mar 14, 2017 | 0 Comentarios

Trabajar una trilogía en la que, de algún modo, sus tres partes se encuentran interconectadas, obliga a llevar a cabo continuos ajustes entre ellas. La relectura y corrección de cada texto implica la de los otros. Y todo lo que se escribe en la tercera entrega, por ejemplo, ha de afectar inevitablemente a las restantes.

Acabo de llegar de una estancia de dos semanas en un hotel cercano a las aguas termales de El carrizal. Necesitaba hospedarme allí por varios motivos: encontrar tranquilidad lejos del mundo virtual, volver a reconectarme con el mundo natural y terminar de una vez Puercos. Este último objetivo lo conseguí con más o menos esfuerzo a los pocos días. Pero, como he dejado entrever, la conclusión de la novela no ha supuesto el fin definitivo de la trilogía. Pues en cuanto redacté su epílogo, entendí con absoluta claridad que debía volver a sumergirme en los otros dos libros.

Obviamente, esto implicaba un inmenso esfuerzo y opté por focalizarme. Por lo que, durante los últimos días, me he dedicado de lleno a trabajar de nuevo en El jardinero. Una experiencia demoledora, intensa, y bastante extraña. Básicamente, porque yo me encontraba muy contento con la novela y no esperaba volver a tocarla hasta la confirmación de su publicación en una u otra editorial. No obstante, me siento muy satisfecho puesto que creo que la he mejorado. He perfeccionado su estilo y -por influencia de Puercos– he añadido algunos pasajes y detalles que creo que la hacen aún más sugerente y perturbadora de lo que era anteriormente. Lógicamente, los nuevos cambios en El jardinero han afectado también a Ruido y Puercos pero, en este caso, no me centraré en corregir ambos textos hasta dentro de unas semanas.

Debo reconocer que me siento fascinado por esta trilogía y que la amo tanto que no me importaría continuar corrigiéndola y mejorándola durante varios años más. Deseo aclarar, eso sí, que si comento esto último es porque yo soy el típico creador que vive en constante ebullición y no tiene como mejor virtud, la paciencia. Aunque con el tiempo he ganado en profesionalidad y claridad, no soy ni muy detallista ni perfeccionista. Pero me ha llenado tanto la escritura de estos esquizofrénicos textos, que podría estar mejorándolos coma a coma y punto a punto hasta el día de mi muerte.

En realidad, ha sido tan intensa la experiencia de urdirlos que debo de reconocer que, a día de hoy, me encuentro seco. Sin prácticamente inspiración para escribir averías, aunque al menos mientras no vuelva a Ruido y Puercos, confío publicar unos cuantos. Ocurre también que tengo tan vinculada en mi psique el horror de lo descrito en estos libros con las penosas experiencias vividas en México que, en cierto modo, me pregunto si no será este el momento de volver a España. Pues como he dicho muchas veces, estos años han sido los peores de mi vida y únicamente los han salvado personalidades tan fascinantes como la de Susana y, obvio, esta trilogía.

De hecho, me siento vacío tan sólo de pensar e imaginarme viviendo aquí sin ahondar en la locura de los personajes que la componen. México me aportó sanación y conocimiento de mí mismo durante una temporada amplia, experiencias sobrenaturales en algún caso, pero llegados a un límite, sobre todo, me dio innumerables dolores de cabeza y decepciones que yo transmutaba internamente en estos libros, convirtiendo los sinsabores en fuego que hacía arder las páginas que diariamente escribía.

En fin, a mi alrededor, ha ido desapareciendo todo lo que me trajo aquí e, internamente, he ido siendo despojado de cualquiera de los valores y derechos en los que creía hasta el punto de que ya ni tan siquiera me siento con fuerzas para levantar la voz y protestar o llamar la atención sobre las injusticias que contemplo a diario y, desde luego, creo que no merece la pena comentarle algo a las personas si no estoy de acuerdo con ellas. ¿Para qué? La trilogía del horror lo muestra muy bien. Los seres humanos somos envidiosos, tendemos al egoísmo y a la megalomanía y esto no va a cambiar. Probablemente porque más que vivir, sobrevivimos. No creemos en nosotros mismos y necesitamos, por tanto, destrozar a los demás para sentir que existimos.

Obvio que también creo que somos generosos. He conocido muchas gentes amables en este país. Sin ir más lejos, encontré varias en las inmediaciones de El carrizal. Lugar donde apenas se veía un solo coche a partir de las siete y la vida recordaba a la de los pueblos españoles de hace varias dećadas. De todas formas, ninguna de estas buenas experiencias puede ya borrar el reflejo del mal que he visto y bebido, los corazones agrios con los que me he encontrado, el sinfín de personas amargas de doble rostro con los que he tenido que convivir, el orgullo de tantos indiferentes y la soberbia de las decenas de mediocres personalidades que convertían las instituciones que visitaba en infernales cárceles.

En cualquier caso, no me quejo dado que tal vez, en verdad, no sea yo sino un inmenso privilegiado, un gran afortunado, porque siempre tuve la oportunidad de volver a mi patria en todo momento. Aunque de haberlo hecho, no creo que hubiera podido plasmar esta parte sombría del ser humano con la visceralidad y agudeza que lo he hecho. Pues tengo claro que si estos años los hubiera pasado cerca de mi madre y mis amigos más queridos, no habría podido experimentar hasta el fondo la maldad y, en ningún caso, la trilogía sería tan violenta, verdadera y auténtica. Al fin y al cabo, la sobreprotección no ha engendrado ningún gran hombre y -que yo sepa- tampoco ningún gran libro. Shalam

إِذَا عَمَّتِ الْمُصِيبَةُ هَانَتْ

No hay consejo más leal que aquel que se da desde una nave en peligro

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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