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La sombra de Alicia

May 22, 2016 | 0 Comentarios

Me es realmente difícil repetir textos para cada presentación de libro. Si lo hiciera, sentiría que estaría traicionándome a mí mismo. Básicamente, porque no concibo la literatura como un trabajo o una carrera. Para mí, es una aventura y un desafío. Por lo que, obviamente, para la última realizada en Murcia hace dos días preparé un escrito diferente a la de Cartagena. Lo que intento hacer en la mayoría de ellas es leer partes íntegras de la novela Bruja mezclándolas con frases creadas para la nueva ocasión y fusionarlas con refritos de otras presentaciones que considero, se ajustan bien a la que va a producirse.

En fin. Sin más, dejo a continuación el texto leído, interpretado. gritado o destrozado en Murcia.

«La noche del 20 de mayo del año 2016, el espíritu de Alicia Hermosilla y su sombra, penetraron en los calabozos del castillo de Murcia. Una de las escasas fortificaciones que se había mantenido en pie tras la epidemia de peste que había acabado con la mitad de la población. Emitiendo un ambiente de insana decadencia que había embargado a la antaño hermosa ciudad árabe con una tristeza mucho mayor aún que cuando fue destrozada por los sanguinolentos cristianos en batallas impiadosas en las que los adoradores del Corán eran colgados sobre cruces donde sus huesos eran calcinados y alargados sin piedad como si Cristo fuera un dios vengativo. Un conde surgido del parto impuro entre la violencia y la furia decidido a convertir el mundo en un sucio semillero de venganza donde no existieran ni la piedad ni la compasión. Únicamente la locura y la crueldad.

Un eco de sorda intolerancia que podía percibirse en el desolador aspecto que la ciudad de Murcia presentaba durante aquellos días. Un inmenso cementerio apenas animado por los llantos de los supervivientes, las voces de los sacerdotes dirigiendo continuamente funerales y los golpes de las palas de los enterradores.

Lo cierto es que este ambiente permitió que nadie prestara atención al espíritu de Alicia Hermosilla y su sombra cuando se adentraron en los sótanos de aquella urbe donde, al fondo, muy a lo lejos, se escuchaban las voces de muchachas torturadas por sacerdotes rojos que escupían al suelo continuamente en opresivos vestíbulos llenos de ratas y negra escarcha. Gritos de adolescentes abiertas de piernas sobre paredes en las que serían fecundadas por una inmensa araña tras haber sido marcadas en su pecho con un signo escarlata que certificaba tanto su defunción como que pertenecían a una orden secreta cuyos miembros poseían libertad absoluta para vejarlas o maltratarlas.


No obstante, durante su recorrido por las estrías de esos pasadizos de agua maloliente de los que emergían de tanto en tanto las bocas abiertas de peces enfermos, los pelos alborotados de topos heridos y los ojos de animales enrabietados, Alicia Hermosilla y su sombra muy pronto dejaron de prestar atención a los aullidos enfermos de las muchachas. Caminaban, de hecho, hipnotizados por lejanos resplandores que anunciaban la presencia de un inmenso baluarte al fondo de las alcantarillas, entre las ruinas, estertores destruidos y terraplenes cubiertos de musgo: una inmensa cúpula gótica esculpida con tegumentos que parecían atravesar el fino polvo dorado grabado sobre el techo de los sótanos y el repentino brillo de un escudo de armas grabado sobre las paredes sucias invocando a Alá. Por lo que, sin mucho pensarlo, el espíritu de Alicia Hermosilla y su sombra decidieron encaminarse hacia aquellos afilados torreones entre los que se vislumbraban alargados minaretes.

Los senderos enfangados, cubiertos por hojas rotas, comenzaron entonces a hundirse en la espesura y, al cabo de pocos minutos, caminaban entre un grupo de alegres leprosos, una pléyade de sacerdotes que reían al posar sus viscosas manos sobre niños que lloraban y madres que lloraban y padres cuya cabeza había sido descuartizada, y agrias hechiceras africanas que santificaban cadáveres de ciervos muertos.

Y, mientras las libélulas revoloteaban como pensamientos silenciosos en torno a su cabeza, comenzaron a escuchar una seca melodía:  “La,la,la,la,la,la”.

Una melodía que emergía de las costuras de un libro llamado Bruja situado en el centro de una habitación negra y acristalada donde se escuchaba una voz vibrando como un eco que decía: «Violarme y seré libre. Asesinarme y seré libre. Deseo la muerte al destierro, la violencia al reposo, el sexo al amor y el fuego del odio al de la misericordia. Soy multitud de vaginas infernales siendo incineradas. La destrucción de los niños derruidos y de la esperanza. Porque yo, únicamente y solamente yo, soy una bruja. La bruja que, al mirarse en el espejo, pervierte sus reflejos. La bruja que desciende sobre el cuerpo de las adolescentes obligándoles a masturbarse. Y la bruja que desearía destrozar la literatura para que el mundo de las palabras se acabara para siempre y llegara al fin el de las sensaciones. Montones de orgasmos vibrando en el fondo de cuerpos sin cerebro».

Frases soñolientas y ensangrentadas que ahuyentaron al espíritu de Alicia Hermosilla y a su sombra puesto que además, pronto comprobaron cómo las grietas de madera de la puerta de aquella habitación maligna se convertían en los brazos de una sucia bruja parecida a un animal salvaje que se abalanzaba sobre las decenas de cadáveres que la rodeaban, destrozando sus vacías almas llenas de grietas. Y después, frente a los restos de huesos y trozos de carne arrojados al suelo, elevaba sus brazos al cielo y declaraba su lucha a muerte a dios puesto que, según confesaba rompiendo una escoba con una violencia insana, para conseguir amar a nuestros semejantes, primero hay que odiarlos. Hay que destrozar a martillazos la tierra, romper los cofres de bronce y dejar emerger de ellos los diablos rojizos que habitan en el corazón de los hombres y son alumbrados con lujuria y calor en el vientre de las mujeres. Y también si es posible golpear al enemigo con la esperanza de aturdirlo, destrozarlo y aniquilarlo. Pues únicamente así, existirá un tiempo para el amor.

Un tiempo que Alicia Hermosilla, (cuyo vientre ahora se inflaba y desinflaba como si estuviera embarazada del demonio), tras despertar en medio de una habitación donde se hallaba enjaulada y vigilada por los ojos gigantescos de una araña, comprobaba que se le acababa conforme, alrededor suya, resonaban martillazos que anunciaban el fin de los tiempos mezclándose con los aullidos de seres monstruosos que gritaban con todas sus fuerzas, «Chulthu, Chulthu, Chulthu, Chulthu, Chulthu», como si un gigantesco vestido de bruja estuviera siendo desvelado, ocultando el cielo y la tierra. Y, en definitiva, el espíritu de Alicia Hermosilla ya no fuera su espíritu sino el de un escritor llamado Alejandro Hermosilla cuyo cuerpo era ahora conducido a una sombría habitación por jardineros que levantaban cruces donde empalarlo ante sonrientes hechiceras que preparaban pacientemente ollas de fuego y azufre mientras entonaban viejas melodías que  anunciaban que el tiempo de los sueños había concluido y llegaba el de las pesadillas. El tiempo de Bruja. La época del horror y el odio infinitos. Porque cada día hay un nuevo asesinato y robo, se viene la noche definitiva, no hay año que no nazca de nuevo el demonio y no hay instante mejor para celebrar la destrucción de cada una de nuestras esperanzas y anhelos que el presente: “La, la, la,la, la, la, la, la, la,la». Shalam

إِذَا عَمَّتِ الْمُصِيبَةُ هَانَتْ

  Incluso los perros libres y salvajes desean un amo

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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