El tiempo o bien lo transforma todo o termina por poner las cosas en su lugar. Siendo niño, por ejemplo, creía que Jason, el sobrio aniquilador de Viernes 13, era un psicópata. Un monstruo enemigo del sistema, la vida y el amor. Y sin embargo, al igual que a muchos otros asesinos, ahora lo visualizo más como víctima que como verdugo. Una reacción lógica y casi deseable contra la generación fast food. Prácticamente un héroe. Alguien capaz de deshacer entuertos y acabar con malandrines con tan sólo proponérselo. Una venganza casi divina contra el mundo de la estética y la moda. No la cara oculta sino la real de la sociedad norteamericana y por ende, del capitalismo tardío. Un antídoto contra la estupidez al que únicamente se pudo contrarrestar haciéndolo aparecer una y mil veces, hasta la extenuación, en cientos de secuelas que, a pesar de su mediocridad, no lograron acabar con el regusto entrañable y malsano que dejaba en el paladar el primer Viernes 13. Película que, en cierto modo, inoculaba el mensaje en la población norteamericana de que por si no se habían dado cuenta, la era hippie se había acabado para siempre y ya no era ni sano ni seguro ni beneficioso en absoluto reunirse en grupo para disfrutar de la naturaleza y una vida social que el absorbente capitalismo se estaba encargando lentamente pero sin pausa de eliminar. A golpes de machete y berridos asesinos de Jason que marcaban el final de la prefabricada imagen de la América rural y campestre exprimida durante décadas.
Ciertamente, Jason no es muy distinto de cada uno de nosotros. Tan sólo es un poco más débil. Se ha visto desbordado, ha llegado a un límite y únicamente puede hablar con el machete, la lanza o la sierra. Es incapaz de dotar de un sentido a los cientos de voces que lo cercan. De hecho, Jason tan sólo escucha una voz: «destruye». «Mata». Un eco que, de una manera u otra, escuchamos todos en nuestro cerebro cada vez que un político impone una medida abusiva, un banquero aparece con los brazos en alto sonriente o un policía se nos cruza mirándonos de arriba abajo. La única diferencia es que Jason no se encuentra bajo el control de la ley. No es un autómata ni un eunuco social. No ha tenido una madre o un padre protegiéndolo y escuchándolo cuando el ruido de los automóviles aturdía su mente confundiéndose con el de los lobos, la mirada sarcástica de los profesores y políticos o la de indiferencia de las adolescentes. Y, por tanto, no duda. No se plantea juicios éticos ni morales ni se reprime. Consiguiendo aterrorizar a una gran parte de los miembros de una sociedad aterradora repleta, por ejemplo, de periodistas contra los que la venganza de Jason parece, en verdad, muy poca cosa teniendo en cuenta el daño real a todos los niveles -social, íntimo, psicológico- que producen sus malformes emisiones.
Ciertamente, con el tiempo, Viernes 13 ya no me parece tanto una película de terror sino una celebración. Un éxtasis catártico. Y Jason nuestro protector ante la estupidez. Un alma caritativa y valiente, casi entrañable, que se atreve a matar a quien no cesa de asesinarnos psicológicamente. Un hijo del instinto revolucionario que se ve obligado a actuar solo ante la incomparecencia del resto de sus hermanos. Una muestra de que el monstruo de la pesadilla capitalista también es capaz de engendrar de tanto en tanto seres racionales. Personas sensibles capaces de levantar las armas contra sus incontinencias cuyo nihilismo no es más que una muestra de todo el amor que hubieran podido dar de no haber sido sometidos sus valores a los del inhóspito mundo neoliberal de las Universidades privadas, jueces corruptos y sensibles y bellos muchachos atrapados en el nido de espejos infinitos.
Jason, sí, no es el opuesto de Cristiano Ronaldo, Michael Jordan o Tiger Woods sino que como el Dr. Jekyll del señor Hyde, es su complementario no aceptado. El terrorista creado por los terroristas. Quienes disparan primero y más tarde, esconden la mano tras el cuchillo y las metralletas. Un símbolo, una prueba de lo que significa crecer en una sociedad cuyos lazos sociales son básicamente económicos. Shalam
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