No sé dónde leí que algunos de los cineastas de la nouvelle vague (Godard a la cabeza) se sentían realmente interesados (casi fascinados) por los filmes protagonizados por El Santo. Todos esos inolvidables títulos parecidos a Poskitos y a tacos de carne a la brasa. En fin. Si he de ser sincero, al principio la idea me hizo gracia, aunque he de reconocer que no comprendí del todo los motivos últimos de la afirmación.

De hecho, no fue hasta hace unos días que terminé, pienso, de entender esta oscura pasión. Fue concretamente mientras contemplaba una entrevista a un escritor amigo en youtube. Una entrevista que, por lo que fuera, comenzó in media res y se cerró abruptamente. Algo que provocó precisamente mi interés hacia lo que estaba ocurriendo alllí. Se notaba que el entrevistador (un crítico que formulaba opiniones realmente interesantes y al que merecía la pena escuchar) no era consciente de los errores técnicos de la grabación. Él simplemente se dedicaba a la literatura y disfrutaba de la charla con el escritor. Y era eso precisamente, esa inocente espontaneidad, la que permitía gozar con una charla que, en lo que se refiere a medios técnicos, parecía de instituto. Puesto que en ocasiones no se escuchaba con claridad y en otras el plano/contraplano remitía a una conversación infantil. Algo que, repito, logró que empatizara completamente con ambos contertulios y que disfrutara aún más de un diálogo, por otra parte, bastante sugerente.

Creo que esto fue precisamente lo que observaron y destacaron Godard y el resto de sus compañeros en los filmes de El Santo: el hecho de que todos los supuestos fallos, los silencios imprevistos, los diálogos absurdos y fuera de tiempo y muchas otras carencias técnicas provocaran precisamente que el espectador no pudiera quitar su vista de la pantalla.

En cierto sentido, eso es lo que deseaba Godard. Desautomatizar el cine. Intentar que la imagen y la palabra no fueran completamente acompasadas. Jugar con diversos recursos para lograr que el espectador viviera la película y no la contemplara. Casi que pudiera tocar el rollo cinematográfico como era capaz de pasar las páginas del periódico en la calle. Y eso, para su sorpresa y admiración, era lo que, contra todo pronóstico y sin un sentido teórico o artístico, lograban los directores de los filmes de El Santo: convertir las películas en vida real. Transformarlas en un impreciso trozo de realidad a mitad de camino del cómic, la novela de kiosko de género, el cine de terror de serie B o el vodevil televisivo. Un bomba cinematográfica tan cómica como loable y, sobre todo, inclasificable. Shalam

كل ما يحدث يحدث بدافع الضرورة

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